"Si el vendedor de una zapatería me dijera: ¿qué número calza vuestra merced?, me dejaría con la boca abierta"
Seguramente, si el vendedor de una zapatería me dijera: ¿qué número calza vuestra merced?, me dejaría con la boca abierta. Sin embargo, fue término tan normal en tiempos pasados que a nadie le extrañaría entonces oírlo. Y seguramente es lo que ocurrirá con el “usted”, que ya casi nadie usa, lo que quiere decir que se perderá en un abrir y cerrar de ojos. Lo pensé cuando vino a casa un fontanero para realizar un trabajo. Era joven, no creo que llegara a los veinticinco años, y cuando ya se despedía, me di cuenta de que él me había hablado de tú en todo momento, mientras yo me dirigía de usted a él. Cosas de la edad, naturalmente. Hace unos días me dijo una madre que a ella no le gustaba en absoluto el que los alumnos tutearan a los profesores y, consideraba que el respeto hacia ellos se había ido perdiendo al generalizarse este. Le conté la experiencia de dos profesores amigos. El tratado de usted me dijo que al empezar la docencia hubiera querido ser ese profesor-amigo de las películas, y le fue fatal ya que sus alumnos se tomaron demasiadas libertades, por lo que el siguiente curso marcó distancias: yo profesor, vosotros alumnos. Cada uno en su lugar. Parece que le fue mucho mejor. El otro no renegó del tuteo y me comentó que incluso habían tenido una amigable charla sobre el asunto y los chicos se quedaron pasmados cuando les dijo que él siempre habló de usted a sus profesores. Tan asombrados como me sentiría yo con el vuestra merced del zapatero. Lo curioso es, que ahondando en las formas, los muchachos le dijeron que había algunas personas en el Instituto a quienes hablaban de usted: las mujeres de la limpieza. Al saberlo, el pasmado fue ahora el profesor. ¿Por qué así? Les preguntó. Se encogieron de hombros. No lo sabían. No sé si será mejor o peor el tuteo. Lo cierto es que todo ha cambiado mucho desde que me contaron lo de aquella niña que en la clase de labor hacía uno de aquellos mantelitos que llamábamos “tu y yo”, cuando la madre superiora entró en el aula y quiso saber qué bordaba la chica, a lo que esta respondió educadamente: Un “usted y una servidora”.
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