"De rodillas ante el personal sanitario"

La asistencia sanitaria universal y gratuita es, posiblemente, junto con el plan de pensiones y la protección social en sus diversas vertientes, el paradigma que mejor refleja lo que se ha venido en llamar el Estado del Bienestar. Una conquista que comenzó en la Alemania de Bismark y se consolidó a través de Gran Bretaña (la ley de sanidad universal y gratuita es de 1946) al resto de Europa, incluido España con no poco retraso (1986). En nuestro país, después de la descentralización de la sanidad a las Comunidades Autónomas, en realidad tenemos diecisiete centros de gestión con sus propios presupuestos y capacidad de decisión autónomos en materia de asistencia sanitaria, y con sus diferentes prestaciones incluidas las salariales. Un verdadero popurrí fruto de la imprevisión. La crisis sanitaria, primero con la pandemia y ahora con un exceso de demanda derivada de aquella, ha hecho saltar todas las alarmas sociales. ¿Cuánta gente ha adquirido un seguro privado para evitar las interminables listas de espera, con todo el grado de incertidumbre y de angustia que eso lleva consigo? Pero no es algo exclusivo nuestro. Numerosos países como Canadá, Gran Bretaña, incluso Suiza, ejemplos durante años de buen funcionamiento, se enfrentan a serios problemas en la gestión de sus respectivos departamentos de Sanidad. Por primera vez en sus 75 años, Gran Bretaña se asoma al abismo con una huelga de enfermeras y personal de ambulancias. Las huelgas de médicos y enfermeras y, en general del personal sanitario, no hacen más que poner de relieve el fracaso de una sociedad que no es capaz de visualizar la gravedad del problema que subyace en el corazón del sistema sanitario. Los médicos y enfermeras están imbuidos, desde el momento que comienzan el ejercicio de su profesión, de una misión que roza cotas de un cierto contenido místico en la que el cuidado de la persona enferma es lo más sagrado que tienen en sus manos. Y a ello se dedican en cuerpo y alma, con un esfuerzo y dedicación más allá de lo exigible. Y cuando estas mismas personas deciden en un momento determinado romper con esa “sagrada misión” y adherirse a la huelga, solo se puede pensar en el hartazgo en el que están sumidos, porque la huelga es la última e indeseada rebelión a su deplorable situación. ¿Qué ha sucedido para que aquellos aplausos desde los balcones de nuestro confinamiento hayan degenerado en una febril indiferencia hacia quienes están sometidos a una presión que tiene sus límites para el más esforzado y entusiasta de las personas? ¿Quién defiende a los médicos, enfermeras y el resto del personal sanitario? Eso sí, cuando acudimos a urgencias de un hospital, dóciles y temerosos, queremos que nos atiendan a cualquier hora del día y de la noche; es más, exigimos que sea así porque consideramos que es un derecho adquirido. ¿Cuál es el precio que tiene esto? Una sociedad consciente debería mimar a quienes nos cuidan con su dedicación y talento. La profesión médica ha sido sometida con el paso de los años a una lenta y perturbadora proletarización, similar a una cadena de montaje. Esto es lo más ajeno a la esencia de esta profesión y es necesario que se recupere el núcleo de lo que ha sido siempre, porque cada paciente es único en su estructura somática y psicológica. Nuestro sistema sanitario es bueno, incluso muy bueno, y tenemos unos profesionales bien formados y de altísima calidad. Pero eso no significa que sea eficiente ni tampoco eficaz en todos los casos, porque las alarmas sobre la necesidad de cambios vienen desde hace muchos años. Baste recordar el Informe Abril de 1991 (hace 32 años) que hacía recomendaciones de calado sobre la organización, gestión y financiación. Posteriores informes de grupos independientes inciden en la misma línea. La sanidad de nuestro país está ‘infrafinanciada’ y necesita de una inyección inversora en equipos y tecnología médica. Por eso, en la gestión sanitaria deben estar los mejores, dejando a un lado las facciones partidistas. Hay dos sectores de la acción política que, por su profundo impacto en la vida de todas las personas y de la propia sociedad, deberían ser tratadas por todos los grupos políticos con cuidadoso tacto y esmero, dedicándoles toda la atención que merecen, que es mucha. Son la educación y la sanidad. Puede decirse, sin temor a equivocarse que ambas están en crisis, una crisis profunda larvada desde hace decenios y nadie que tenga capacidad para ello parece estar dispuesto a poner la solución. En realidad, deberían ser objeto de un gran pacto nacional que, una vez logrado, sería intocable, al menos durante un buen tiempo. Lamentablemente no es así y puede afirmarse que así nos van las cosas. Quizá sea y, esto es lo triste, que la educación, de modo especial, pero también la sanidad, son susceptibles de un contenido ideológico que algunos partidos no están dispuestos a renunciar. A pesar de todo son dos profesiones ante las que hay que ponerse “de rodillas”, aunque solo sea como muestra de gratitud. Francisco Errasti Economista

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