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"Leí en una revista que basta con renovar algunos detalles de nuestra decoración hogareña para sentir cierto bienestar calorífero"

Avatar del Lucía Baquedano Lucía Baquedano10/11/2022
Asustados nos tienen con el precio al que se ha puesto cualquier combustible capaz de caldear nuestras casas. Tan por las nubes se está poniendo el gas y la electricidad que muchos se plantean ya renunciar a encender calderas y estufas para tenerlas mínimamente confortables. Menos mal que ante cualquier contingencia siempre surgen a nuestro alrededor seres sapientes dispuestos a ayudar, porque hay mil formas de caldear nuestros hogares sin recurrir a la calefacción. Ideas que tal vez no se nos ocurrirían si ellos no se encargaran de hacérnoslo saber. Para empezar existen ropas de abrigo no solo para salir, sino atavíos caseros que empiezan a tentarnos desde los escaparates: gruesos pijamas, batas largas de pura lana virgen, edredones de pluma, mantas zamoranas... ¿cómo hemos podido olvidar tales prendas con lo que abrigan? ¿Y qué decir de esos milagrosos calefactores que anuncian y que dejan la casa como un horno sin el menor gasto de electricidad? Si se piensa un poco se ve que es fácil vencer a la crisis y al frío. Leí en una revista que basta con renovar algunos detalles de nuestra decoración hogareña para sentir cierto bienestar calorífero. Cambiar las cortinas de fría tonalidad por otras de color mostaza. Incluso los cojines del sofá pueden aportar calidez con unas nuevas fundas en tono caldero. ¿Y qué decir de las paredes que solo mirarlas da escalofríos? La madera aísla y conserva el calor mucho mejor, evitando la sensación de desnudez. A lo mejor tienen razón y se trata de hacer frente al frío con estos pequeños detalles en vez de lamentarnos tanto del precio del megavatio. Por mi parte voy a empezar a hacer cálculos sumando los precios de bata y pijama quita y pon, los nuevos cojines, las cortinas y la colcha mas el panelado en madera de todas las paredes de casa, para comparar el total con la factura del gas de este mes. A lo mejor me decido, pero la verdad es que tengo miedo al resultado, porque igual todas estas innovaciones me llevan a considerar aquello que decían las abuelas de antes: que la salsa sale más cara que los caracoles.
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