"¿Queda algo de la Marcha sobre Roma?"
"¿Queda algo del fascismo cien años después de su conquista del poder? Resulta imposible una respuesta, si no objetiva, por lo menos, desapasionada"
A finales del pasado mes de octubre se cumplieron los cien años de la Marcha sobre Roma, la agresiva procesión de decenas de miles fascistas que, ante la perspectiva de una guerra civil, llevó al rey Vittorio Emanuele III a llamar a Benito Mussolini para formar gobierno.
El fascismo se había fundado apenas tres años antes, en marzo de 1919, en Milán. La propuesta programática leída entonces por Mussolini sorprendería hoy no solo a los wokes antifascistas, sino también a muchos admiradores de la “derecha alternativa”. El primer punto exigía el derecho a sufragio activo y pasivo para las mujeres. El segundo, pedía bajar el derecho a voto a los 18 años -que hasta entonces estaba en los 21-. El tercero, la abolición del Senado -cuyos miembros todavía nombraba el rey de forma vitalicia-. El cuarto pedía “la formación de un Consejo Nacional de trabajadores”, elegido por profesiones y con poderes legislativos. Otros puntos defendían “la administración de las industrias y servicios públicos por las mismas organizaciones proletarias”, “un fuerte impuesto extraordinario sobre el capital con carácter progresivo que tenga la forma de una verdadera expropiación de todas las riquezas” y “la confiscación de todos los bienes de las congregaciones religiosas”. El primer programa fascista no incluía las consignas propias de un nacionalismo agresivo. Sólo demandaba: “Una política exterior nacional que sea puesta en valorización, en concordancia con la competencia pacífica de las civilizaciones, de la nación italiana en el mundo”.
Todas estas reivindicaciones resultaban tan insólitas en un movimiento conservador que, en agosto de 1936, el Comité Central del Partido Comunista Italiano publicó un llamamiento asumiéndolas: “El programa fascista de 1919 no ha sido llevado a cabo. ¡Pueblo italiano! ¡Fascistas de la vieja guardia! ¡Jóvenes fascistas! Nosotros, los comunistas hacemos nuestro el programa fascista de 1919, que es un programa de paz, de libertad y de defensa de los intereses de los trabajadores, y os decimos: unámonos en la lucha por la realización de ese programa”.
Por descontado, la discusión acerca de si dicho programa representa verdaderamente la ideología fascista o si no pasó de ser un señuelo para incautos, es insoluble. Es preciso reconocer, de todos modos, que los textos programáticos tienden siempre al idealismo: soltar frases bonitas resulta fácil y barato. Sea como fuere, 23 años después de la triunfal Marcha sobre Roma, el régimen de Mussolini se fue por el sumidero de la historia, junto al Reich nazi, al ser derrotados ambos en la II Guerra Mundial.
¿Queda algo del fascismo cien años después de su conquista del poder? Resulta casi imposible aventurar una respuesta, si no objetiva, por lo menos, desapasionada y que no persiga, simplemente, demonizar o exculpar a los partidos populistas de derecha y anti-inmigración que han cogido fuerza en Europa a lo largo de las dos últimas décadas. En el caso de algunos de ellos (por ejemplo, el Rassemblement national o los Fratelli d’Italia), sí es posible aducir un parentesco con organizaciones neofascistas. En otros casos, en cambio, esa filiación es mucho más incierta.
En el plano de las ideas, el punch del fascismo residió en su efectiva combinación de diversas retóricas. Apelaba al futuro y a la tradición, al orden y la revolución, al Estado y la nación, a la propiedad y la justicia social, a la disciplina y la rebelión, a la jerarquía y la camaradería. Esa ensalada de oximorones fue efectiva hace cien años para atraer a rentistas, proletarios, agricultores, profesionales y tenderos, pero es improbable que pueda seducir hoy a las clases medias y las “aristocracias obreras” que se sienten amenazadas por la globalización, la Inteligencia Artificial, las deslocalicaciones y la desintermediación. Por el contrario, temas como la “gran sustitución” y la islamización, que tanto preocupan a los populismos de derecha actuales, habrían sorprendido a los primeros fascistas. La Europa de los años veinte generaba excedentes poblacionales, mientras que la actual ha hecho del suicidio demográfico una de las bellas artes. Por otro lado, la democracia parlamentaria parecía en 1922 la fuente de todos los males. Hoy, en cambio, no hay nadie en Occidente que apele seriamente a la aclamación de un hombre fuerte como recambio de aquélla.
El mundo ha cambiado demasiado para poder aseverar con certeza si el “aire de familia” sobre el que se nos advierte tras cada avance del populismo de derechas es real o, sencillamente, imaginado (inocente o interesadamente). Acaso la historia sea un círculo vicioso del que no hay forma de salirse o, acaso, un río heraclitiano dentro del cual es imposible bañarse dos veces.
Iñaki Iriarte López Profesor de la EHU/UPV y parlamentario foral de Navarra Suma
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