Historias familiares
Funambulistas sin red

- Sonsoles Echavarren
Mi amiga Patricia se vino arriba. Como estaba muy estresada, con este fin de curso y la vida en general, se animó a apuntarse a clases de zumba. “El deporte libera endorfinas”, le aseguraron. Y al querer darlo todo, a pesar de estar ya más cerca de los 50 que de los 40, un mal salto la llevó al suelo y a la consulta del fisioterapeuta por un esguince de tobillo. ¡Lo que le faltaba! ¡Aún más estrés por no poder moverse y tener que teletrabajar en remoto desde el sofá con sus hijos pululando alrededor! Mi amigo Luis terminó en urgencias la semana pasada porque sentía una opresión muy grande en el pecho y una mano estrangulándole el cuello. No sabía si se ahogaba o le estaba dando un infarto. “Porque a estas edades...”, contaba después. Pero el diagnóstico fue esclarecedor: una crisis de ansiedad. Obviamente, los nombres y las historias que acabo de contar son falsos. No así las realidades que reflejan. ¿Quién no tiene a alguien a su alrededor (o él mismo) que llora en el baño del trabajo o que se esconde en el de su casa para estar solo sin que nadie le moleste después de una discusión con el jefe o los ‘wasap’ desafiantes que recibe del hijo adolescente? Somos una generación de madres y padres, hombres y mujeres, entregados a la crianza y a compartir tiempo con nuestros hijos. A jugar con ellos partidos de balonmano, llevarlos de excursión, invitar a sus amigos a dormir a casa... y a seguir trabajando para sacarlos adelante. Aún a costa de nuestra propia salud física y mental. Transitamos este camino de la maternidad o la paternidad como funambulistas sobre un alambre. Sin posibilidad de cometer ni un solo fallo y mirando siempre hacia adelante. Y, muchas veces, sin red.
Sobre estas y otras cuestiones del mismo campo semántico, conversé el otro día con la periodista Diana Oliver, que presentará su último ensayo ‘Maternidades precarias’ este martes en Diario de Navarra. Me encantó entrevistarla porque me sentía totalmente reflejada frente a un espejo. Aunque ella es algo más joven que yo y tiene dos hijos, su realidad es muy similar a la mía. Compartimos profesión e inquietudes familiares. Su libro está repleto de frases para enmarcar y voy a compartir algunas. “Formamos parte de una clase media venida a menos en la que nos roban sin escrúpulos la mayor parte del día a cambio de sueldos insuficientes”. Seguro que estás asintiendo con la cabeza mientras la lees. Porque, ¿quién no se ha sentido así muchas veces? Y la autora añade: “Da igual lo mucho que te esfuerces. El dinero nunca llega. El trabajo nunca acaba”. Una vida en números rojos que, claramente, nos hace enfermar.
Continuamos en esta pista de circo a la que hemos accedido voluntariamente y hasta con banderines de alegría: la de la crianza y la familia. Pero, como dice Diana, debemos permitirnos el derecho a la queja. Porque, además de equilibristas, hacemos malabares. Y tiramos las pelotas de la conciliación al aire. Aunque yo, cada vez, lo tengo más claro, al igual que ella: “La conciliación es una mentira porque es imposible hacer dos trabajos tan enormes (el cuidado de los hijos y el remunerado) al mismo tiempo. Y resulta difícil salir indemne de este choque de trenes. Incluso teniendo una pareja presente y ejerciente”.
Nuestros abuelos vivieron la Guerra Civil. Nuestros padres, una postguerra y una dictadura. ¿Y nosotros? Todos ellos habían depositado grandes esperanzas en nuestro porvenir y se suponía que habiendo ido a la universidad, estaríamos en mejor situación. Pero no. Es complicado convertirse en padres cuando resulta difícil comprar una vivienda o mantener un empleo con las últimas crisis económicas aún coleando. Y cuando se logra, la mayoría llega exhausta porque ha quemado ya muchos cartuchos, como el de la reproducción asistida, o pasado un largo proceso de adopción. Han dejado parejas por el camino y repartido los hijos entre distintos progenitores. Han sido despedidos o comenzado a trabajar por su cuenta (como si fuera la panacea). No es de extrañar que nuestra salud (tanto la física como la mental) se deslice también sobre la cuerda floja. Que el estrés, los dolores de cabeza o de tripa, las contracturas en la espalda (no solo por acarrear bebés) y las noches de insomnio escribiendo en la cabeza una lista siempre interminable de tareas pendientes nos acompañen a diario. Voy a llamar a Patricia para ver cómo lleva el teletrabajo y a Luis para comprobar si respira algo mejor. Y para aconsejarles que caminen sobre una red que amortigüe su caída.
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