A mi manera
Hay un día en el que descubres que eres como tu padre
Y tú que siempre defendiste el sabor de las cerezas de Milagro frente a las de Etxauri que tu padre adoraba descubres ahora que solo buscabas llevarle la contraria

Publicado el 04/06/2022 a las 20:05
Miro desde el balcón y hay un hombre que pasea con su padre por la plaza comiendo cerezas. Le toma del brazo y le ayuda a sentarse en un banco. Les conozco del barrio. Compro muchas veces en el ultramarinos que hoy gestiona el hijo. El padre saltaba de la cama con el sol como contagiado por la energía del amanecer y cerraba el comercio a la hora de los vampiros. Solo entonces echaba la llave. Observo al hijo y descubro que son dos gotas de agua. Corremos tanto en el día a día que los detalles con frecuencia se nos escapan. Treinta años les distancian pero son iguales. La misma mandíbula, idéntico dibujo en la pendiente de la nariz y una incipiente inclinación hacia adelante de los omóplatos, menos pronunciada en el hijo. Podría afirmar que si decidieran intercambiar en un quirófano sus orejas y la sonrisa que comparten nadie notaría el trasplante. Diría que el tiempo les ha acercado.
Lo pienso observando desde el balcón y creo que a mí me ocurrió lo mismo. Descubrí un parecido que hubiera negado en otra época. Como si un gen de última generación trabajara para cincelar poquito a poco una serie de gestos míos que no existieron antes. La primera vez fue una impresión al salir de casa y pasar por el espejo. Atravesé el vestíbulo camino de la puerta y experimenté un impacto al verme. ¡La misma posición al andar que mi padre!, pensé. Y tiré adelante. La sensación de que aquello era así creció. Me vi hablando como él, usando sus latiguillos, las bromas a su estilo… Alguien dijo que yo arrastraba los pies al caminar y de nuevo le recordé. Formaba parte de su característica manera de desplazarse. Me entró la risa por el hallazgo y la carcajada sonó como la suya y reí por dentro recordando su manera franca. Esta vez no hice ruido pero me preguntaron porqué sonreía y respondí que por nada. Lo mismo decía él cuando en medio de una comida le sorprendías en su mundo y le interrogabas. ¿Por qué sonríes? Por nada…, replicaba y se ponía a cantar canciones que hoy tarareo mientras me afeito. Probablemente él acababa de descubrir que se parecía a su padre.
Miro de nuevo a la plaza y ahí están. El hijo pasa el brazo por el hombro a su padre. Le habla con afecto y me viene a la memoria que hace unos días explicaba en la tienda que hay un momento en la vida con el que antes nunca hubieras contado en el que “ te ves hablando como él, apilando latas de conservas después de pasar un trapo a la estantería exactamente como él hacía con ese perfeccionismo que tan nervioso te ponía. Y tú que siempre defendiste el sabor de las cerezas de Milagro frente a las de Etxauri que tu padre adoraba empiezas a pensar que quizás tenía razón y solo buscabas llevarle la contraria. Ya disfrutas con las de Etxauri. Recuerdas sus dichos y los cuentas a los tuyos y en las fiestas bailas como él y lloras como él en los funerales”.
-¿No te probaste nunca sus zapatos grandes cuando eras un renacuajo?, me preguntó el hijo en su tienda. Aquellos zapatos hoy te quedan pequeños.
-Y a eso los científicos le llaman evolución, bromeé.
Veo a este hijo con su padre y descubro un poco al mío.
-“Llega un día, afirma, “en que te miras y no eres el que fuiste. Eres como él.Te han crecido las orejas y los ojos se te van poniendo pequeños”.
Miro a la calle y compruebo que siguen ahí. Están charlando de frente pero les veo el perfil. Hay un segundo en que me parecen tan iguales que los confundo. Es un instante pero se convierte en una revelación y me vienen las frases del hijo en la tienda. “Hay una etapa que buscas ser diferente. Más tarde descubres que no puedes evitar parecerte cada vez más. Y comienza un acercamiento que no hubieras imaginado”, me dijo. Cuando se emocionó prefirió cambiar de tema. La tienda se le estaba llenando.
- ¿Te pongo algo?, ofreció.
-Cerezas, por favor.
-¿De Etxauri o de Milagro?
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