Llegan las bestias

No hay excusa ni explicación ni justificación ni concepto alguno que no sea reprobatorio: quienes “sabotearon” los corrales del Gas únicamente han cometido un acto vandálico, punible, propio de hooligans con exceso de vísceras y escasez de razonamiento. En la indebida y censurable actuación no caben adornos literarios sobre luchas y reivindicaciones, a no ser que las algaradas callejeras se consideren desde la turbia megalomanía o la clara falta de luces. El respeto hacia los animales lo primero que debe ser es respeto y hay que reclamarlo desde el civismo, la razón, el diálogo, el debate y, desde luego, la más elemental de las coherencias: no al ensañamiento. Así que además de condenable, resulta que es una actuación incoherente y dañina porque deslegitima y ensombrece la imagen de quienes abogamos por los animales desde el espíritu constructivo y la observancia de la legalidad. Ningún favor han hecho a la causa que esgrimen defender los vándalos que probablemente escuden rabia, ira, frustraciones varias y ganas de reyerta nocturna más personales que de ninguna otra índole, en su supuesta lucha a favor de una causa que es legítima, está justificada, resulta perfectamente defendible, tiene todo de razonable y, por lo que se ve, resulta muy irritante para tirios y troyanos. Y esto último provoca que un debate que debería ser posible y que además está socialmente reclamado se convierta en una pelea bajuna, sectaria, emocional, mezclada con siglas políticas y patrioterismo de todo a cien, en la que lo de menos es hablar del sufrimiento animal; lo importante es lanzar a la cara del oponente, del que no comparte nuestras ideas, del que llana y visceralmente nos cae mal, un agravio más que ahonde la bronca, el jolgorio de mala leche, peor educación y sobresaliente amarillismo hiriente en que se ha convertido la esfera pública. Partirse la espalda por una casa es loable, partirse la cara es execrable. Lástima que resulte más noticiable lo segundo que lo primero. Hay muchas personas que trabajan contra viento y marea: no hay dinero público para rescatar animales, todo se hace con el bolsillo propio de quienes creen en ello y experimentan sentimientos tan naturales y escondidos a día de hoy como la compasión y la misericordia; tampoco hay mucha voluntad en las Administraciones para mejorar lo que ya existe -el camino a la perrera del Gobierno de Navarra, por ejemplo, es un rosario impracticable de socavones donde en las últimas semanas más de una voluntaria ha reventado la rueda del coche, así que como para fomentar que las familias visiten el centro para adoptar-; el hecho de que sean seres vivos exige un compromiso diario y constante que muy poca gente está dispuesta a asumir; y suma y sigue factores que dificultan una opción altruista tan digna y encomiable como cualquier otra. Quienes la reducen a actos vandálicos se han enterado tan poco de qué va la película de rescatar animales en condiciones penosas como quienes denostan la causa hasta demonizarla. Ya saben, los extremos se tocan para desgracia de todas aquellas personas sensatas que hacen equilibrios en el medio para defender aquello en lo que creen asediados por tantas dificultades prácticas como doctrinarios condenatorios. La mayoría de la gente que aboga por la causa animal es buena: pacífica, con valores, notable tesón y gran fuerza de voluntad, que ve echada por tierra una labor de formidable esfuerzo por vulgares canallas de asonada fácil y tumulto rufianesco. O sea, vandalismo crudo. Como si los animales no tuvieran bastante, ahora llegan las bestias. Rebeca Viguri cofundó Auxilio a los Animales de Campohermoso en 2013

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