Marichu Urbelz, cooperante con los 70 cumplidos

Un cúmulo de casualidades llevó a Marichu Urbelz Erro (Sorogain, Viscarret, Valle de Erro , 1937) a Brasil. A Corumbá, cercana a la frontera con Bolivia, en el barrio de Cristo Redentor donde la ONG Salesiana Jóvenes y Desarrollo ha creado tres centros para menores y la atención infanto juvenil y donde lleva a cabo apadrinamientos. Cumplidos los 70 años, viuda, madre de seis hijos y abuela por aquel entonces. Hoy con 86 años a los que llegó el pasado sábado y también bisabuela, lo cuenta de sopetón. Exultante. “Henchida de vivencias”, agradecida por lo recibido y llena de los agradecimientos por lo que dio. No era su idea. Pero ha terminado siendo uno de los momentos irrepetibles de su vida del que está dispuesta a dar cuenta para animar “a quien tenga inquietud”. Todo empezó en 2006, cuando dejó la casa familiar la más joven de sus seis hijos. Tuvo cuatro hijas y dos hijos de su matrimonio con Teófilo San Esteban, natural de Burgos, y fallecido en 2002 tras diez años con la enfermedad de Alzheimer. Atrás quedaron los años de cuidados a su marido, antes a la “prole” y la labor en la parroquia como catequista. “Estaba bien y sin más obligaciones y quería hacer algo por los demás. Si sales te mantienes mejor”, empieza su relato. Su primera opción hubieran sido las Hermanitas de los Pobres. A su residencia había acudido como aluna del colegio de Teresianas en su infancia. “Llevábamos comida y hubiera vuelto porque me parecía que era algo que podía hacer. Pero coincidió con el periodo en que estaban en obras. Así que ni llegué a llamar. Pero un día en Misa en la parroquia celebraba un salesiano, Carlos Rey Estremera, que venía a Burlada a acompañar a sus padres. Se ofreció a que le trasladáramos inquietudes. Pensé que me hablaba a mí y así lo hice. Le conté”. De aquella charla con Rey Estremera conoció su trabajo en Brasil durante 23 años . Varios de ellos en Corumbá. Le animó a conocerlo. Pero no fue suficiente. Faltaba otra “casualidad” para recibir el empujón definitivo para saltar el charco. Ya lo había hecho. A Argentina, donde dos de sus hermanos emigraron. Le llegó en Roma. Una visita pendiente que pudo hacer coincidiendo con el aniversario de la parroquia de San Juan Bosco. “Me animó mi hermana. Sabía que quería ir. Me apunté pero quedé en la reserva y dos días antes de salir me avisaron porque había quedado una plaza libre. Acepté sin dudar. Y cuando estábamos en la basílica de San Pedro levanté la vista y vi una imagen de San Juan Bosco y le dije: Tú ganas. Está Bien. Iré”. Después llegaron los preparativos. Informar a sus hijos. Para eso aprovechó un viaje para ver a sus cuñadas nonagenarias en tierras burgalesas, para ganarse el apoyo “del hijo más sensible”. “Enseguida me apoyaron todos. A uno le dije que quería un curso de brasileño y hasta pensaron que habría conocido a alguien y querría relacionarme con él. Pero lo entendieron y pude irme. Con el padre Carlos al principio, que enseñó todo, fuimos a Bolivia. Estuvo un tiempo y muy bien. Pero al irse me quedé sola sin saber el idioma”, recuerda los primeros meses. Fueron seis años los que pasó en Corumbá. Salvo el primero, regresaba para Navidad. Al principio convivió con unas religiosas y al irse quedó sola. En una zona de altas temperaturas, sin calles asfaltadas pero llena “de seres amorosos y agradecidos”. Una psicóloga argentina que también recaló por allí le ayudó a integrarse. Su labor fue preparar una tienda con los objetos que la policía requisaba a contrabandistas y les entregaba para sacarles rédito. Aprovechó sus conocimientos de costura para hacer cortinas para el centro. Más de 100. También para enseñar lo más básico a niñas y niños. Para recuperar sus años de catequista y hablar de su fe católica en una zona de diferentes creencias. Con los años pudo regresar y su mayor satisfacción fue encontrarse con antiguos niños que habían crecido sin medios y que habían continuado su formación. También ejerce como madrina. Entre ellas de una niña a la que acogió con unas semanas y apenas 600 gramos de peso. “Estar allí y ver a estar personas y lo felices que son con casi nada nos hace entender cuánto nos sobra. Es enriquecedor y enseña el valor de lo que tenemos”, pregona al que le quiere escuchar.

Marichu Urbelz, cooperante con los 70 cumplidos

Dependienta en su corta vida laboral fuera de casa, madre de familia numerosa, catequista, cuidadora y, ya viuda, cooperante en Brasil. Un vínculo que aún mantiene

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