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Personajes de Pamplona

25 años sin "Maritoca", el tamborilero más querido de la ciudad

En 1998 fallecía Jesús María Mondejar Induráin, un personaje muy popular durante años en las calles de Pamplona

Ampliar Maritoca
"Maritoca" acompaña con su tambor a una banda durante unos SanferminesARCHIVO
Actualizado el 24/03/2023 a las 20:16
Los "momenticos" que hicieron grande a los Sanfermines se nutrían de episodios entrañables, humanos, de esos en los que Pamplona se olvidaba de que ya era una ciudad y se reconciliaba con su carácter más pueblerino, en el sentido más elogioso del término. Los pamploneses, de alguna manera, se sentían durante ocho días más cercanos, conocidos todos unos de otros y conscientes de compartir referentes comunes: desde los churros a las canciones. En ese ecosistema, surgían personajes entrañables, rápidamente elevados a la categoría de iconos. Uno de ellos fue Jesús María Mondejar Induráin "Maritoca", fallecido hace 25 años en La Misericordia.
El conocido como "Maritoca", un apodo que odiaba, había nacido en 1922 en la calle San Francisco. Se aficionó pronto a la música gracias a su padre y su tío, quienes fueron -en 1942- los primeros gaiteros contratados oficialmente por el Ayuntamiento de Pamplona. Jesús Mari acompañaba a la recién creada banda de gaiteros y txistularis tocando su inseparable tamboril, y fue aquello lo que le granjeó el apelativo, debido a que su padre daba paso a cada canción diciendo: "Mari, toca".
Jesús Mari quedó huérfano en 1975, sin parientes cercanos y con la mente de un niño en el cuerpo de un adulto, debido a una deficiencia mental que padecía. Entonces, ingresó en la Meca y allí permaneció durante 23 años, no sin dejarse caer por la ciudad para animar a todos los que le conocían y le solicitaran que hiciera sonar su tamboril con el inolvidable "Mari, toca".
Las salidas de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos, la Cabalgata de los Reyes Magos o la llegada del Ángel de Aralar eran actos en los que no podía faltar Jesús Mari. Y también, desde luego, dejaba notar su presencia a diario por los pasillos de la Misericordia, tambor y palillos en ristre, o en los alrededores, donde le gustaba desquiciar a los vendedores ciegos de cupones solicitándoles terminaciones concretas, según la periodista Adriana Ollo, con ese punto de travesura infantil que le acompañó toda la vida.
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