Patxi Burillo, arquitecto y cineasta: "Las torres de Salesianos no benefician a Pamplona"

Cineasta y arquitecto. ¿Qué pesa más? No sabría decirte. Para los arquitectos soy cineasta y para los cineastas soy arquitecto. Sí que es verdad que siempre he tenido desde niño una relación más cercana con el cine. La vocación por la arquitectura se despertó un poco más tarde, cuando tuve que decidir qué estudiar. Pero siempre estuvo muy presente el cine. Tampoco sabía por dónde sacarla ni si era solo pasión por ver cine o por hacerlo. Y finalmente fue hacerlo. En 2018 entré en la Zine Eskola Elías Querejeta, que es un centro muy particular, capaz de admitir a gente de lugares quizás no tan ortodoxos como otras escuelas de cine más puras. Era un lugar en el que pude compaginar las dos vocaciones pese a estar muy orientado al cine. De hecho, tengo la sensación de que salí de la escuela de cine siendo mejor arquitecto. En el fondo, creo que arquitectura y cine no son tan distintas. Trabajan sobre elementos comunes como pueden ser el espacio y el tiempo. En el cine, la arquitectura suele ser el gran escenario, incluso mucho más que un fondo. Sí. Sin duda. En muchas películas es un personaje. ¿Woody Allen y Nueva York? Por ejemplo. O John Ford, un director que admiro mucho y cuyas películas están muy ligadas al espacio. El otro día vi la última película del director coreano Hong Sang-soo. Aunque en los espacios que filma todo parece banal, de repente, el papel que cobra una ventana se puede convertir en algo surrealista u onírico. Creo que gran parte de los cineastas que admiro tienen una relación intensa con la arquitectura. O al menos, sensible. Con el estudio AH estuvo en un proyecto en Qatar. ¿No sería a propósito del Mundial de 2022? No. El estudio ganó un concurso. Trabajamos mucho tiempo desde aquí, pero al final era compleja la comunicación. Nos mandaron a unos cuantos para allí. Era un proyecto algo estrambótico de 256 villas de lujo en una isla artificial. Era terrible porque los clientes qatarís cambiaban de idea casi cada día. ¿Sí? Sí. Hubo un cliente que compró 30 villas. Se dio cuenta de que las que había comprado no daban al mar. Así que nos pidieron subir los niveles de toda la isla para que esas casas pudieran ver el mar. Era sorpresa día tras día. Al final, el proyecto no salió. No llegamos a edificar. Pero fue toda una experiencia. Allí estuve tres meses. Y fue una sorpresa. Una tarde me dijeron que me iba al día siguiente. ¿Cómo ve la arquitectura de Pamplona, desde el centro histórico a los nuevos barrios? En general, lo más importante de los centros históricos es la trama, más que los edificios. Es lo que hace que mantenga un poco la esencia. En Pamplona no hay tantos edificios históricos. Pero al mantener la trama, conservas la esencia del espacio. La arquitectura media de Pamplona es, en general, buena. El hecho de que haya una Escuela de Arquitectura ayuda a que haya una mayor sensibilidad. Y también hay una línea bastante marcada de la arquitectura contemporánea. Creo que hay un diálogo con todas las cosas que se han ido haciendo que hace que exista una esencia más uniforme. ¿Y qué opinión le merecen los nuevos barrios? No estoy tan de acuerdo con los barrios nuevos. Creo que no surgen tanto del espacio sino de otros intereses o formas de pensar, que la puedo entender pero no la comparto. Y una intervención que no comparto para nada es la de Salesianos. Creo que es un error para la ciudad a muchos niveles. En un punto en el que la ciudad está bajando. ¿Demasiada ruptura en el paisaje urbano de Pamplona? Sí. A mí me parece demasiada ruptura. Y creo que es algo que surge más del aspecto económico que del urbanístico o arquitectónico. Lo entiendo porque tienen que dar los números y la arquitectura parte de cosas tangibles, pero creo que no beneficia a Pamplona. El año pasado proyectó en el Punto de Vista la película Argileak. Resuma la sinopsis. Fue el proyecto que presenté en la escuela de cine. La película surge de preguntas sobre el cine pero parte de una historia concreta: las apariciones de la Virgen que tuvieron lugar en 1931 en Ezkio, un pueblito de Gipuzkoa de 400 habitantes. Dos niños ven a la Virgen una noche de junio y lo cuentan a sus padres. La noticia se va expandiendo y llegan a pasar por el pueblo dos millones de personas. ¿En serio? Sí. Llegan a congregarse 80.000 personas en una sola noche. Desde el principio se escenografiaron las apariciones. Y la gente iba a este escenario en que se producían las visiones. Muchos decían que veían luz y sonido, que al final es muy parecido al cine. Y se cambió el paradigma de la fe: en lugar de “cree en lo que no ves”, “cree en lo que ves”. A nosotros nos parecía que tenía mucha relación con el cine. Eso de llegar a un lugar a esperar que ocurra algo delante de tus ojos.

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