La historia, contada a través de su construcción, de su diseño, de la fuerza que latía dentro de este último bastión con el que Pamplona da por concluida su labor de cuidado y protección. El Baluarte de Parma, o medio Baluarte, así como su batería baja, luce imponente en ese pico saliente que dirige la mirada del paso del tiempo hacia el barrio de la Rochapea.
Con la restauración terminada, el Ayuntamiento de Pamplona certifica ya el final de las actuaciones de recuperación del recinto fortificado de la ciudad, unos trabajos que, echando la vista atrás, comenzaron hace casi dos décadas. Según explicaron los técnicos en una visita guiada por el corazón del recinto, la intervención supone que la continuidad visual de su perímetro defensivo.
Aunque físicamente se encuentra ‘cortada’ por la Cuesta de Santo Domingo, desde la terraza superior, la mirada enlaza el entronque del baluarte con los paseos de ronda que le flanquean, permitiendo apreciar la configuración real de lo que convirtió a Pamplona durante dos siglos en una ‘plaza fuerte’. “Lo mismo sucede con su visión desde el parque fluvial, desde el que se aprecia su imponente masa y altura”, explicaron los arquitectos Marta y Miguel Monreal Vidal.
Recordemos que los trabajos, además de tener importancia simbólica y aparte de su valor intrínseco como estructura del patrimonio fortificado de la ciudad, tiene más vectores de importancia. Por un lado, permite una mejor comprensión de la estructura de la muralla moderna. “El hallazgo del arco de ladrillo del último tramo del ‘puente durmiente’ (estructura fija que se eleva sobre el foso y se cimenta sobre el terreno) del Portal de Rochapea; derribado en 1915, permite confirmar su ubicación y su configuración ‘gemela’ al Portal de Francia, así como el funcionamiento de las puertas de la ciudad”.
Asimismo, el escudo de Carlos V, original de esa puerta, se trasladó en su momento y hoy puede apreciarse en el Portal Nuevo que realizó en 1950 Víctor Eusa.
SANEAMIENTO A LA INTRAHISTORIA
Es justo mencionar que a intervención ha permitido sanear un elemento de intrahistoria que en la vida diaria de los pamploneses de antaño se conocía como ‘el (río de) minetas’, una salida de aguas que los niños del entorno usaban para bañarse. El agua, pluviales y fecales, que fluía a través de esta conducción permanente procedente del barranco de la Mañueta, desaguaba a varios metros de altura sobre la base de la muralla atravesando uno de los lienzos del baluarte. Precisamente para la construcción de este baluarte fue necesario rellenar los barrancos de Mañueta y Santo Domingo que separaban los burgos medievales de Navarrería y San Cernin.
Por su parte, el cuerpo de guardia que se encuentra cercano a la batería baja (actuales corralillos de Santo Domingo) es el único que subsiste de los seis que llegó a tener la ciudad (uno por cada Portal). “Era lo primero que veía el visitante al entrar en Pamplona y el que le mostraba que estaba entrando en una Plaza Fuerte de primer orden”, indicaban ayer. Próximamente, el consistorio acometerá la restauración de este singular elemento con la ayudas europeas.
Toda la operación ha sido precedida de un exhaustivo estudio de planos y bocetos de distintos archivos históricos del Ministerio de Defensa, así como de la ingente documentación fotográfica que obra en el Archivo municipal de Pamplona. El conjunto fortificado, construido entre los siglos XVI y XVIII, es uno de los recintos abaluartados mejor conservados de toda Europa y su potencia se comparaba con La bastilla (París).
En cuanto a las obras, tienen un presupuesto 904.225 euros, de los que el Ministerio de Transportes Movilidad y Agenda Urbana se hace cargo de 646.375 (65%) a través de un programa de ayudas que ha sufragado a lo largo de los años una parte importante de intervenciones en las murallas desde que en 2005 el consistorio encargara la redacción de un Plan de Actuación para la Restauración de las Fortificaciones, que también es el origen de la conversión, en 2011, del fortín avanzado de San Bartolomé.
El estado del Baluarte de Parma hasta la fecha lo convertía en el más desconocido del perímetro fortificado de Pamplona. Por ello, la restauración ha permitido reconstruir con técnicas modernas, aunque respetuosas con la construcción original, los parapetos, las escarpas, el foso, las ocho cañoneras del baluarte y las cinco de su batería baja (corralillos de Santo Domingo) junto con sus respectivos merlones, cuyos vestigios se encontraban ocultos bajo una importante cantidad de vegetación.
Asimismo, se ha despejado la gran base que sustenta el espacio sobre el río Arga. De hecho, la visión más clara se obtiene desde una altura un poco superior: desde las garitas de la esquina el Archivo de Navarra y la que se ubica en el paseo de ronda.