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Refugiados

Ucraniana en Navarra: fuera del programa de acogida por no separarse de su perro

La ucraniana Olena Drahovtseva dejó su ciudad, a 90 km de Jersón, para alejarse de la guerra. Llegó con su compañero peludo, Bruno, en marzo a pesar de que le ha supuesto trabas para encontrar alojamiento en Pamplona

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Olena Drahovtseva, ucraniana de 37 años, junto a su perro, BrunoJ.P. URDIROZ
  • Paloma Dealbert
Publicado el 07/07/2022 a las 06:00
"Bruno se ha convertido en un talismán, lo llevo a todas partes; es como un cachito de Ucrania”, sonríe Olena Drahovtseva. Se refiere a su perro, un Jack Russell Terrier que la acompañó durante los más de 3.000 kilómetros que recorrió en marzo para alejarse de la guerra. Se le presentó la posibilidad de dejar atrás al animal en tres ocasiones. Pudo agilizar su huida de la invasión rusa o lograr condiciones más favorables de viaje y alojamiento, pero se negó a abandonarlo: “No pensé ni por un momento en separarme de él”.
FALTABA UNA VACUNA
Bruno llegó a la vida de Drahovtseva, economista de 37 años, hace tres. Después de un tiempo valorando razas de perros porque no tiene hijos “de momento”, alega, la ucraniana se topó con un anuncio de Instagram en el que aparecía el cachorro y decidió introducirlo en su hogar. Enseguida se unió a la familia en sus excursiones por la naturaleza. “Le encanta bañarse en el río o la playa”, detalla la dueña. En Mykolaiv, donde vivían hasta el 4 de marzo, podía hacerlo a menudo porque el caudal del Bug Meridional bordea la ciudad sureña para morir en el Mar Negro.
La localidad está a poco más de 100 kilómetros de Odesa, un punto estratégico por su actividad comercial portuaria. Por este lugar pasaron Olena Drahovtseva y su madre, su tía, su prima y su abuelo para ir a Bucarest, la capital de Rumanía. También el perro. Tardaron cerca de 40 horas y a su llegada unos voluntarios acogieron a la familia en su casa.
Durante el tiempo que permanecieron en la urbe rumana una ambulancia acudió cada día a examinar y tratar al mayor, de 87 años. Tenían previsto continuar en coche con el periplo hasta Pamplona, donde vive la hermana de Drahovtseva, pero la muy delicada salud del octogenario propició que desistieran de la idea. Decidieron comprar billetes de avión y la ucraniana descubrió que Bruno no podía subir al vuelo; en su cartilla faltaba la vacuna contra la rabia.
Olena Drahovtseva se quedó con el perro en Bucarest mientras sus seres queridos partían hacia España. “Los voluntarios me daban de comer y no tenía miedo para nada. La gente era muy buena y me ha ayudado bastante, pero lloraba todos los días, era una situación muy dura porque era dejar tu casa, luego se va la familia...” Y con su padre y su exmarido en el frente. Bruno constituyó su principal apoyo tangible.
Cuando solucionó el papeleo adquirió los billetes para volar a Madrid. Aterrizó el 19 de marzo y se trasladó a Pamplona en tren. Pero en la Comunidad foral de nuevo se enfrentó por tercera vez a la posibilidad de separarse del perro porque con Bruno no podía participar en el programa de acogida de Cruz Roja, ya que los primeros alojamientos que ofrecían eran hoteles o albergues. Y los animales de compañía no estaban permitidos: “Tenía que dejar el perro con alguien, con la protectora o en una guardería”.
Habían recorrido demasiados kilómetros juntos, cuenta Drahovtseva, como para distanciarse. La madre de una integrante de la asociación Alas de Ucrania le prestó cobijo durante un par de noches hasta que las voluntarias convencieron a una vecina de Sarriguren, que había ofrecido una habitación a la entidad, para alojar también a Bruno de forma temporal.
AYUDAS QUE TARDARON
Inquilina y casera se llevan “de maravilla” y el perro es muy obediente, indica, a pesar de tener un espíritu activo. “Necesita que le dedique tiempo porque es muy juguetón”, explica la ucraniana. Como en su país de origen, en el que trabajaba en el área de seguros de una entidad bancaria, Drahovtseva saca a pasear a Bruno tres veces al día. También acude durante siete horas a la semana a clases de castellano y ayuda en distintas tareas a Alas de Ucrania.
La asociación es quien le ha proporcionado a menudo alimentos y otros bienes esenciales porque hasta ahora no recibía ninguna ayuda. La propietaria del piso asume la mayoría de gastos y Drahovtseva, como otros ucranianos refugiados, está agotando sus ahorros. Como no está incluida en el programa de Cruz Roja, no opta a la asistencia que la organización presta. En cambio el resto de su familia, que llegó antes, se aloja desde entonces en un hotel de Corella. Los servicios sociales de Sarriguren indicaron a la ucraniana que a partir del 16 de junio empezaría a recibir la cesta básica y desde entonces se encargan de proporcionársela.
Olena Drahovtseva lleva tres años cuidando de Bruno
Olena Drahovtseva lleva tres años cuidando de BrunoJ.P. URDIROZ
Como Olena hay otros ucranianos que se quedaron fuera del programa por no desprenderse de sus mascotas. Drahovtseva confiesa que desea encontrar ya trabajo, de cualquier tipo. Por este motivo acude a todas las clases de castellano que puede. Todavía no ve “viable” volver a su país.
La situación en Ucrania, argumenta, todavía es inestable. Mykolaiv se encuentra a tan solo 90 km de Jersón -como de Pamplona a Tudela-, ciudad que las tropas de Putin tomaron al inicio de la invasión y limítrofe con Crimea. Por esta razón, desde el mismo día en que empezó la guerra, los vecinos de Mykolaiv escucharon bombardeos. El aeródromo militar de la localidad fue uno de los primeros que destruyeron los rusos la madrugada del 24 de febrero. 
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