Vidas cambiadas por el cierre perimetral en Navarra

El mapa de la geografía humana está surcado de caminos infinitos que convergen en el horizonte del afecto. Se recorren con el deseo del encuentro, no siempre satisfecho por imponderables ajenos y obstáculos que a veces son invisibles pero poderosos para paralizar el mundo. Desde que en octubre Navarra decretase su cierre perimetral para zanjar la propagación del coronavirus, puentes que volvieron a ser tendidos en verano se tambalearon de nuevo. Sus cimientos se resquebrajaron por segunda vez tras recibir una primera andanada en los tres meses de confinamiento domiciliario desde mediados de marzo. Hubo un paréntesis en torno a Navidad, que quedó en un resquicio de movilidad. Los niveles epidemiológicos condujeron después a estrechar el cerco a la amenaza patógena. Novios separados por el doble muro de las restricciones entre territorios buscaron la fórmula de avivar la llama del sentimiento. Hermanos que hallan en la familia lugar de seguridad y sentido de identidad vieron interrumpido su lazos de comunión. Abuelos, cuya vida está acunada entre abrazos de nietos, experimentaron una herida profunda en su interior. Un día Isabel Igarzabal Etxabide escuchó de su marido, José Ignacio Iriarte, una pregunta que descubrió una preocupación: “¿Qué te pasa Isa? ¿Te ocurre algo?”. “Siento una gran tristeza”. La respuesta se produjo justo después de hablar con una de sus dos nietas de Bilbao. “Me decía. ‘¡Amatxi, qué ganas tengo de ir a Lesaka, de ir a estar con vosotros!. Y mi hija Nahiara, me dice lo mismo: ‘Necesito estar con vosotros”. Pero, “¿hasta cuándo va a durar esto?”. El interrogante, en clave reflexiva, planea con un trasfondo de incertidumbre, que parece ser mayor que la que asoló hace casi un año, cuando se congeló el mundo por el frío de la separación con mascarilla y el confinamiento se concentró en el hogar. “La primera vez, cuando nos confinaron en marzo -aprecia desde Irurita Izaskun Baldeci González, 44 años-, lo viví de otra manera. ¡Cómo todos estábamos igual!. Ahora es peor. Ahora no sabemos cuándo va a durar esta situación”. Madre de dos hijos de una antigua relación, mira hacia Ibiza donde se actual pareja, Javier Plazas Navarro, de su misma edad, trabaja en publicidad para discotecas. “Nadie ha contemplado que hay muchos tipos de relaciones, que no todo el mundo tiene a su familia o pareja en la puerta de al lado. Hay gente que vivimos lejos. Aunque también conozco a personas, como una amiga de Elizondo que tiene a su novio en Guipúzcoa y no pueden verse”. Las excepciones legales, ya sean por trabajo, estudios, asistencia médica o ayuda familiar, entre otros motivos, excluyen, bajo su perspectiva, a parejas que no han formalizado su enlace de manera oficial pero que viven aferrados a una complicidad íntima. El poder del corazón no entiende de fronteras. Izaskun Baldeci vive en Irurita y Javier Plazas, en Ibiza. CEDIDA Su vida convergió hace dos años con la de Javier por la ventana abierta al mundo de las redes sociales. Este fin de semana han vuelto a coincidir en Badalona, de donde es originario él, por la convalecencia de su padre tras una intervención quirúrgica. Aunque no tengan regularizada su relación, ella acude a su ayuda en un momento delicado, al igual que lo hizo quince días atrás. Su reencuentro anterior fue en Navidades, después de prácticamente dos meses sin abrazarse. “El cierre perimetral de Navarra me cogió en Ibiza. Me quedé una semana más, pero volví a Irurita”, recuerda. “Para mí, mi pareja es un familiar”. El fuerte lazo anudado estrecha la relación en la distancia más allá de los preceptos fijados por la Administración para domar la curva descontrolada de los contagios. DESDE EL PILAR Hay una segunda línea de convergencia en sus planes de presente y futuro: un proyecto de servicios de publicidad, marketing y creación de eventos, bautizado en el mundo digital con el epígrafe de Lo que me cabe en la maleta, que resume el modo hasta ahora forjado entre ambos con viajes entre Irurita e Ibiza. Rubén Medrano Romeo es, a sus 31 años de edad, el alcalde de Azagra. Desde el puente del Pilar no ve a su novia, Saida Corma Alarcón, de 29. Caprichos del destino, no siempre favorables, quiso que la celebración de su quinto aniversario de pareja en una casa rural de Elizondo fuese la última vez de coincidencia. Un puente de comunicación abierto por obra y gracia de las nuevas tecnologías se extiende entre Azagra y Vall d´uxó, en la provincia de Castellón, donde reside ella. Pero no es lo mismo. La pandemia ha sido fuente de muchos males, quebrado vidas y frustrado proyectos que estaban cimentados. Las vidas de Rubén y Saida se cruzaron en Madrid en una misma empresa. El tiempo abonó su comunión, pero con el dilema de resolver el lugar de convivencia toda vez que los primeros impulsos cuajaron en la idea de estar juntos. Ella dedicó dos años de un máster en cirugía en Zaragoza como complemento a su formación de dentista cuando él aún estaba en Madrid. En un momento dado, cerrada esta etapa, su regreso a Azagra después de cinco años le hizo replantearse la posibilidad de fiar su porvenir laboral en la Comunidad Valenciana, cuando Saida intuía su vuelta a sus orígenes. Sin éxito en la búsqueda de empleo, un nuevo elemento se cruzó en su destino: las elecciones de mayo de 2019, con Rubén como cabeza de lista por Navarra Suma. El escrutinio le deparó la responsabilidad de asumir la alcaldía. El giro de los acontecimientos predispuso a la pareja a variar su estrategia, con un planteamiento por parte de ella de mirar hacia Navarra. Pero, la realidad hizo trizas cualquier previsión. “Justo cuando estábamos decididos, llegó la pandemia”. Rubén Medrano, alcalde de Azagra, y Saida Corma, de Castellón. CEDIDA Claro está, las posibilidades de contratación como dentista están reducidas en un panorama de desconcierto como el actual, asegura Rubén. Lejos de su actividad pública, en la intimidad de la persona que esconde el rol de alcalde, siente un lamento profundo: no poder estar al lado de Saida el 16 de febrero, el día de su 30 cumpleaños. El optimismo, probablemente avivado por la fortaleza del afecto, se impone a la frustración. Dentro de la incomodidad que para toda pareja supone vivir separada por los cierres perimetrales, dice llevarlo bien. Pero advierte: “Se hace pesado”. DE ARNEDO A CORELLA Oras comunidades adoptaron medidas, incluso más restrictivas que en Navarra conforme la gráfica de contagios creció de manera exponencial. Cristina Arellano López, educadora del colegio público de Corella, de 27 años; y Abel Gil De Gómez, empleado en una fábrica de zapatos de la localidad riojana de Arnedo, se vieron en la tesitura de discernir su futuro cuando vieron levantarse el primer muro invisible que separaba Navarra de La Rioja. El verano de las luces iluminó su noviazgo. Los nubarrones del otoño les condujo a pensar en una protección con la que salvaguardar su unión. De común acuerdo, él decidió empadronarse a 47 kilómetros, en Corella. “Por lógica no tenía sentido estar separados”, aprecia ella. “En toda relación es necesario el cariño”, añade. Su bagaje de estabilidad se reduce a seis meses de pareja, con toda la ilusión por delante y un ligero atisbo de tristeza en los padres de él cuando decidió dar el salto desde Arnedo. “Es verdad que a mis padres no les ha venido bien, pero me entienden”. La jornada partida en el trabajo le permite salvar las distancias con la coincidencia con ellos en la comida. Un escrito de su empresa es su salvoconducto en sus viajes entre semana a su localidad de origen. En el móvil lleva almacenado el certificado de empadronamiento en Corella, por si debe justificar su regreso a su actual lugar de residencia. “No me los han pedido nunca”, pero cualquier precaución, también para evitar multas, es necesaria. “Antepuse estar junto a Cristina a permanecer en mi comunidad, en La Rioja. Lo que apetece es estar con una persona a la que quieres; no a distancia”. EL SALTO A LA INVERSA Fernando Cigudosa González, educador en el colegio público de Azagra de 32 años, hizo el camino a la inversa cuando comenzó el curso escolar. Dio el salto desde San Adrián para convivir bajo el mismo techo, en Pradejón (La Rioja) con Leyre Fernández Ezquerro, que con 31 oposita a una plaza en Educación. “Llevamos once años de relación. Antes de la pandemia vivíamos los dos en Logroño”. Marzo de 2020, que quedará para la historia como un antes y después, les sorprendió en sus respectivas casas paternas, con el río Ebro como barrera infranqueable. Hasta que arrancó el nuevo curso escolar no hubo replanteamiento de convivencia. “No queríamos vivir separados. Después de tanto tiempo…”. A diario, salvaguardado por el justificante firmado por su colegio, pasa el puente que vadea el Ebro. El escrito es, en su caso como el de otros tantos, garantía de permanencia junto a su pareja. La riojana Leyre Fernández y Fernando Cigudosa, de San Adrián. CEDIDA A diario, desde Viana Mario habla con Vicente y Feli por teléfono. Durante media hora, el nieto ilumina, sin verlo, el brillo de los ojos de sus abuelos. La comunicación salva la distancia de 45 kilómetros con San Román de Cameros, en La Rioja, pero no apaga el anhelo de reencuentro. “Desde el 30 de diciembre estoy en Viana y no he visto ni a mis padres ni a mis hermanos. Tengo contacto con ellos todos los días”. Lo dice la madre de Mario, Cristina Moreno Martínez, psicóloga en Viana, a la que tan sólo 9 kilómetros separa de La Rioja y de poderse encontrar con sus tres hermanos, Alfonso, Nuria y Juanma. Por su trabajo y por la relación diaria en Viana con ellas dice que “las personas mayores están muy abandonadas. Sus sensanciones son que han perdido muchísimo, que han estado encerradas. Para las personas mayores es muy importante la estimulación. A ellos no les llegan las nuevas tecnologías. Es una franja de población a la que se le está haciendo mucho daño a nivel psicológico”. LOS ABUELOS DE MARIO Su hijo Mario no puede comunicarse con sus abuelos por videollamada. No le ven y “no me ven”, observa su madre. Tal barrera es un freno, apaciguado por las palabras que son siempre alentadoras en los cuidados humanos. Después del verano de coincidencia en San Román de Cameros, donde hubo abrazos y también risas, llegó el otoño de apreturas y distancias. El frío del invierno en Navidad fue tan real como el descenso de temperaturas. “Estuvimos en San Román. Los encuentros entre la familia fueron en la calle. En las comidas y cenas, cada uno en su casa. Mi madre tiene cerca de 80 años y mi padre, casi 90. Nos daba mucho miedo que se pudiesen contagiar por compartir las cenas”. Así como no pudieron reprimir su primer impulso de abrazarse en verano, una esperada reducción de las restricciones cuando mejoren los índices epidemiológico no comportará una manifestación tan efusiva. Cristina aboga por la prudencia. Se imagina “un escenario diferente al del año pasado”. Cuando decaigan las limitaciones de movilidad y pueda acercarse a sus padres y hermanos procurará mantener la distancia. “No me atrevo -confiesa- a dar una abrazo a mi madre. Espero volverla a ver en febrero pero con distancia y al aire libre, evitando el contacto”. Los hermanos Cristina y Alfonso Moreno Martínez mantienen la distancia de seguridad, reforzada por la separación entre Viana y Logroño. MONTXO A.G. Hay -dice- “una incertidumbre mayor ahora”, con un cambio de medidas continuo, que no proporcionan estabilidad emocional. Su capacidad de aprendizaje a restricciones en La Rioja y Navarra, donde trabaja, le ha hecho madurar. El potencial de las nuevas tecnologías, aplicadas a su tarea, han sido un descubrimiento, como afirma, mientras su hijo de seis años suspira por jugar con sus primos y estar al lado de sus abuelos, en San Román de Cameros. EN ELIZONDO Y LESAKA Elina Rodríguez Merchán lleva 23 de sus 58 años de vida apegada al valle de Baztan. Un primer contacto con Erratzu le dispuso en el camino de Elizondo donde hoy despacha saludos desde el mostrador de una tienda que regenta. Viuda y sin referencia familiar a su alrededor, vive pendiente del teléfono para comunicarse con una de sus hermanas. Es un hilo permanente con la línea sanguínea tendida hacia Madrid y Menorca. Allí viven cuatro hermanos y sobrinos. Una baja en Navidades le sirvió de motivo de reencuentro con uno de ellos en Elizondo. La primavera fue de esperanza como el verano, que recibió la visita de sobrinos. Al igual que tantas personas es consciente de que el año transcurrido ha sido de “relaciones complicadas”, no por voluntad sino por un mal que acecha y obliga a recluirse en ámbitos privados. En la distancia con Menorca y Madrid siente una preocupación recíproca por el estado de salud y el ánimo en la familia. José Manuel Curto García, de 72 años de edad, anda estos días inquieto en Lesaka, donde vive junto a su mujer, Nohemí Vaquero, desde que recaló en 1965 para incorporarse a la plantilla de Laminaciones, hoy Arcelor Mittal. El viernes estaba impaciente por recibir una circular, que no llegaba, del hospital comarcal de Irún, situado a poco menos de 20 kilómetros de su hogar. El documento debía servirle a él y a su hija, Alicia, que vive en Oiartzun, como salvoconducto para pasar de una a otra comunidad. La inquietud comenzaba a pesar por el dolor que le aprieta “como si estuviese un perro mordiendo” en la espalda, a la altura del sacro. Mañana debe estar en Irún para recibir una infiltración que le procure un momentáneo alivio. “Ya me dijeron en el ambulatorio de Gros, en San Sebastián, que la solución era operarme”. Sin posibilidad alguna de ponerse al volante para recibir el remedio provisional, depende de su hija pequeña, Alicia, que vive en la vertiente opuesta del alto de Agiña que separa Lesaka de Oiartzun, en Guipúzcoa. Desde Navidad no le ha podido ver como tampoco a su nieta, de 18 años. Casualidades, una dolencia en una muñeca le impide a su hija mayor, Paloma, residente en Bera, acudir en su apoyo para llevarle a la cita de mañana. “Si me operan por casualidad nos quedaremos allí unos días, en Oiartzun”. Lo dice un salmantino de raíz que, más allá de sus dolencias que le abocan a descansar a cada tramo del camino, asiste cuando y como puede al párroco en el templo de San Martín. José Manuel Curto vive en Lesaka y tiene una hija en Oiartzun. EDUARDO BUXENS EL HERMANO DE IRÚN Maite Igarzabal Etxabide regenta una peluquería en Lesaka. Por proximidad tiende a realizar gestiones comerciales en Guipúzcoa y, más en concreto, en Irún y su entorno. No hace nada diferente al resto de ciudadanos de Cinco Villas en formalidades tan diversas, como la necesaria atención de especialistas médicos, o en el capricho de buscar un remanso de paz junto al mar en soledad o compañía de amigos. No puede acercarse a almacenes de peluquería de San Sebastián. “Es injusto -opina- no poder estar en diez minutos en Irún y tener que comprar en Pamplona, a tres cuartos de hora. Sé que esto acabará pero no es una situación fácil ni agradable para trabajar”. Tampoco puede recibir en su peluquería a las hijas de su hermano Gabi, de Irún, ni ha podido visitar a una de ellas que fue madre en días pasados. En Lesaka tiene el calor fraterno de sus hermanas Isabel y Gema. La unión de la familia y el apego a la tierra alcanzan el grado de categoría suprema en el orden de valores heredados. La casa de Isabel está abierta a regar las raíces y las ramas del árbol genealógico. Los cambios establecidos por las normas de protección pudieron apreciarse en la mesa de las últimas Navidades. Sólo hubo dos cubiertos, cuando doce meses antes fueron 26. La diferencia en el número no es un detalle nada banal. Al contrario refleja el pesar de quienes los tuvieron en la mano y no pudieron compartir en el último cambio de año el ingrediente nutritivo de las afinidades. Las hermanas Isabel y Maite Igarzabal Etxabide, de Lesaka, miran a Irún, donde reside su hermano, Gabi. EDUARDO BUXENS Isabel y José Ignacio son padres de Nahiara, casada en Bilbao, y Erik, cocinero en San Sebastián. “Mi marido -cuenta ella- cumplió los años el 11 de marzo. Tres días después estaban preparados para venir a Lesaka mi hija, mi yerno y mis nietas, y mi hijo también para celebrar el cumpleaños ese fin de semana. Tenían todas las maletas en el hall, cuando a las tres de la tarde el lehendakari salió en televisión y dijo que se cerraba todo. Y a deshacer las maletas. Y allí se quedaron ellos y aquí nos quedamos”. Recita de memoria las fechas que son de guardar en la familia. “Mi hija Nahiara cumplió los 40 años y no pudimos estar con ella. Tiene dos niñas: Irati y Leire, de 12 y 10. La segunda celebró en octubre la Primera Comunión y tampoco pudimos ir a Bilbao”. Tal y como está el panorama, con la prohibición de movilidad con el País Vasco en uno y otro sentido, salvo necesidades justificadas, el matrimonio ha renunciado a hábitos que eran cuidados con sendas comidas semanales en San Sebastián y Pasajes con su hijo y una cuñada. El carrusel de emociones del año transcurrido va haciendo mella. “Ya les suelo decir a mis amigas de Lesaka y San Sebastián: ‘No sabéis la suerte que tenéis de tener a los hijos y nietos al lado’. Es que no parece ni normal que estén tan cerca y al mismo tiempo tan lejos”. Los límites geográficos marcan la diferencia por una lógica de prudencia. Sus líneas no aparecen dibujadas en el mapa del corazón, que se rige por otras coordenadas.

Vidas cambiadas por el cierre perimetral en Navarra

Las restricciones de paso entre comunidades por la pandemia dan lugar a apuestas de encuentro entre parejas con cambios de empadronamiento. Otras sufren la separación en la lejanía como tantas familias divididas en los márgenes de las mugas