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Investigación

Un experimento de la Universidad de Navarra demuestra que mantener la distancia de seguridad es un reto casi imposible

El experimento demuestra la dificultad de mantener 1,5 metros de separación entre personas en movimiento

Ampliar Un experimento demuestra la dificultad de garantizar el distanciamiento social en situaciones de movilidad
Un experimento demuestra la dificultad de garantizar el distanciamiento social en situaciones de movilidad
Actualizado el 20/01/2021 a las 07:26
Resulta probable que casi todos hayamos sentido en alguna ocasión en los últimos meses la sensación de habernos acercado más de la cuenta al otro. En un centro comercial, en una tienda, en un supermercado, en una calle concurrida.... es sencillo aproximarse a otros y romper esa distancia de 1,5 o 2 metros que se considera conveniente para evitar la propagación del coronavirus. Los resultados de un experimento realizado en la Universidad de Navarra corroboran ahora, con una prueba científica, esa misma sensación. Mantener la distancia social cuando se está en movimiento es casi un imposible salvo en espacios apenas ocupados. En el experimento, únicamente con una densidad de 0,16 personas por metro cuadrado, o dicho de otra forma, solo cuando una persona dispone de hasta seis metros cuadrados a su alrededor para sí mismo, se puede garantizar que todos mantendrán la distancia prudente. Para hacerse una idea, es una densidad aún menor que la que se daba en los supermercados en los momentos de mayores restricciones, en abril y mayo, en pleno confinamiento y con los aforos reducidos al mínimo. Entonces, calculan los investigadores, esa densidad era de 0,17 personas por metro cuadrado.
Iñaki Echeverría Huarte, pamplonés de 25 años, doctorando en el departamento de Física de la Universidad de Navarra, dirigió el experimento. Daba por sentado que mantener la distancia de seguridad es casi un imposible en la vida cotidiana, sobre todo “porque no somos siempre conscientes de que tenemos que hacerlo; acercarnos a los otros en un supermercado o en otros recintos es un gesto que sentimos como muy natural”. Así que los investigadores se plantearon si ese mismo fenómeno se repetía con personas que tenían como único propósito mantener la distancia social mientras caminaban. “Se trataba de reducir el problema a los elementos más básicos”, indica el investigador pamplonés. “Y hemos visto que sigue siendo muy complicado mantener la distancia social. Estaríamos condenados si esa fuera la única garantía contra el virus”.
GORROS ROJOS
El experimento, coordinado por el departamento de Física y Matemática Aplicada de la Facultad de Ciencias junto con la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra, lo llevaron a cabo en junio, en el edificio Amigos del campus. Contaron con cerca de 40 voluntarios, a los que básicamente pidieron que caminaran en el interior de un espacio acotado, de unos 72 metros cuadrados. Hicieron distintas versiones de los paseos. Con 12, con 18, con 24, con 32 caminantes. Con ritmo más lento y más rápido. La única instrucción era mantener la distancia de seguridad, que unas veces se fijó en 1,5 metros y otras en 2. También les pedían que, al sonido de un silbato, se dirigieran con orden y separación a un punto concreto. Fueron caminatas de unos pocos minutos, que se repitieron una y otra vez, durante casi toda una tarde.
Existía otra orden que debían cumplir los voluntarios en sus paseos. Llevar puesto un gorro rojo, imprescindible para identificar a los caminantes en los vídeos que se tomaron. “A partir de las grabaciones , utilizamos un programa de ordenador que recoge los gorros rojos y los transforma en puntos de los que se conoce su posición y velocidad en todo momento”, explica Echeverría. “Eso nos permite calcular la distancia a las personas más cercanas, pero también otros parámetros”.
De hecho, los resultados, que se han publicado en la revista Scientific Reports, van más allá de constatar la dificultad de quedarse a metro y medio de distancia. También señalan por ejemplo el efecto de la velocidad. Cuando más rápido, más posibilidades de romper la distancia, pero también de reaccionar con más presteza. “Nuestro tiempo de reacción suele ser fijo, por eso cuando vamos rápido recorremos más distancia y acabamos acercándonos más. Ese es el efecto negativo, pero también existe otra consecuencia opuesta: la resolución de estos conflictos se solucionan antes cuando se avanza más rápido”. De alguna manera, la respuesta es más instintiva. En cambio, “con menos velocidad, podemos pensar más, y ver cuál puede ser la mejor estrategia” para mantener la distancia, dice Iñaki Echeverría, que ha medido también que el tiempo de exposición en el que dos personas en movimiento quedaban a menos de esos 1,5 o 2 metros, antes de darse cuenta de ello y alejarse, rondó entre los 2 y los 4 segundos.
CONCLUSIONES
El experimento permite sacar algunas conclusiones que pueden servir para las situaciones de la vida real. La primera, la más evidente: dado que el cumplimiento estricto de la distancia social resulta muy improbable, hay que acompañarla con otras medidas, “que ya están”, como puede ser el uso de la mascarilla o la higiene de manos. La segunda se deduce de inmediato: “Hay que evitar en la medida de lo posible los lugares donde se concentra bastante gente en movimiento, como pueden ser los centros comerciales o los supermercados, donde guardar ese espacio va a ser complicado”.
Iñaki Echeverría señala que también que aunque su experimento “tiene muchas limitaciones”, sí puede servir “como base” a la hora de determinar los aforos de determinados recintos. “Puede ser un trabajo pionero”, dice el investigador. “Simplificar la realidad a través de un experimento pequeño y controlado nos puede ayudar a crear primeras aproximaciones para establecer restricciones de densidad en espacios urbanos basándonos en evidencias científicas”. Además, indica que su método, que ellos han utilizado en un recinto cerrado, se podría usar también en las calles. “Ya se ha hecho un estudio en el extranjero sobre una estación de tren. Quizá resulte difícil trabajar con mucho volumen de gente o que la calidad de los datos no sea la misma, pero tendría mucho interés porque sería un experimento real”.
Por otra parte, Echeverría llama la atención de que hasta que llegó el virus los estudiosos de la dinámica de peatones, como él mismo, así como arquitectos o ingenieros, habían analizado las situaciones contrarias, los lugares con gran densidad de gente, donde se concentraban tantos que se podían producir apelotonamientos o donde había que prever las formas más seguras de evacuar un local. “Nunca se había hecho nada con espacios con pequeñas densidades de ocupación. Se creía que no había riesgo”. Hasta que el virus, como en tantos ámbitos, lo cambió todo.
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