José Antonio Olangua, regreso a la vida tras 59 días en la UCI

Dice que le ha dado por hablar. Es la suerte que tengo porque así me cuenta su experiencia, con detalle, con el detalle que le pido, aunque él nunca hubiera imaginado escuchar algún día estas preguntas ni, claro está, tener que responderlas. Todavía hace falta tiempo para asimilar. Todo. Montxo Armendáriz narró “27 horas” de sus personajes en una de sus obras. José Antonio Olangua Ramos (Pamplona, 1959) podría titular su película “27 días”, el tiempo que ha vivido sin existir, en coma inducido, en la UCI del Complejo Hospitalario de Navarra. A diferencia de la obra del cineasta navarro, la historia de Olangua ha tenido final feliz. A pesar del coronavirus. A los “27 días” con pie y medio en el otro mundo, como repite a lo largo de la conversación, se sumaron 32 más en la UCI y 24 más en planta. Volvió a su casa el viernes 5 de junio, después de pasar 83 días hospitalizado, en los que vivió pesadillas confundidas con las que realmente tuvo en sueños. Mucho de lo que sabe que ocurrió se lo han contado cuando salió de esa otra vida que tuvo de la que poco recuerda. José Antonio Olangua lleva 31 años como gerente de una empresa auxiliar de automoción que, desde 1999, es propiedad del grupo burgalés Gestamp. Con plantas en Arazuri-Orkoien y Noáin, 360 trabajadores y 220 millones de euros de facturación prevista, Gestamp Navarra se dedica a la estampación en frío, soldadura, hidroformado, corte láser y shotpeening para piezas de chasis y carrocería de automoción. Volkswagen Navarra es uno de sus principales clientes. Además, es presidente de la ANEM, la Asociación Navarra de Empresas del Metal y, como tal, vicepresidente de la Confederación de Empresarios de Navarra (CEN). Ingeniero técnico industrial, comenzó a trabajar con 13 años en la relojería Olangua, de su padre, en la calle pamplonesa Estafeta, 2. Mantiene su afición a investigar los interiores de los relojes en la mesa que conserva de su padre en su casa, y su gusto a estudiar el tiempo que en la UCI venía marcado por un reloj grande, de fondo blanco y redondo, con agujas negras que tenía delante de la cama, por el que los minutos, las horas y los días pasaban de manera mucho más lenta que lo habitual. Para esta entrevista, en su casa, me recibe de pie, apoyando en dos bastones sus 1,86 centímetros y sus 98 kilos, 15 menos que los que tenía antes de todo. “Me venía bien perderlos”, aclara. Le acompaña su mujer, Merche Valencia. Me viene bien para reconstruir lo que fueron esos días que para José Antonio Olangua no existieron y que para los demás fueron tan dramáticos, y porque así, cuando la emoción vuelve, porque siempre vuelve, a los ojos y al habla de quien es consciente de todo lo que ha recuperado y de lo que podía haber perdido, me giro hacia ella y le paso la palabra. Padres de dos hijos ya casados, en la narración se combina la tragedia de lo vivido con el humor, casi negro, de Olangua, y la alegría unida a la felicidad visible de los dos. Se respira una compenetración especial que supongo la da saber que han vuelto a vivir por segunda vez. Por eso la entrevista a José Antonio Olangua se convierte, en ocasiones, en una conversación a tres bandas. Dejan que pregunte y eso hago. ¿Ha visto la muerte? José Antonio Olangua. Desde que volví no puedo dejar de emocionarme al pensar en la UCI y en el hospital. Estuve varias veces al final del túnel, pero se empeñaron en que volviera. Y aquí estoy. Durante los 27 días en coma sé que estuve varias veces muy cerca de muerte. Pero no era consciente. Sí que luego me han asaltado sueños raros que tenían que ver con ese tiempo. (Se detiene al recordarlo y alarga el tiempo). Luego todo se valora mucho más… (Se emociona.) Me hicieron una transfusión de sangre porque tuve una hemorragia interna y creo que fue de un llorón porque desde que he salido de la UCI me emociono por cualquier cosa. 27 días que, luego he visto, para mi familia fueron trágicos porque las noticias que les llegaban eran inquietantes. Fueron 27 días sin poder verme, solo con un contacto telefónico con el hospital, al mediodía. A veces les enseñaban alguna imagen con teléfono cuando estaba bien, porque cuando estaba bocabajo no les mandaban nada. Han vivido una incertidumbre grande. Cuando estaba bien… relativamente, quiere decir. JAO: Sí, sí, cuando estaba bocarriba, quiero decir, era entonces cuando me hacían la foto. Pero no les dejaban entrar. Merche Valencia: El mensaje era siempre que seguía igual, sin cambios y que eso era una buena noticia. Nos llamaban todos los días al mediodía para darnos el parte. ¿Les dejaron pasar a verle cuando pasó el riesgo de contagio? JAO. Cuando desperté, aunque no había pasado el peligro de contagio, ya le dejaron entrar a Merche. Lo hacía toda cubierta, con los EPIs correspondientes, como iban los médicos. De hecho, la que me despertó fue ella. Porque no podían despertarme ya que cuando me quitaban la sedación sufría el síndrome de abstinencia y el cuerpo funcionaba brutalmente. Tuvieron que usar metadona. Entonces, le avisaron a ella pensando que al oír su voz me despertaría. Y así fue. El 14 de abril. Lo primero de lo que tengo consciencia es de su voz, dándome ánimos… MV. Fue algo que no se puede explicar, una emoción muy grande. Me dijeron que, como no conseguían despertarlo, igual con mi voz, que les parecía musical… Me preguntaron si me atrevía a ir para intentar despertarle. Yo fui y le dije: “Hola, cariño, que soy yo, Merche, que me han contratado ahora por un ratito para que sea tu enfermera particular”. Entonces empezó a abrir el ojo y a mirar… Era una mirada tan… tan profunda que vi que llegaba al alma enseguida. Ahí ya vi que sí, que era el momento de empezar a ir para adelante. Fue muy emocionante para mí que hubieran contado conmigo. Después, estuvieron todos los médicos muy pendientes de mí, porque me dijeron que había estado muy serena al entrar, que no me derrumbé al verle. Ocurrió al contrario, me fui para arriba para transmitirle toda la fuerza posible. ¿Qué recuerda de ese momento? JAO. Yo voy mucho a nadar y en todas estas situaciones raras me veía en una piscina de chorros, en una situación agradable. Esas eran mis visiones. Pero luego, en los 32 días que siguieron en la UCI ya despierto, hubo momentos en los que lo pasé mal. Había días que estuve muy nervioso, decía que me quería ir, que me tenían secuestrado, que me torturaban… Eso me han contado, porque yo perdía la consciencia. MV. Después de esos 27 días estuvo diez días desorientado, muy negativo, se veía tan agobiado... Le decían los médicos que salir adelante dependía de él. El doctor José Roldán le dijo: “Nosotros no hemos llegado hasta aquí para tirar la toalla. Tú haz lo que quieras, pero nosotros vamos a seguir dándote caña para que salgas adelante”. Los médicos tuvieron conversaciones muy duras con él. Trataban por todos los medios de que él saliera del atasco en el que estaba hundido. Los médicos le decían que iba bien, pero él se veía fatal, no podía tampoco hablar. Al final, entre unos y otros, consiguió salir. Cuando ya se centró y vio qué le pasaba, cuando entendió por qué estaba ahí, entonces fue cuando empezó a remontar. Además de la piscina, ¿qué otras imágenes conserva? JAO. Un día soñé que la UCI quebraba al estilo americano. Apagaban las luces, se iban todos y me dejaban solos. Entonces, aparecía una enfermera a la que le pedía ayuda para ir hasta la puerta para irme. La enfermera, en sueños, me dijo lo que he escuchado muchas veces: “¿Sabes dónde estás? Estás en la UCI del Hospital de Navarra”. Entonces, yo eso lo entendía como garantía. Poco tiempo después fueron volviendo todos y encendieron las luces. Ese fue uno de mis sueños. ¿Algún otro sueño confesable? En la UCI se pasa mucha sed, porque te dan poca agua para que no se vaya por el otro lado. Eso es verdaderamente trágico. Y tenía un sueño recurrente. Que cuando saliera, si salía, iba a ir a un bar de aquí al lado a tomarme un agua con gas, en vaso ancho, con hielo y con limón. No lo he cumplido en el bar, pero sí en casa. Me meto unos ‘gin tonics’ de los míos... MV. El otro día, cuando vino el médico de cabecera, Javier Mediavilla, le avisó antes de nada: “Que no es un gin tonic, que es agua con gas”. Este médico se ha preocupado muchísimo y ha estado llamándome todos los días, desde el día en que entró en la UCI. LOS MÉDICOS José Antonio Olangua va contestando, obedece al fotógrafo y posa, solo y con su mujer. Pero sí hay un momento en que para y advierte: “Yo quiero hablar de los médicos”. En realidad, ese es el motivo principal que le lleva a aceptar esta entrevista, para agradecer su labor en todo este tiempo. Adelante. JAO. En la UCI había dos médicos: José Roldán y Óscar Agudo. Ellos dos estaban siempre. Metían todas las horas del mundo. Estaban de guardia o de turno, fines de semana… Siempre. Han sido mis ángeles de la guarda, los que se empeñaron en sacarme adelante. Ellos y todos los equipos. En planta he tenido un neumólogo, JJ Lorza. Así lo llaman, J.J. Hasta ahora yo utilizaba la expresión ‘visita de médico’ para referirme a una visita corta. Ya no me sirve. Estaban conmigo el tiempo que hacía falta, media hora, tres cuartos de hora, mirando todo. El neumólogo me explicaba todo con mucha claridad, qué medicación me daban, por qué cambiaba… El doctor Lorza, el penúltimo día, me dijo: “Ya que te vas mañana, te voy a contar todo lo que te ha pasado”. Estuvo media hora explicándome una batalla que yo desconocía, desde el principio al final, las complicaciones que había tenido que, según él, fueron todas. Me cogí el ‘mejor’ coronavirus y, a partir de ahí, todas las complicaciones posibles las tuve. Eso me hizo tener neumonías. Y, a pesar de todo, consiguieron sacarme. En cuanto esté bien de piernas iré a ver a los médicos, tengo ese compromiso, les gusta que vayan los pacientes cuando se han recuperado. Espero cumplirlo cuando tenga piernas suficientes. MV. Cuando hemos salido de la UCI no hemos dejado médicos como tales, hemos dejado amigos. Habla de neumonías en plural. Sí. Tuve neumonía por el coronavirus. Y luego en los dos pulmones bilateral por una bacteria. En total, cuatro neumonías, dos veces en los dos pulmones. También quiero mencionar a todo el equipo, celadores, auxiliares, enfermeras… Además, me trataba una logopeda todos los días. Yo estuve sin poder hablar hasta cinco días antes de salir de la UCI por las cánulas que ponen en la tráquea. Cuando me pusieron otra más pequeña puede empezar a hablar. Me la quitaron y esa tarde fue mi hijo y estuve hablando con él una hora. Ahí empecé a resucitar. Fue el cambio fundamental. Ese día empecé a vivir. MV. Le hicieron la traqueotomía porque al despertar notaba los tubos que le iban por la boca a la tráquea para poder respirar. Es una situación complicada, extraña, a la que se unen los restos de sedación y la ansiedad. Lo normal es que les hagan la traqueotomía porque ya van los tubos directos a la tráquea. JAO. Tenía un cordón para sujetarme la tráquea. Yo decía: “Más floja, más floja”. Y me respondían: “No, no, que si la ponemos más floja se te va a salir la tráquea.” Y las enfermeras lo hacían todo con un cariño… Me hablaban, yo movía los labios, y ya está, algunos podían leerme un poco los labios. ¿No escribía? JAO. No tenía fuerzas. Te despiertas del coma y solo puedes mover las pestañas. Es una situación durísima para la cabeza, realmente trágica cuando te explican qué te ha pasado, porque cuando entras en coma, lógicamente, no lo sabes. Ahí empiezan los fisios su trabajo, desde el primer día, incluyendo sábados y domingos. Los fisios me hablaban mucho durante los tres cuartos de hora en los que estábamos haciendo ejercicio. Siempre lo agradeceré, me empezaban a preguntar y yo intentaba contestar con monosílabos. Era un rato muy agradable, a pesar del esfuerzo. El fisio Alejandro Sanz, como el cantante, fue el primero que tuvo el valor de ponerme de pie en la UCI. Yo pensaba que les iba a aplastar con mi peso y volumen. También he estado con él en planta en diferentes sesiones, me hablaba mucho y me daba esa media hora diaria de alegría. ¿No se olvida uno de hablar? JAO. Desde que desperté del coma, en la UCI y en planta, todos los días iba la logopeda para hacer ejercicios con la boca y la lengua. MV. Es que estuvo 27 días quieto, vegetativo, no hacía esfuerzos, vivía de una máquina, sin mover ni los dedos ni las manos. La lengua también se quedó paralizada. Cuando en la UCI empezaron a moverlo un poco de la cama a un sillón, él no era capaz de sujetarse. Se quedó sin músculo. Tal como le sientan, así se quedaba, con la cabeza ladeada, como un muñeco al que tenías que mover. JAO. Al sillón me pasaban con grúa, lo llamaba el sillón de las torturas. Me decían: “Solo vas a estar media hora”. Pero no, era más, alargaban todo lo que podían, se trataba era de estar el máximo rato posible. Cuando me pasaban por fin a la cama era ya un descanso. Poco a poco, iba aguantando cada vez más tiempo en el sillón. ¿La alimentación por la nariz? JAO. Sí, era una sonda por la nariz hasta el estómago. Eso no me molestó nada ni me enteraba. No tenían horas ni de desayuno, ni de comida, ni de cena. Todo era igual. No sería fácil reconocer al personal sanitario que le atendía. JAO. Los hombres entraban sin gorro, al verles la cabeza los he distinguido más fácil. Mientras que las mujeres iban todas igual, con gorro, careta, mascarilla y no he conseguido reconocerlas. “Al pensar en la muerte estaba muy tranquilo” En todo este ‘tsunami’ provocado por el coronavirus José Antonio Olangua no se olvida del ámbito laboral. “Fue otro golpe el del trabajo”, dice. ¿También había sitio para el trabajo entre sus preocupaciones? Les dejé solos en el peor momento de la historia de la fábrica. El 15 de marzo por la noche ya ingresé y el 16 llegó la hecatombe, con una crisis tremenda. Yo siempre había estado ahí, cuando las cosas iban bien y cuando iban mal. Estoy encantado del trabajo hecho por el equipo directivo y de mantenimiento. Llevamos mucho tiempo juntos, son personas muy experimentadas, saben lo que tienen que hacer y lo han hecho muy bien, pese a unas dificultades con las que nunca nos habíamos encontrado. Vayamos al principio. ¿Cómo llegó el coronavirus a su vida? Surgió a finales de febrero de alguna reunión de trabajo de las muchas que tengo por mis cargos en Gestamp, en ANEM y CEN. Lo cogí en Pamplona, no había salido. Varias personas del entorno de la CEN lo han pasado. ¿Cuándo empezó a estar mal? A partir del 9 de marzo. Por la mañana no tenía fiebre e iba a la fábrica. Pero por la noche me subía a 38. Fuimos al médico a Urgencias de San Martín tres veces y me mandaban a casa con paracetamol. Lo peor fue la última. Me atendió la enfermera, me sacaron una placa y pasé al despacho del médico en Urgencias. Sin traspasar la puerta, desde su mesa me dijo: “¡Quédese ahí! No se mueva. La placa está bien. A casa con paracetamol”. Le pregunté si no me iban a hacer más pruebas. Me dijo que no. Fue tremendo. Tenía todos los síntomas. Desde lejos me mandó a casa sin auscultarme. Eso fue lo peor que me ha pasado en cuanto a atención. Al día siguiente, por la noche, me sentía muchísimo peor, no podía respirar. Llamé al 112 y, a la vista del historial de la semana, me mandaron una ambulancia. Ingresé por mi propio pie. Me tumbé en la camilla. Y una hora después perdí la consciencia. Estuve lunes y martes en planta, y mandé mensajes, pero no me acuerdo de nada. Después de esos dos días, ya pasé a UCI, 27 días en coma inducido. Me sedaron e intubaron para poder respirar. Luego, permanecí 32 más ya despierto. Después pasé a planta hasta sumar 83 días hospitalizado. Al llegar, me pusieron bocabajo varias veces con un brazo levantado. Me dijeron que se hace cuando el paciente está muy, muy grave. Es para poder respirar mejor. En coma, ¿no fue consciente de que podía morirse? No. Hay quien habla de que han visto la luz en un túnel. Pero yo tengo perdidos esos días. Luego me han dicho que estuve con un pie y medio en el otro lado. Pero no tenía consciencia. Y después, ¿pensó que se podía morir? Sí, sobre todo con el esfuerzo que tenía que hacer para sacar las flemas. “Tose, tose”, recuerdo que me decían. Y a los cinco minutos, otra vez. Cuando estaba en coma me metían de todo por la tráquea para sacarme las flemas de los pulmones. Me han dicho que me hicieron ‘barbaridades’ cuando estaba inconsciente. Pero al despertar seguía con las flemas, era una pesadilla brutal y constante, me salían por la tráquea y por la boca. Hacía tanto esfuerzo por sacarlas que pensaba que el corazón me iba a fallar. Pero aguantó. ¿Qué sentimiento domina cuando ve la muerte cerca? Hay de todo. A veces pensaba, y no lo había dicho hasta ahora: “¿Qué hago yo aquí si estoy tan mal y tengo tanto sufrimiento? ¿Y si me dejo llevar?” Pero luego volvía a la realidad y me decía: “Si salgo adelante, bienvenido sea todo”. Intuyes también que hay cosas que no te dicen. Porque si llevas tantos días ingresado es porque estás mucho peor de lo que te dicen. Es que hay tanto tiempo para pensar… que se te pasa todo por la cabeza. Con el final, al otro lado, ¿hay sitio para el remordimiento por lo hecho? Yo estoy muy contento de lo que he hecho en mi vida, que siempre ha sido lo que he creído que tenía que hacer. Y lo seguiré haciendo si tengo tiempo. Y ya está. Valores como el esfuerzo y el trabajo son lo primero en mi vida. Por eso no tenía ningún remordimiento. Por eso estaba muy tranquilo. ¿Y tristeza por dejar cosas pendientes por hacer? Tampoco consideraba que dejaba nada por hacer, porque ¿qué cosas tengo pendiente? Me queda seguir trabajando y viajar, que es lo que más nos ha gustado a Merche y a mí. Ahora valoro los pequeños detalles, como comer acompañado en casa. Para mí es algo enormemente maravilloso. Entonces, ¿qué se piensa en ese momento? Es la situación de la famosa frase de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. No tuve miedo. Es el momento de pensar que, si tiene que ser así, si toca, toca. Realmente no tuve ningún sentimiento especial. Les decía a las enfermeras el último día y se reían: “Creo que he aguantado porque los hombres tenemos capacidad para no pensar en nada en algunos momentos, mientras que las mujeres no sois capaces, siempre estáis pensando en algo”. Por eso creo que he aguantado tanto en la UCI. También es verdad que te dices a ti mismo: “Si he llegado ya hasta aquí, ya saldré”. ¿Pensaba en Dios? ¿Es religioso? Soy creyente, pero no muy practicante. Pensaba algo en Dios, pero poco. De vez en cuando rezaba, seguramente cuando me veía peor. Como sabía que estaban rezando por mí tanto… Yo es que soy una persona muy pragmática, realista, práctica…, por mi trabajo, supongo.

José Antonio Olangua, regreso a la vida tras 59 días en la UCI

Esta es la historia de una travesía, la vivida por José Antonio Olangua a través de la enfermedad del coronavirus, de la cercanía de la muerte y de la recuperación. 59 días en la UCI en el Hospital, 27 de ellos en coma. En total, 83 días ingresado

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