NIÑOS
Lantz, el pueblo con la tasa de natalidad más alta de España
Actualizado el 16/02/2017 a las 17:18
Cuando Isabel Baleztena Larraza recaló hace dos décadas, el último niño en llegar al mundo en Lantz tenía seis años. El embarazo de su primer hijo, Mikel, era una ventura esperada en el seno familiar y también en el entorno en medio de la diáspora que adelgazaba la población por la variable incontestable de la búsqueda de trabajo en otro lugar. A decir de la madre, hoy alcaldesa, el nacimiento en enero de 1998 supuso un “punto de inflexión” en el vacío que llenaba la franja de edad infantil. Empujando la silleta entre casas de piedra levantadas sobre el cimiento de la historia, el pequeño Mikel era el pilar angosto de una pirámide de población inversamente proporcional a la lógica de la naturaleza. Lo fue durante cinco años hasta que nacieron Ane y su hermano, Imanol, los nuevos retoños de una nueva primavera generacional que aventuraba verdores con el nacimiento de otros brotes. Hasta entonces, el pequeño Mikel había tenido la exclusividad de las caricias de cuantos se cruzaban en la calle, entre ellos una copiosa remesa de adolescentes. Los mismos que rebosaban energía en la inminencia de la juventud son hoy padres que mantienen ancladas sus raíces en el lugar donde se criaron. “Sumas sus hijos a los de aquellas otras personas que han venido de fuera”, razona la alcaldesa, y sale la ecuación de la tasa de la natalidad que bendice a Lantz.
La ciencia exacta de las matemáticas no engaña. El censo “a día de ayer” (por el miércoles pasado) reflejaba un registro de 155 habitantes. De este número, 35 son menores de 14 años. Y más aún, 20 de ellos no alcanzan los seis. En tales circunstancias, un estudio estadístico presenta a Lantz como el pueblo menor de 5.000 habitantes con mayor tasa de natalidad de España.
A escala reducida de Navarra, ocupa el segundo lugar en la lista de sus 272 municipios con mayor proporción en la franja de 0 a 4 años. El único término que le superó en la estadística de 2016 fue el Valle de Egüés (12,25% frente al 11,1% de Lantz). Ahora bien, el desarrollo de Egüés -con 20.046 habitantes, de ellos 2.455 de 0 a 4 años- tiene un marcado acento urbano desde el crecimiento de Sarriguren, por ejemplo. Lantz conserva los retazos de una localidad eminentemente rural.
También Berrioplano, el tercero en la nómina, ha experimentado una metamorfosis en los últimos años con una clara tendencia al perfil urbano proporcionada por sus urbanizaciones de adosados. De sus 6.731 contabilizados en 2016, 737 no superaban los 4 años de edad. En términos porcentuales, la equivalencia era del 10,95%. Sea como fuere, no deja de ser un dato importante si se tiene en cuenta que la media navarra se sitúa por encima del 5%.
En cuestión de demografía, detrás de los números, a simples vista fríos, está el calor que desprende el objeto de su estudio, o sea, las personas. Después de dos días de desplome de los termómetros, con el cielo encapotado y descargas de lluvia de intensidad irregular, el amanecer del jueves en Lantz estuvo iluminado. A temprana hora, de las puertas de las casas fueron asomando rostros menudos sumidos aún en el hechizo embaucador de la somnoliencia. La imagen del autobús de la concentración escolar enclavada en Larraintzar apareció recortada al fondo de la recta de entrada al pueblo como una realidad incontestable. A escasos metros de la parroquia de San Prudencio y San Cipriano, los mismos pequeños que poco antes se habían desperezado formaban un racimo abundante. A su lado, padres y abuelos mecían su despedida con la promesa de celebrar su reencuentro a su llegada sobre las cuatro y media de la tarde.
La entrega vespertina del autobús menguó con respecto a los 25 viajeros, de 3 a 14 años de edad, que se subieron por la mañana. “Es que hay extraescolares y algunos padres tienen reunión en el colegio”, se escucha en la improvisada tertulia de la confluencia de las calles Santa Cruz y San José, reconvertida en parada.
El rumor encendido de las últimas semanas, cuando los vecinos fueron los primeros en sorprenderse por el rango descubierto en la tasa de natalidad, aviva la conversación entre quienes fueron niños y hoy son veladores de su cuidado. “¿Sabes qué alegría da ver tanto niño en la calle?”. La interpelación lanzada al viento brota de María Eugenia Erviti Urroz, originaria de Alcoz y con 40 años de residencia en Lantz, que espera feliz a sus nietos Pello y Belate. “En mayo nacerá el tercero, que es niña”, subraya con orgullo. Los tres son fruto del enlace de dos de la remesa de adolescentes que se cruzaban con el pequeño Mikel, hace dos décadas. El padre, David Mariñelarena, fue alcalde en legislaturas pasadas. Por aquello de la afinidad a la tierra en un sentimiento de pertenencia cultivado desde la infancia, el grueso de los adolescentes formaba una piña cuando salía de Lantz de diversión. “Si iban a Sanfermines -recuerda la suegra del que fuera alcalde- y estaban juntos”.
“¿QUÉ TENDRÁ LANTZ?”
Es más que probable que esa identidad con el pueblo, traducida en la expresión coloquial elevada a máxima del “que es de Lantz es de Lantz”, haya tenido que ver con el crecimiento de la población en los últimos siete años (109 habitantes en 2010 por los 155 de 2017). Ante la posibilidad de establecer su lugar de residencia en otro municipio, prima el valor saludable de la querencia de la tierra conocida.
Un apunte, nada descabellado de la alcaldesa, puede hacer comprender la seducción del pueblo: “La familia mantiene muy arraigado el valor de la casa y de los terrenos. Lantz también conserva mucho las tradiciones”.
Más allá de la costumbre de perpetuar el legado de bienes de los mayores, el aporte de los Carnavales -con Miel Otxin, como icono de proyección nacional e internacional- acentúa la seña de identidad local.
Asentada su economía en el sector primario, la proximidad a una vía de comunicación de primer orden, como es la N-121-A, constituye una ventaja en el aumento demográfico. Maite Oiz Eugi, enfermera de 35 años de edad, se instaló en el término cuando contrajo matrimonio con un autóctono. Madre de dos pequeños -el menor Ibai tiene dos años y medio-, responde al interrogante del “¿Qué tendrá Lantz?” para haber crecido en los últimos años: “Igual es un pueblo que ha dado más facilidades que otros para construir. Pero, sobre todo, es un sitio con mucho encanto. Está cercano a Pamplona, hay mucha gente joven ahora y es pueblo. Siempre he sido de pueblo, donde la vida es tranquila y sana. Tienes el monte cerca y a las nuevas generaciones se les inculca unos valores sanos. Es un pueblo que tiene mucha vida. Y es cierto que la gente de Lantz es muy de Lantz. Hasta la cuidadora del autobús nos dice que los niños de Lantz son diferentes”.
Dice la alcaldesa que “Lantz es un pueblo en el que se vive”, lejano de la idea de una localidad-dormitorio sin relación entrelazada. Y es además “un pueblo que es vivido. El pueblo vive en sí mismo. Estaremos mancomunados y es algo importante, pero siempre acabaremos trayendo a nuestros niños a la plaza. Para mis hijos, Lantz es el mejor pueblo del mundo”.
Lo afirma alguien que llegó hace dos décadas de Villava y que se siente parte de ese entramado de amistades y vínculos que hacen que un pueblo sea único. “Que venga gente de fuera trae niños, inquietudes diferente y proporciona aires nuevos. Eso es importante”, afirma concediendo valor a quienes, sin tener raíces locales, han acabado por echarlas y dando al conjunto un rasgo plural. Ohiana Oiz Olagüe ofrece una perspectiva desde Gartzain, donde reside, sin renunciar a sus orígenes de Lantz: “Es un pueblo que siempre ha tenido vida. Es un pueblo que anima a quedarse”. Y, “¿qué sucede para que haya tanto niño?”, recibe por interpelación. “Que se va mucho la luz. Digo yo. No sé”, responde. Su ocurrencia, contagiada del verdor que colorea los prados, halla eco en las carcajadas de su alrededor.
LA ÚLTIMA MAESTRA
El alborozo, amplificado con la carreras de los pequeños por la calle San Cruz, atrae la atención de Pili Urriza Iriarte. Asomada a una ventana trata de saciar su curiosidad por la algarabía formada. Como buena maestra que fue, tiene la respuesta exacta a una duda instalada en la calle. “¿Cuándo se cerró la escuela en Lantz?”. “En el año 1992”, acierta la que fue educadora durante 25 años en Lantz. “Cuando llegué a la escuela, había 15 o 16 niños. Luego fueron 26 hasta que comenzó a bajar la población”. La escuela unitaria fue menguando poco a poco hasta llegar a cinco alumnos. En 1992, “se fue una familia con dos hijos”. Con tres pequeños en edad escolar, la Administración decidió el cierre.
La antigua escuela da cobijo hoy día a un albergue del Camino de Santiago de Baztan-Urdax. Acompañada de la alcaldesa, Pili Urriza regresa al aula, destinada a usos vecinales y también a sede de comicios electorales. Antes de acceder a su interior, la antigua maestra repara en el inmueble de enfrente: Auzoetxea. “Mi padre, que se llamaba Sebastián, acudió aquí a la escuela. Es probable que fuese el Ayuntamiento”, indica haciendo caer en la cuenta a su compañante del escudo municipal que sobresale en la fachada. Siente Pili Urriza “una satisfacción grande” por haber aleccionado en el aprendizaje a tantas generaciones de alumnos, que hoy son padres de la remesa crecida de niños. “Todos están colocados. Todos han salido adelante”, enfatiza con orgullo comprensible.
Cuando Mari Carmen Loiarte Goñi, de 68 años de edad, iba a la escuela, la enseñanza diferenciaba el aula de niños del que correspondía a las niñas. “Igual estábamos 30 niñas. Doña Catalina nos enseñaba a hacer labor”, rememora. Con la distancia del tiempo, la alegría que proporcionan hoy los niños en el pueblo alimenta sus recuerdos, sin olvidar que “también hay muchas personas mayores que viven en Lantz, con más de 70 años”.
La recuperación demográfica avivó la idea de reabrir la escuela, pero en la decisión hubo voces que valoraron las posibilidades de relación que ofrece la continuidad en la concentración comarcal de Larraintzar. “Es importante la socialización, que los niños se relacionen con los del entorno, que vean que pertenecen a una comunidad más amplia”, señala Isabel Baleztena. Su opinión trasciende en un pueblo que conserva un gran tesoro. Sus niños.
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