Germán Sánchez Espeso publica su personal autopsia al mundo jesuita

A sus 83 años, Germán Sánchez Espeso tiene claro que las decisiones en la vida se pueden tomar para alcanzar una meta concreta, pero también, a veces, para huir de ella. El corredor del encierro, pone como ejemplo, no es que que se proponga visitar la Plaza de Toros, sino que se escabulle de la alternativa que corre hacia él desde el extremo opuesto. O los esquimales, que se asentaron en un lugar tan inhóspito como el Polo Norte, no porque fuera su emplazamiento ideal, sino porque encontraron el lugar donde sí podían vivir y alimentarse. A él le pasó algo parecido cuando entró en lo que llama el mundo jesuítico, a los 17 años. “Yo era un niño imaginativo, muy bueno, y de pronto tenia una tristeza enorme, un sexto sentido me decía que aquí algo no iba bien, había demasiado silencio, silencio culpable, y luego todo era pecado, era todo una losa”, recuerda sobre la Pamplona de su infancia. Su padre tenía planeado mandarle a Bilbao a que estudiara perito industrial, pero a él le horrorizaba la idea de aprender algo que no le gustaba para trabajar en un ámbito industrial. “Yo era dibujante, era pintor, hacía obras de teatro en verso, escribía poemas, era un niño raro, sigo siendo un viejo raro, pero ahora pudiendo hablar aquí también”, dijo este lunes en la Feria del Libro de Navarra. En ese contexto surgió la posibilidad de hacerse jesuita, de cambiar su casa en un sexto piso de la calle Sangüesa por un monasterio del siglo XII como Veruela, a las faldas del Moncayo; de pasar después al santuario de Loyola, que incluye en su complejo de edificios a la propia casa natal de San Ignacio y el lugar, en el piso de arriba, donde se le apareció la Virgen. Al joven Sánchez Espeso se le abría la puerta del santuario de Oña, por ejemplo, que tenía dentro una ciudad, con su panadería, herrería, criadero de truchas y un monte entero, “todo paradisiaco”, recuerda. De modo que huyendo de un tipo de vida que no le atraía, de una carrera técnica que le condenaba a volver a Pamplona, a repetir la vida de sus padres, se dijo: “¡Yo me voy por otro lado!”. El día que se lo comunicó a su padre fue el único en el que vio una lágrima caer por su mejilla. Su experiencia en ese particular mundo centra Jesuitas, exquisita fantasmagórica, la segunda entrega de su trilogía biográfica, 'Todo lo que a nadie le interesa saber sobre la vida de un necio', en la editorial Pamiela, que empezó con 'Niñez, dulce y veneno' y que concluirá próximamente con 'Todo un hombre, vaya mierda'. TRANSFORMACIÓN HUMANA Germán Sánchez Espeso recuerda, por un lado, que moldearon su alma infantil con crueldad y amenazas de infierno, pero a la vez les hablaban de las misiones, les ponían documentales y les abrían una ventana nueva en sus vidas. “Te ofrecen la salvación eterna, que no es poco, también salvar almas, ejercicios espirituales en Loyola, la eternidad, la posibilidad de ir a la India, a Venezuela...”, enumera. Autor de quince novelas, premio Nadal en 1978 por 'Narciso', el autor empieza esta “vivisección de los jesuitas” cuando se estaba construyendo el colegio de Pamplona. Fueron once años de su vida, desde los 17 a los 28. No llegó a ordenarse sacerdote porque abandonó la fe, y tampoco volvió a vivir nunca más en Pamplona. Reconoce que a la Compañía de Jesús le debe haber estudiado varias carreras y quiere tratarles en estas páginas con respeto. “No soy creyente, lo hago sin ninguna acritud, sin ninguna crueldad ni poner ningún adjetivo al mundo jesuítico”, apunta. “Pero utilizo el bisturí y penetro con toda la profundidad con la que he sido capaz de captar qué eran los jesuitas, cómo funcionaban, qué función tenían dentro de la iglesia, qué importancia tenían y todas mis aventuras dentro de ese mundo”, apunta. En este punto, Sánchez Espeso trae a colación el cuento de la pecera. Una pecera aparentemente vacía pero cuyo dueño dice que no, que dentro hay un pez, lo que pasa es que es un pez que tenía tanta hambre que se empezó a comer a si mismo hasta devorarse entero. “Esto les pasó a los jesuitas”, compara él. “tenían una autonomía tremenda, era una especie de introspección en la cual el jesuitismo era enormemente importante y nada más existía”, explica. También se ha propuesto “desmontar la catedral mental de la filosofía y teología cristiana con toda sencillez y toda pulcritud”, afirma, a través de un texto “salido del corazón” que quiere que sea literario, divertido y veraz. Ese mundo jesuita tiene sus particularidades. Le llamó la atención por ejemplo que tenían mucha documentación y que en la primera página de los libros aparecía una advertencia escrita: 'Ad Usum Nostrorum Tantum', sólo para el uso de los nuestros. También el proceso de formación, y el hecho de que al entrar en la compañía el chaval deja de pertenecer a su familia para hacerlo a la Compañía de Jesús. “Los jesuitas cogen a esa persona de 17 años, y esa personita sufre una transformación tan absoluta, con un lavado de cerebro, empiezan una nueva vida de neofitos”, establece. También destaca la procedencia militar del fundador, San Ignacio de Loyola, que tenían los votos de una orden pero que “no cantaban en el coro, sino que actuaba como la caballería ligera de la iglesia” y el cuarto voto de obediencia personal al Papa. La transformación en jesuita tenía sus condicionantes. “El jesuita no puede ni reírse demasiado ni demasiado poco, la cabeza no la puede tener ni muy alta ni muy baja, la mirada... es una formación tremenda, muy dura”, recuerda. Además, se dio cuenta de que no había escrito nada de todo aquello y quiso aportar su granito de arena. “Entré en el 57 en el mundo jesuita y de ahí no queda casi nada, ni mucha documentación ni ganas de que la hubiera”, asegura. “Ha sido una época oscura, callada, ensangrentada, de represión, un totalitarismo a medias del estado y la iglesia, una dictadura católico militar”, añade. En cierto modo, cree que cogió “el último pico de poder jesuítico en España y en el mundo”, y lo abandonó en el 68, cuando la iglesia empieza a cambiar muchas cosas. Aquel año más o menos el 90% de su entorno se salió de la Compañía. “He tenido la suerte de asistir al tercer acto de algo fantástico”, resume.

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