Isabel González: "A menudo hay más verdad en lo patético que en lo heroico"

Para escribir su primer artículo periodístico, sobre la covada, acudió a documentarse a IPES, en Pamplona. Fue sobre mediados de los noventa, y luego llegaron colaboraciones allí con algunas charlas, conocer a una de sus mejores amigas... Por eso el miércoles Isabel González se encontraba especialmente contenta de participar en un ciclo con su último libro, de cuentos, Nos queda lo mejor, con personajes diversos, mucho, y grandes dosis de ironía: lo organizaba IPES, al que regresaba tantos años después. ¿Cómo de determinante es haber crecido en una gasolinera para que sea dato biográfico en la solapa de su último libro? [ríe] Creía que no lo era. Para mí es mi infancia, que, para quienes hemos tenido una buena, es un lugar seguro en el que las cosas son así porque tienen que ser así. Cuando pasa el tiempo e intentas explicar un libro, algo difícil, empiezas a pensar quién lo ha escrito y te das cuenta de que lo has hecho tal vez porque has crecido en una gasolinera, y a los 50 años descubres de nuevo la visión caleidoscópica del mundo. Porque, a raíz de este libro, me he dado cuenta de que crecer en una gasolinera era algo particular. ¿Por qué? Era como vivir en la frontera de dos mundos, en el espacio intermedio entre la naturaleza y la civilización, entre las fuerzas indomables y lo social. Esa visión multiforme, donde las cosas están compuestas por una parte oscura y una clara, una indómita y otra domesticada... ha formado parte de mi educación de manera natural. Recuerdo la emoción de ir al pueblo a ver la cabalgata de los Reyes Magos y que al volver a la gasolinera veíamos regresar a las carrozas, tractores maltrapachados después de toda la fanfarria, Reyes Magos que escupían y fumaban... [ríe]. ¿Y he dejado de creer en ellos? Nunca: eran eso, estaban formados por las dos partes que tenemos. Y este libro lo está desde esa visión de que somos luminosos y oscuros, que hay una parte secreta y otra expuesta. Creo que al cumplir años te quitas cargas, ya no tienes que demostrar tantas cosas y hay una especie de regresión: puedo ver otra vez las cosas sin tener que orientarme a hacer algo, a ser algo o a demostrar algo. Esa imagen de los Reyes Magos que escupían y fumaban...: su verdad cuando nadie les veía. Pero son también los Reyes Magos de la cabalgata, igual que yo también soy la que hago mi papel, el personaje que proyecto en sociedad. Y los personajes del libro, de todo tipo de personas, son las dos cosas. Hay una especie de reconciliación a partir de personajes que pueden no caerte muy bien, que no son atractivos, que no son agradables: son como esa gente que has tenido que rechazar o que superar para hacer tu identidad, que has dejado atrás porque te han repugnado o simplemente no te han gustado, pero, con el paso del tiempo, de las que has aprendido, comprendido quiénes eran y por qué hacían eso. La experiencia se crea en los lugares inseguros en los que te confrontas con gente y situaciones que no te gustan. ¿El título es como mirar atrás y no sentirse satisfecha?, ¿pretende el libro ser un canto al optimismo por lo que puede venir? [ríe] Soy una devota absoluta de la chapuza, que es intentar hacer las cosas bien con nuestras herramientas, nuestra personalidad, lo que tenemos o lo que podemos, y que te salgan mal. Me reconcilia con la humanidad esta esperanza perpetua en hacer las cosas bien a pesar de las dificultades o de que ni somos ni las mejores personas de mundo ni estamos en el mejor sitio. Cuando entro a un lugar, lo primero que busco es dónde hay una humedad, una mancha en la pared, una grieta... A menudo hay más verdad en lo patético que en las grandes obras y en el heroísmo. ¿Casi nada sucede como deseamos? Cuando ocurren cosas graves, todo lo demás se pone en entredicho. Pero creo que deseos hay que tener, y muchos, y que el problema es tener solo uno y embolicarte en él. Porque si tienes muchos y no sale, saldrá otro, y si no, te lo inventas. La naturaleza humana es muy vital, muy vibrante y con mucha plasticidad. En un cuento, a una ilustradora le gusta de dibujar que inventa historias, reordena el mundo. ¿Le pasa a usted escribiendo? Me dejo llevar más por el lenguaje que por las historias. Escribir es para mí el terreno de la libertad, dejarte llevar, como decía Clarice Lispector. Es el lugar donde poner toda la euforia, todas las emociones, y dejarte llevar por el delirio de la escritura. Porque cuando la poesía se mete en la escritura, se vuelve viva: de los libros, me gusta sentirme más viva cuando los escribo y que quien los lea, también, porque me da la sensación de que en el mundo todos nos estamos conteniendo, seguramente algo necesario para lo social. ¿Nos contenemos para evitar chapuzas de las que hablaba? Nos contenemos porque en la vida nos la jugamos, y al escribir no te juegas la vida: es un lugar súper seguro y barato [ríe], una hoja y un lápiz. Me encantan los grandes efectos con los mínimos recursos. Escribir una novela con tres palabras, solo tres, sería lo ideal [ríe]. Me parece la maravilla de la literatura. Pero entiendo la contención en la vida y la creo necesaria, así como que hacen falta válvulas de escape. Porque no solo no queremos fracasar: también queremos seguir vivos. Una novela con tres palabras. En este libro da las gracias “a quienes tiran a la basura las cosas que recojo”. Si solo pudiera tres, ¿cuáles serían? Hago ensamblajes, y recoger cosas de la basura es un acto de enamoramiento completo y de ejecución [ríe]: voy por la calle, de repente algo me está mirando, le miro, lo cojo sin intermediario ninguno y me lo llevo, no sé para qué, pero hay una atracción y deseo satisfecho inmediato. Me atraen materiales nobles, madera, cristal... no plástico. Además, me encantan las cosas oxidadas. Y tercero... no sé. Tenemos dos, y luego, que el azar disponga. Y después de ese flechazo, ¿se puede desprender de las cosas? No. Lo llevo a mi tallercito, que es donde guardo las cosas y hago los ensamblajes. Pero ya no caben, tengo que hacer algo... Se ha puesto seria... [ríe]. Desprenderme de mis basurillas me importa bastante.

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“La ironía abre la posibilidad de intentar hacer cosas y unir todas las partes del mundo”, dice a propósito de su último libro, ‘Nos queda lo mejor’, de cuentos, del que habló en Pamplona

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