Jesús Ballaz y su dedicación de 41 años a la literatura infantil

La conversación con Jesús Ballaz Zabalza, que lleva 41 años publicando libros para niños, se centra en la literatura infantil desde el primer minuto del encuentro. Ha llegado con un ejemplar en inglés, que ya leyó hace doce años, de 'El curioso incidente del perro a medianoche', de Mark Haddon, sobre un chico con síndrome de Asperger cuya profesora le enseña metáforas para que domine más el lenguaje. Con este libro, Ballaz, que fue editor de literatura infantil, aprendió sobre adaptar libros a lectura fácil. “La dificultad no está tanto en la cantidad de léxico como en las formas metafóricas, ya que las personas con dislexia, síndrome de Asperger, problemas de comprensión... no entienden el sentido figurado de las frases. Con el libro aprendí cómo reducir las metáforas al mínimo y cómo explicarlas sin que el lector lo note”, recuerda Ballaz. Acaba de publicar 'El día que N desapareció', donde los niños y niñas de Molinsoga deciden no jugar como protesta por la desaparición de N. Mientras, la empresa Quince lanza su videojuego estrella. ¿Les atraparán las pantallas? Más allá de los libros adaptados para personas con dificultades lectoras, ¿son un error los de léxicos y construcciones simples por ser para niños y niñas? Son un error. Hay una moda ahora de reducir vocabulario, pero para hablar con 600 palabras ya lo hace la televisión. La literatura debe ser arriesgar, y si en cada etapa lectora no vas ganando lenguaje, nunca lo tendrás. Porque hay maneras de explicar una palabra sin cargar el texto, buscando sinónimos, explicándola de forma que el niño pueda continuar leyendo. Pero no soy partidario de aligerar el contenido. Y, además, una cosa es escribir un texto para chicos de 8 y 9 años y otra, para chavales de 12, edad en la que pueden leer ya casi todo. ¿Nunca le ha supuesto un problema ir alejándose de la edad de su público en cuanto a encontrar temas, dar con la fórmula de cómo escribir las historias...? No me alejo del todo porque voy a las escuelas y veo la sensibilidad. Además, todos los años dedicado a editar libros infantiles me ha llevado a ver qué es lo que se mueve. Siempre pierdes un poco de sensibilidad, es inevitable, pero por otra parte esta no la hace solo el contacto directo con los niños, sino también con las publicaciones que se van haciendo. En este mismo texto ['El día que N desapareció'], hay cosas que pasan a los personajes que leí en autores reconocidos ahora en este campo y que están muy vigentes. Es también una actitud vital, creo que no he perdido mucha sensibilidad. Tengo dos almas: la de procurar mantener las temáticas y maneras de contar en mis libros para que sean interesantes y la de mis gustos personales. ¿Qué le ofrece la literatura infantil para no querer irse de ella? Creo que es lo único que sé hacer con cierta solvencia [sonríe]. Es aquello de “zapatero a tus zapatos”. El mundo progresa si la gente que hace cualquier cosa llega a hacerlo de la manera más excelente posible. Podía haber probado otras cosas, pero no encuentro una motivación especial para hacerlo. Y los temas son inagotables. Basta que mires en las librerías para ver nuevos. De este mismo [por 'El día que N desapareció'] no se habría escrito hace unos años. Mi pretensión siempre ha sido que lo que escribiera motivara alguna reflexión, a nivel infantil, y en este libro, por ejemplo, la dicotomía entre el juego, el deporte físico, y las pantallas. ¿La clave está en que el libro no parezca una actividad pedagógica que les recuerde al colegio? Y que no les resulte moralista. La forma mala de adoctrinar es incluir moralejas explícitas. Se trata de que reflexionen sobre la situación que vive un personaje. No sabemos a dónde les llevará esa reflexión, pero debes iniciar una, igual que con la literatura de adultos. “Ningún niño puede vivir sin jugar. Jugar es tan necesario como respirar”, se dice en el libro. ¿El problema es ponerlo al mismo nivel que estar delante de una pantalla? La frase fundamental del libro es: “A partir de hoy que no juegue nadie”. Y como ejemplo de que en la literatura infantil hay también mucha metaliteratura, esta idea me vino del comienzo de la novela de Saramago 'Ensayo sobre la ceguera', “y al día siguiente no murió nadie”, que resultó el lío más garrafal porque se acumulaba gente mayor, nadie podía crecer... En El día que N desapareció, dejar de jugar, que podía ser algo inocente o incluso gustar a quienes molesta que los niños jueguen, se descubre que es un desastre, porque despiden a la monitora del autobús y los de deportes, se quejan las tiendas de juguetes... Uno de los personajes prefiere el ordenador a los juegos en la calle. Por el contacto que mantiene en los colegios, ¿ha saltado ya a la realidad? No han abandonado los juegos físicos, pero los juegos en la calle han desaparecido en gran parte, por sobrecarga de extraescolares, porque se refugian en mirar cosas en las pantallas... Y con refugiarse quiero decir sentarse en casa en un rincón, aislarse de la familia y buscar su mundo en la pantalla. Hace veinte años pronosticó que en el futuro los niños leerían más. ¿Cuál es la responsabilidad de quien escribe para que sea así? Las encuestas siguen diciendo que los niños son los que más leen, aunque tengo mis dudas, como con las encuestas a adultos. Seguro que podemos afinar más, pero creo que tenemos una responsabilidad limitada y compartida, con las editoriales, con las familias... porque existe un porcentaje altísimo de niños muy pequeños a quienes les leen antes de dormir, algo pedagógicamente excelente porque une el acto de leer con un momento de reposo y de sensación de plenitud emocional, pero si esos niños que crecen no ven después que en casa se lee, es más fácil que abandonen la lectura.

Jesús Ballaz y su dedicación de 41 años a la literatura infantil

Nacido en Liédena y desde los 13 años en Cataluña, ha publicado más de 50 obras para público infantil y juvenil, la última ‘El día que N desapareció’, la dicotomía entre el juego físico y las pantallas

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