Historia y Patrimonio
Los perros contrabandistas navarros que asombraron a un príncipe alemán
El príncipe Félix Lichnowsky, alistado en el ejército carlista, pudo comprobar la astucia de los canes entrenados para transportar mercancía de estraperlo entre Navarra y Francia

Publicado el 24/03/2023 a las 12:00
Navarra, como tierra de frontera, ha tenido una larga tradición de contrabando. De hecho, la figura del "paquetero", del contrabandista, se ha idealizado con el tiempo hasta convertirla, en palabras del escritor José María Iribarren, "en una de las cuatro figuras mitológicas navarras junto al Basajaun, la Lamia y la Bruja". Pero, hablando de "meigas", haberlo -el contrabando- lo había. Ya el viajero holandés Francisco von Aerssen, en el siglo XVII, dejó por escrito su sorpresa ante el volumen de este comercio ilegal que cruzaba los Pirineos, incluso en aquel momento en el que Francia y España estaban formalmente en guerra. Y hasta hace unas pocas décadas, no hubo ley ni guardia de frontera que consiguiera acabar con él.
De todas maneras, si hay unos injustos olvidados en esta mitología del contrabando son los perros. Tan bien entrenados estaban que eran capaces de llevar la mercancía al destino y regresar a casa, orientándose por este terreno de montaña y esquivando los peligros y las partidas de guardas. Si las empresas de paquetería actuales se enteraran, quizá habría que modificar la ley de bienestar animal para que no los metieran en plantilla...
El que pudo contemplar el espectáculo de estos canes con sus propios ojos fue el príncipe Lichnowsky, un noble alemán nacido en Viena y con posesiones tanto en el Imperio Austríaco como en la Silesia prusiana, que llegó a Navarra en 1837, en plena primera guerra carlista. Él mismo cruzó los Pirineos de tapadillo, saltándose la prohibición de entrar desde Francia al corazón del territorio afín al Pretendiente Carlos V. Y tantas veces tuvo que repetir esta operación que al final terminó por presentarse abiertamente ante los gendarmes para decirles que le dejaran pasar, porque si se lo impedían volvería a colarse y se burlaría de ellos anunciando el hecho en los periódicos. Curiosamente, le dejaron pasar.
Lichnowsky describió de la siguiente manera la impresión que le causaron aquellos "perros contrabandistas": "He visto muchos perros perfectamente educados y puedo asegurar que es insuperable la perfección del instinto de los perros contrabandistas. Los monos bailarines, los sabios loritos, los elefantes que saben vaciar botellas de vino son seres estúpidos junto a estos inteligentes animales".
No obstante, los perros no eran los únicos animales que participaban en el contrabando navarro. Los cerdos también. Y las mulas. A aquellos se les guiaba sembrando una hilera de semillas de maíz, marcando el camino como Pulgarcito; a las mulas se les ponían las herraduras del revés para que pareciera que cuando iban, volvían. El ingenio humano no tenía límites en la frontera, si bien no fueron los humanos los que asombraron a Félix Lichnowsky, sino los intrépidos canes.