Bernat Castany, escritor y profesor: "Disfrazar el miedo de timidez o pereza puede reducir tu vida"

Versado en firmar textos académicos, Bernat Castany Prado (Barcelona, 10 de diciembre de 1977, 45 años) tenía un miedo: escribir un libro que fuera más ambicioso desde el punto de vista literario. Se enfrentó a él y el resultado es 'Una filosofía del miedo', una obra con la que consiguió ser finalista en 2021 del Premio Anagrama de Ensayo. Este martes participó con él en 'Conversaciones literarias', el ciclo organizado por el Ateneo Navarro y la Biblioteca de Navarra. Escritor y profesor en la Universidad de Barcelona de Literatura latinoamericana y de Literatura europea, sobre todo Renacimiento y Barroco, reflexiona sobre nuestros temores y cómo actúan en nuestro comportamiento y actitudes. ¿Cuál ha sido el último miedo que ha sentido? [Lo piensa un instante] Es un miedo extraño... A veces no tengo mucho tiempo de ir a ver a mis padres y tengo miedo de que se mueran y sentir que no he ido a verlos lo suficiente. Al escucharle me planteo si todo el mundo partimos de la misma base de qué es el miedo o si cada cual lo entiende de un modo diferente. Creo que todos partimos de una misma base biológica, pero cada uno, según su biografía, su cultura, su momento histórico, lo concreta de una manera u otra. Además, hay miedos normales que funcionan, sirven y nos avisan de que hay cosas en nuestro entorno, en nuestra propia existencia, que no está funcionando, instándonos a cambiarlas -miedos útiles de los que podemos aprovecharnos-, pero también hay miedos patológicos, los que deforman la realidad y nos impiden actuar: si ese miedo es demasiado exagerado, o precipitado, o se basa en sobreinterpretaciones, o en falsa información, nos paraliza o nos insta a movernos en una dirección equivocada. Pensando en el miedo útil, ya no es que no podamos pensar en un mundo sin él, sino que es preferible que exista y lo sintamos. Es necesario. Hay ejemplos curiosos e interesantes: los niños no tienen miedo a las alturas hasta que no aprenden a caminar. La evolución sabe que ese miedo solo tiene que aparecer cuando realmente existe el miedo de caerse desde una altura. Los miedos aparecen y desaparecen a lo largo de la vida en función de su utilidad, una muestra de que el miedo está diseñado para contribuir a nuestra supervivencia. Explica en el libro que un día perdió a un hijo durante media hora y que, al encontrarlo, la sensación de alivio y de alegría fue tan intensa que se sentía además reconciliado con el mundo en general y con su vida en particular. Lo describe como una droga. La resolución del miedo, el paso de la tensión a la relajación, es muy placentero. Y creo que puede llegar a ser adictivo. Hay miedos —laborales, sociales...—, que nos han resultado adictivos y de algún modo son orgánicos con el sistema en el que vivimos. ¿Es lo mismo decir “tengo miedo” y “soy miedosa”? En el libro me propuse no decir cobarde, valiente y miedoso. Me parece encerrar a una persona en un destino, cuando creo que podemos superar ciertos miedos. Por eso veo actos de valentía y de miedo, pero no caracteres cobardes o valientes. Además, la cartografía de los miedos es muy diferente según épocas, culturas y personas. Alguien puede ser muy valiente en lo que respecta a hacer paracaidismo y tener miedo al compromiso en una relación: el valor oficial es el del paracaidista, pero a lo mejor no es tan importante como comprometerse, dar la cara, emprender un proyecto creativo o atreverse a tener un hijo. No hay que juzgar ni valorar de forma muy general la vida de las personas. En todo caso, ver la cartografía de los miedos de una persona y ver si esa combinatoria contribuye o no a su felicidad. Y en lugar de llamar a alguien cobarde podemos decirle “este tipo de miedo te hace daño porque te impide hacer lo que quieres”. Afirma que el miedo nos impide actuar, que es, sin embargo, el modo de desactivar el miedo. Es contradictorio consigo mismo... Se produce una especie de espiral del pánico que hace cumplir aquello que se teme: el que teme algo, de algún modo lo está propiciando sin darse cuenta. Por eso una manera de romper esta espiral es hacer las cosas. Porque actuar es una forma de conocer el mundo, y hasta que no actuamos no nos damos cuenta de las resistencias que hay ahí. Cuántas veces tenemos miedo a hacer algo y después de hacerlo decimos que no era tan difícil, tan doloroso. Si no hacemos, nos inventamos cosas que no hay o exageramos. ¿Cuál es el peor miedo y el más común? La muerte. ¿Somos tan conscientes? En su poema 'De rerum natura' [año 50 a.C.], el gran poema epicúreo sobre la lucha contra el miedo, al miedo a la muerte Lucrecio lo llama el aguijón invisible, en el sentido de que no lo tenemos presente, pero es una especie de aguijón y todos los demás miedos son derivados de este a la muerte. Hay que tener en cuenta que nosotros normalmente concebimos la muerte como un punto final, pero para los clásicos, y en general yo creo que es cierto, se puede concebir la muerte como un suceso —el momento del punto final—, pero también como un proceso —a lo largo de la vida mueren diferentes etapas de nosotros mismos e ilusiones, esperanzas, de modo que las posibilidades de esa vida se han reducido y está un poco menos viva que antes y que la reducción máxima es la ausencia de posibilidad—. ¿Tenemos miedo a la muerte? Hay un punto final al que tememos consciente o inconscientemente y le tenemos miedo a las sucesivas reducciones de potencia que nos van acercando al punto final. Viene a decir que tenemos miedo a morir, pero no a no ser, por lo menos no a no ser de forma intensa. ¿Esto es morir en vida? Sí. Creo que hay formas más o menos intensas de vivir y una forma muy automatizada de la vida, una forma que no se da cuenta de lo que Aristóteles llamaba “la maravilla de las maravillas”, el mero hecho de ser. Podemos tener miedo a la muerte, pero nos olvidamos de ese otro tipo de muerte que es no estar vivo de verdad. Si el miedo es necesario y si la vida sin él no se entendería, ¿el miedo nos lleva a hacer el mal? Cuando se desarregla y se vuelve patológico, nos vuelve crueles, egoístas. Porque hemos magnificado unas amenazas y consideramos que frente a ellas lo único que cabe es la salvación individual, y para mí es muy importante considerar que la salvación en términos laicos solo puede ser colectiva: no tiene sentido buscar la propia felicidad sin tener en cuenta la de los demás. Solo conseguiremos pequeños inputs narcisistas, pequeños egoísmos, que desembocarán en una soledad vacía y sin sentido. La búsqueda de la propia felicidad tiene que venir conectada con la de los demás. En ese sentido, el miedo no solo nos hace crueles, sino que resulta perjudicial para nosotros mismos. Si en un diccionario busco el antónimo de miedo, creo que encontraré coraje, pero no solidaridad, que es lo que usted sostiene. El miedo ha tenido muchas formas a lo largo de la historia. Del valor y del miedo hay una tematización patriarcal —en todos los tópicos misóginos, siempre la mujer es cobarde y tiene que ser tutelada y protegida por otros y no puede gobernar porque no tiene control sobre sus pasiones—; una tematización clasista —las clases altas eran más valientes, más sabias, con mayor autocontrol, y el pueblo no podía aspirar al autogobierno porque enseguida caía en el pánico, era egoísta, solo pensaba en sí mismo—, e incluso una tematización colonialista —los pueblos no europeos son temerosos, ignorantes—. Nuestra concepción del valor y del miedo no es tanto una definición de diccionario, sino una especie de arena, un campo de lucha, donde diferentes actores se pelean por el significado de esas palabras. Pienso que frente a esa concepción de que lo contrario del miedo es el coraje concebido como fuerza física, arrojo, es interesante introducir la idea de que la solidaridad nos permite entre todos vencer a los miedos. Al escribir este libro, ¿ha sido consciente de que tiene más miedos de los que pensaba? Tenía un miedo, escribir [ríe], y escribir un libro era una manera de superar ese miedo. No tenía miedo a escribir textos académicos, que he escrito muchísimos, pero sí un poco más ambiciosos desde el punto de vista literario. Y con esa descripción muy concreta de los miedos de la primera parte del libro me he sorprendido de todo lo que ha aparecido. Descubrí miedos. Por ejemplo, muchas veces no asociamos la timidez al miedo, sino que la vemos como un rasgo de carácter, cuando es uno de los muchos disfraces del miedo. O la pereza, y decimos “me da pereza ir a esta fiesta, me da pereza hablar con esta persona”: a lo mejor no es pereza, sino que es el disfraz de que te da miedo. Pensé no tanto en mis miedos, que tenía localizados, sino en los disfraces que puede adoptar. Disfrazamos el miedo. ¿Por qué es malo? Porque es perjudicial para la vida. El miedo es una especie de parásito que va ocupando cada vez más espacio, y, si no somos conscientes de ello, no podemos atajarlo y nuestra propia existencia, rutina o carácter puede amoldarse a él. Alguien puede decir que tiene un carácter tímido, pero a lo mejor es la excusa para no enfrentarse a ese miedo; que es una persona muy rutinaria, y a lo mejor ser las rutinas una forma simbólica de tener una falsa sensación de tener control sobre las cosas. Y a lo mejor los disfraces que va adoptando el miedo reducen tu vida. Y el que de algún modo se deja poseer por el miedo bajo la forma de la timidez va a conocer a menos gente, y tal vez no tenga acceso al amor, a la amistad...

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