Los psicópatas que el arte presentó a la ciencia

A grandes rasgos se podría meter a Tom Ripley, Lou Ford y Hannibal Lecter en el saco de los grandes psicópatas en el imaginario popular, pero habría que puntualizar: cada uno de ellos lo fue a su manera y, no sólo eso, sino que adelantaron desde la literatura y el cine una tipología que la ciencia aún no había identificado tan claramente cuando ellos fueron escritos. Vicente Garrido, graduado en el Instituto de Criminología de la Universidad Complutense y doctor en Psicología en la Universitat de València, está convencido de que los escritores también han contribuido al estudio científico de estas personalidades. “El artista tiene capacidad para crear, puede ubicarse en lugares recónditos del alma que un científico no puede siquiera imaginar, ya que tiene que obedecer a unas reglas verificables y contrastables”, señaló este jueves en Pamplona Negra. Puso el ejemplo de estas tres figuras del siglo XX que han acuñado el concepto popular de la psicopatía. “Han captado cosas de la psicopatía que solo años después los científicos han podido registrar”. El psicópata en general es alguien anormal, en el sentido de que no se ajusta al modelo social, pero no un enfermo. Es un trastorno de la personalidad. La mayoría se integra sin mayor problema. “La mayor parte no son buenos compañeros de trabajo, no vas a ser feliz si te casas con uno, ni va a ser un gran amigo, pero no necesariamente son criminales”, aclara Garrido. Como con la inteligencia, que hay gente que tiene poca, gente que tiene mucha y la mayoría se sitúa en un término medio, aquí ocurriría algo similar. Se calcula que el 1% de la población es psicópata de algún modo. Y es importante porque tienen una personalidad que es la que más facilita la violación de los derechos de otros, “los más preparados para abusar, explotar, destruir, mentir y su relevancia es muy grande porque alcanzan cotas de poder”, añade. TRES PSICÓPATAS ICÓNICOS Todo esto, claro está, es oro puro para la literatura y el cine, que se nutren de lo que se sale de lo habitual. Es, según dice Garrido, “una paleta de oportunidades para el creador”. Garrido distingue tres familias marcadas por distintos rasgos. Por un lado están los casos en los que domina la faceta interpersonal, los psicópatas arrogantes y manipuladores que se presentan con un encanto superficial, se sienten por encima, utilizan la mentira y embaucan y manipulan muy bien. Después está el grupo marcado por la faceta afectiva, los que muestran falta de emocionalidad, en situación de poder y destrucción, sin sentimiento de culpa, eso es siempre del otro. No les afecta lo que les ocurra a los demás, no ven en el otro a alguien igual de valioso, sino un medio para un fin. Por último, sitúa a los psicópatas caracterizados por su estilo de vida; el sujeto que pierde los nervios, que tiene que vivir situaciones de riesgo, que bebe hasta quedarse sin conciencia o pone el coche a 300 kilómetros por hora, un comportamiento fuera de norma. La psicopatía perfecta sería la suma de los tres ámbitos, pero normalmente predomina uno de los grupos. Patricia Highsmith, por ejemplo, creó en 1955 a Mr. Ripley, un caso “que anuncia muchas de las cosas que van a ocurrir en el siglo XX y muchos de los caracteres de la literatura”, expresa Garrido. Es alguien que intenta vivir a costa del sistema y no acepta su destino. Viene de una familia con pocos recursos y contacta con el padre de Herbert Greenleaf, a quien conoció lejanamente en la adolescencia, hasta conseguir que le encargue ir a Italia, donde su hijo se da la vida padre, para convencerle de que vuelva a casa y se haga cargo del negocio familiar. Una vez que ha hecho amistad con Greenleaf y su novia, les mata y suplanta, para vivir su vida. “Highsmith admite que se podría llamar psicópata a Ripley, alguien un poco enfermo en ciertos aspectos, pero no le llamaría demente porque sus actos son racionales”, explica Garrido. Es una persona civilizada que asesina a regañadientes porque quiere vivir la vida de su víctima, la vida que cree que merece. En este caso destacaría por su faceta interpersonal, el primero de los tres grupos, un embaucador. “Ripley actúa como un psicópata para la modernidad que ya estaba definiendo el mundo después de la posguerra”, señala Garrido. Es desalmado, pero no un monstruo. Lou Ford, por su parte, representa al primer gran psicópata criminal del siglo XX. Escrito en 1952 por Jim Thompson en El asesino dentro de mí. “Thompson describe el concepto de horrores que 10, 15 años más tarde va a invadir Estados Unidos pero también el mundo”, explica Garrido. Con ustedes, el asesino en serie cruel y despiadado. Actúa en un pequeño pueblo de Texas, es un adjunto al sheriff que intenta vengarse porque un empresario mató a su hermano. Mata al hijo de este hombre, pero también a su novia y a quienes haga falta para que no le descubran, sin pestañear. Está en las antípodas de Ripley. “Es sádico, vive para mantener el poder en ese pueblo. Es la América triste y sombría, la cara B del desarrollismo de los años 50, aquí vemos que la policía y la autoridad están corruptas”, apunta Garrido, que destaca la dimensión afectiva, su enorme crueldad. Y luego está Hannibal Lecter. Los anteriores son detestables, pero aquí Thomas Harris da un salto cualitativo con un asesino en serie sobrenatural, culto, lee la mente, perfecto gourmet, capaz de identificar el perfume de la agente Sterling. Es un gran espectáculo de la psicopatía que se basa en lo que hicieron otros asesinos. “Representa el espectáculo del asesino en serie, el boom del FBI, de ahí que en El silencio de los corderos aparezca la batalla del bien contra el mal”, explica Garrido. Ya no dan miedo los vampiros, ni los monstruos fantásticos, en la modernidad lo que asusta a la gente son los asesinos en serie como Hannibal Lecter. TOM RIPLEY Patricia Highsmith creó este personaje que habitó cinco novelas entre 1955 y 1991 y saltó al cine dos veces, de la mano de René Clément y encarnado por Alain Delon en 1960, y dirigido por Anthony Minghella e interpretado por Matt Damon (en la foto) en el 2000. Es un criminal con carrera de fondo, estafador y asesino en serie. Highsmith lo pinta con modos suaves y agradables aunque no tiene ningún inconveniente para matar a sangre fría. Es educado, amistoso y culto. Es un hedonista al que le gusta la buena vida y se suele salir con la suya para evadir a la justicia. LOU FORD Adjunto al sheriff en la petrolera Central City, Texas, y distinguido con su icónico sombrero de ranchero, Lou Ford protagonizó once sangrientas novelas escritas por Jim Thompson en apenas cuatro años. Michael Winterbottom lo llevó al cine en ‘El demonio bajo la piel’ (2010), basada en la novela más conocida, en la que Casey Affleck (en la imagen) interpretó a este asesino con modos anodinos, amable y educado, que asesina en los años 50 lo mismo a un vagabundo, que a una prostituta o a su novia oficial. Lou Ford muestra una total frialdad para asesinar. HANNIBAL LECTER El psicópata por antonomasia de la cultura popular saltó a la fama con la película ‘El silencio de los corderos’ (Jonathan Demme, 1991) y la interpretación de Anthony Hopkins, pero en la literatura siguió otro orden. Thomas Harris creó el personaje en 1981 en la novela ‘El dragón rojo’ al que le siguió ‘El silencio de los corderos’ en 1988. Se inspiró en un médico méxicano, Alfredo Balli Treviño, último criminal mexicano condenado a muerte, a quien entrevistó y quedó impresionado por su elegancia. Lecter es un psiquiatra con múltiples crímenes a sus espaldas.

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