Antonio Altarriba recuerda con cariño la primera edición de El arte de volar, la novela gráfica en la que él con sus textos y el dibujante Joaquim Aubert, Kim, con sus viñetas contaron la historia del padre de Altarriba -se suicidó con 90 años en 2001-, que, a través de las vivencias del progenitor, era al mismo tiempo el repaso de la historia política española del siglo XX. Aquella primera edición, de Edicions de Ponent (Alicante), “muy bonita, de tapa dura”, publicó 1.000 ejemplares numerados. “Pensamos que era todo lo que el libro iba a dar de sí. Estábamos contentísimos, casi no nos creíamos que por fin el libro saliera publicado”, recuerda Altarriba. Era 2009, y al año siguiente ganó el Premio Nacional de Cómic. Hoy se ha traducido a unos quince idiomas y suma ventas superiores a 150.000, “algo tremendo”. El tándem Altarriba-Kim se volvió a juntar, para publicar en 2016 El ala rota, la historia de la madre del guionista y sus vivencias. Ahora ambos giran por el extranjero con los dos libros. Altarriba estuvo en Pamplona el viernes, en la clausura del Salón del Cómic de Navarra. Ya la visitó en 2016, acompañado en Pamplona Negra por el dibujante Keko Godoy para hablar de su obra conjunta Yo, asesino.
Qué diferencia de historias la de El arte de volar y Yo, asesino...
El arte de volar tuvo un éxito tan imprevisto y tan grande que me llamaban “el del arte de volar” porque no se quedaban mucho con mi nombre. Y a mí me parecía bien, pero llevaba ya muchos años trabajando de guionista, además de en otros géneros, y pensé que quería demostrar que, además del buen hijo que reivindica la historia de su padre y cuenta desde una perspectiva histórica el siglo XX en España, podía hacer cosas de personajes muy malos que justifican el asesinato como una performance artística. Yo, asesino fue una especie de reacción para irme al polo opuesto de El arte de volar.
Ha confesado abiertamente que no sabe dibujar. ¿Nada?
Nada. Siempre he sido una nulidad para el dibujo al mismo tiempo que siempre he estado fascinado por él, y crecí con esa fascinación inaccesible. Puede que mi afición como guionista sea una manera de suplir mi incapacidad para hacer un dibujo que resulte medianamente expresivo. A veces, en los guiones, como soy bastante preciso en las indicaciones, intento dibujar monigotes que representen a los distintos personajes. Pero los dibujos son tan malos que termino describiéndolos textualmente: “señor con un cuchillo”, “señora que aparece”...
Justo en Pamplona Negra Keko dijo de usted que era “el más cansino en dar detalles”...
Sí, sí [ríe]. Tengo una imaginación muy visual. Aunque esté escribiendo una novela, por mi cabeza desfilan fundamentalmente secuencias de imágenes que van sucediendo con una articulación narrativa. Porque no es lo mismo que un personaje esté a la izquierda o a la derecha de la viñeta; en un primer plano, en uno medio o en uno general, perdido; que mire a la cámara como si se dirigiera al lector o que tenga la cabeza gacha; que esté iluminado o que apenas se le perciba en la penumbra...
¿Y hay muchas discusiones de pareja?
Siempre dejo claro al dibujante que todo eso es tal y como yo lo veo, es decir, discutible. Soy puñetero, pero no tirano [sonríe]. Es muy importante establecer una buena sintonía y que ambos nos encontremos a gusto. De entrada, cuando tengo una historia en mente, suelo buscar al dibujante que creo que puede realizarla mejor, no solamente por el estilo, sino también porque comparte la temática, el mundo, la atmósfera, el ambiente que quiero retratar... No me imagino a Keko haciendo El arte de volar ni a Kim haciendo Yo, asesino.
Y eso que contactó con Kim para El arte de volar cuando no se conocían personalmente. Lo contó él hace unos años en este Salón.
Es verdad, pero yo conocía su trabajo, y no solo Martínez el facha, sino también historietas de corte más realista, y me pareció que Kim podía ser la persona más indicada. Creo que también intervino un poco el azar, las coincidencias, la Providencia, el destino o como se llame, porque conocí a Kim, estuvimos hablando, le comenté que estaba en esta historia -tenía hecho más de medio guion pero ni dibujante ni editorial- y me contó que su padre también había sufrido la represión franquista y había estado en prisión por haber sido médico en el bando republicano y haber intentado salvar vidas.
Hubo un punto de unión...
De alguna manera, se sintió concernido un poco por el tema, y se puso a trabajar en un proyecto con escasa viabilidad en un principio. Algo que yo hacía por mi padre y como terapia se puedo llevar a cabo gracias a Kim, y 12 años después de su publicación todavía estamos sorprendidos. Ahora vamos a salir de gira por Francia, Alemania, Rumanía... con exposiciones de El ala rota y El arte de volar. Cuando se lo cuento a mi padre [sonríe], no se termina de creer que después de muerto se hable de él, de su vida y la de tantos españoles que vivieron una trayectoria semejante.
¿Y habla con su madre?
Menos [sonríe]. Es curioso. Hay una diferencia fundamentalmente entre los dos libros. En El arte de volar me apropio de la voz de mi padre, hablo como si fuera él y puedo identificarme con sus inquietudes y su manera de pensar política e ideológica y de ver el mundo, la familia, las relaciones padre-hijo... Sin embargo, con una mujer, y una mujer de la época -sin ningún derecho, sometida primero a la vida del padre y luego del marido o del patrón-, es más difícil ponerse en su lugar. Y a pesar de que yo estaba mucho más tiempo con ella y teníamos una gran complicidad, era más discreta, más reservada, menos habladora de sus cosas, al contrario que mi padre, que sobre todo al final de su vida me contó cosas que un padre no cuenta a un hijo sobre sus amores o inquietudes personales. En El ala rota cuento cosas que me enteré tras morir mi madre que yo no conocía y que me hicieron también entender otras tantas.
Qué distintos eran.
He intentado hacer un acercamiento lo más sincero posible a las dos figuras, muy distintas y al mismo tiempo muy complementarias y creo que muy representativas de la España de la época, incluso de eso que se llamaba las dos Españas. Porque aunque al final se separaron, tuvieron una vida matrimonial muy feliz y son un ejemplo de dos personas muy diferentes que no solo convivieron, sino que se adoraron. Él era muy anarquista y anticlerical y ella, extraordinariamente religiosa, lo que no les impidió quererse mucho, y muestra hasta qué punto la cohabitación entre dos formas de concebir el mundo se puede llevar bien si no hay discursos de odio que convierten al diferente en enemigo. Creo que no somos muy conscientes de hasta qué punto puede llegar a ser peligrosa esta dinámica.
Me ha hablado de giras con los dos libros. Quién le iba a decir que las historias de sus padres se conocerían así.
Aún no me lo creo. Pienso que algo que atrae al público es que fueran personas que no tenían nada especial. Mi padre era un campesino aragonés y mi madre, una campesina de Castilla, ambos de la más baja extracción social, con inquietudes intelectuales, pero sin apenas formación. Pero eran las trayectorias de quienes vivieron en esos años, conocieron la migración del campo a la ciudad y las dificultades para abrirse camino y sacar adelante una familia. Fue la generación a la que la guerra estalló encima y que vivió una posguerra durísima por la represión ideológica y el hambre y la miseria. Es un factor de identificación del lector con estos libros que está en la base de que sigan funcionando.
A algunos autores su obra de éxito persigue, como si las siguientes no existieran. Pero con la suya usted ha creado una Fundación para apoyar a quien se inicia en la creación.
Es una idea que me venía rondando la cabeza desde hace tiempo. En el mundo de la creación en general y en el del cómic en especial es extraordinariamente difícil abrirse paso y lograr una cierta notoriedad y vivir de esto. Y después de tantos años lo conozco bien, y un punto en la cadena de producción del cómic me parece especialmente endeble: el paso del autor que empieza al autor profesionalizado y asentado en el medio y con una regularidad de ingresos. Me pareció importante incidir en esto con una serie de ayudas a la creación, a la investigación... para apoyar este proceso. Y creí que el nombre de El arte de volar convenía muy bien a esta Fundación: se trata de acelerar ese inicio de quien está despegando para que consiga empezar a maniobrar un poco mejor y conozca el arte de volar. Hay un interés creciente por el cómic y cada vez se utiliza más como herramienta didáctica en el aula para abordar muchas cuestiones. Por ejemplo, El arte de volar y El ala rota son material de apoyo para estudiar la historia de España, aquí y en otros países del extranjero, desde una perspectiva más personal que muestra la vida cotidiana y cómo vivía la gente del pueblo más allá de los grandes generales, políticos y figuras históricas.
¿Y cómo fueron sus comienzos?
Como los de muchos de mi generación, muy de joven, haciendo fanzines en los años setenta. Mi primera colaboración seria con publicación en un fanzine con cierta distribución fue en 1976 con Luis Royo. Ese fue un primer despegue, levantar un poco los pies en el suelo [sonríe]. Luego, la época de las revistas en los años ochenta, publicando en El Víbora, Rambla... Y puedo considerar que vuelo con una cierta fuerza relativamente tarde, con El arte de volar. Ahí alcancé otro nivel.
La exposición del Salón del Cómic sobre usted la han titulado Homenaje a ‘El ala rota’.
Es un libro que sale a la sombra de El arte de volar pero que poco a poco se está imponiendo. Conociendo a mi madre, sé que acabará poniéndose a la altura o sobrepasando a mi padre. Cada vez más gente me dice que los dos le han gustado mucho pero que casi prefiere El ala rota. Kim me lo dijo: que cuando terminó de dibujarlo y lo leyó de seguido, se emocionó y hubo momentos en los que lloró. Al presentarlo en Francia, el periodista encargado de exponerlo me dijo que, sin tanto aspaviento y tanta guerra, la vida de mi madre le parecía más heroica que la de mi padre. “La auténtica heroína en tu casa era tu madre, no tu padre”, me dijo.
¿Y usted qué piensa?
Que es probable que tenga razón [sonríe].
DNI
Nacido en Zaragoza el 10 de mayo de 1952, Antonio Altarriba Ordóñez (69 años) reside en Vitoria hace décadas. De niño leía con pasión todo tipo de narraciones pero, más que leerlas, le gustaba inventarlas y contarlas. Lo de menos para él ha sido la forma de contar, y utiliza canales distintos (viñetas, fotos o palabras) para dar a conocer sus obras como guionista, ensayista, novelista y crítico. Catedrático de literatura francesa ya jubilado, ha formado equipo con algunos de los dibujantes más importantes de la historieta de los últimos 40 años (Luis Royo, Laura Pérez Vernetti, Keko, Sergio García o Kim), acercándose a diferentes temáticas como el noir, el erotismo, el thriller, lo bélico, el costumbrismo, la historia de España o la historia del Arte.