Desde el Kursaal
Caballo ganador

- Asier Gil. San Sebastián
Resulta imposible no echar la vista atrás y recordar esa magistral unión entre Fernando León de Aranoa y Javier Bardem que hace casi 20 años ganó la Concha de Oro, cuando en las imágenes aparece un tipo con idéntico nivel de carisma y el retrato a nuestra realidad se constata. El Santa de Los lunes al sol y este Blanco de El buen patrón, dos hombres que, en principio, carecerían de cualquier conexión, guardan un nexo que los enlaza, el de representar una ácida crítica hacia una sociedad con referentes muy claros a ambos lados de una línea infranqueable, la de los estratos que dicta quién ordena y quién obedece.
Aquel filme de naturaleza penosa, aunque atesorara retazos de un humor cautivador, se trueca ahora en una comedia que, pese al cambio de registro, vuelve a demostrar grandes dosis de efectividad a la hora de hurgar en las heridas. En pantalla tenemos a un empresario que dirige con aparente benévolo carácter una fábrica de básculas que heredó de su padre. A punto de conquistar un premio a la excelencia que complete su colección de distinciones, ha de hacer frente a determinados asuntos para evitar que ensucien la imagen de armonía y equilibrio que distingue a su factoría.
Tanto la construcción del personaje por parte del realizar madrileño como la interpretación que regala el oscarizado actor obtienen meritorios resultados. El primero, por desnudar la hipocresía que domina el ámbito empresarial e institucional, cuando muchas de las figuras de ambos mundos se llenan la boca con frases colmadas de palabras de solidaridad que nunca consiguen esconder la voracidad que mueve sus acciones. Y el segundo, por dotar a su alter ego de una autenticidad aplastante, tanto que, ignorando sus motivaciones pecuniarias, el público empatiza con sus desasosiegos en los instantes en los que todo parece ponerse en su contra.
El guion, repleto de mofas subyugantes que habrían de avergonzarnos pero que, al mismo tiempo, nos despiertan sonoras carcajadas, toma impulso en un ritmo voraz por seguir contando una historia desconocida para nadie. Libreto, tempo y reparto forman la terna de virtudes que hacen de esta obra un éxito instantáneo y muy valorable como espejo donde observar las excentricidades que muchas veces pasamos por alto y que, sin embargo, anclan nuestras aspiraciones de avanzar. En el lado contrario, la creación de situaciones y la puesta en escena renquean, pues el esfuerzo al competo recae en afilar diálogos que vertebren la magnitud jocosa e irónica de la sátira. Esta tesitura provoca que existan roles secundarios circunstanciales y tramas mal dimensionadas, además de que la producción destile un aroma prefabricado que contrasta con la viveza que late en el interior de sus sentencias incontestables.
La Sección Oficial recaló después en China para un ejercicio de cine negro de la mano de un debutante, Zhang Ji. En Fire on the Plain, vincula una serie de asesinatos a taxistas en una ciudad suburbial con el drama que sufren quienes saben con certeza que jamás podrán escalar en la pirámide social en busca de cumplir sueños más audaces que resignarse a paladear las supuestas mieles de una condición conocida durante generaciones. De largo, su mejor faceta la constituye la concepción de una atmósfera renegrida, en la que todo lo que se divisa huele a polución, contaminando el temperamento de unos sujetos apegados a la violencia y a estados de ánimo taciturnos.
La narración, dividida en dos fases aunque no abandona la secuencia cronológica de los acontecimientos, no logra desembarazarse de la cadencia flemática de las latitudes de su país de origen, si bien sus arrebatos de furia, de una brusquedad seca y áspera, elevan el conjunto de un largometraje que reclama una mayor concisión descriptiva en sus dos argumentos, para impedir que la intriga se evapore y reforzar su principal apuesta, la de una poesía de la tragedia que se vigorice en las desafecciones de un amor imposible, tan inalcanzable que el aura de fatalidad que impregna el metraje lo adopte como un crimen más dentro de un panorama desolador.