120 aniversario
Carmelo y Fermín Butini Echarte: tercera generación en la librería de la calle más universal de Pamplona
Suceden al abuelo y a la madre, los hermanos Butini Echarte en la calle Estafeta en un negocio de 1943. La espera de los Sanfermines se desmenuza en segundos en un reloj colocado en su umbral

Publicado el 17/03/2023 a las 06:00
Algo debió suceder cuando aquellos signos diminutos de las primeras lecturas cobraron vida sonora. El milagro de la lecto-escritura dispuso a ambos escribiendo su primer apellido de diferente manera. ¿Butini o Buttini?. “Yo lo escribo con una”, interviene uno de ellos. “Yo con dos”, replica el segundo. “Hasta en Italia, de donde procede, hemos visto las dos versiones”, aclara Fermín Butini Echarte, barítono a sus 51 años de edad del Orfeón Donostiarra para más señas. Las diferencias entre hermanos, que comulgan con más coincidencias de las que se pueda pensar por compartir raíces, le sitúan en el lado de los pamploneses que, llegados Sanfermines, prefiere airearse cuando las obligaciones laborales dan un respiro.
Todo lo contrario, implicado hasta el tuétano en un idilio pasional con la ciudad, costumbres y posibilidades que permitan vivir la fiesta con sentido y dedicación, Carmelo, su hermano mayor, de 55 años de edad, procura sumergirse en el ambiente contagioso y cómplice de la celebración sana y popular.
Ambos regentan La Casa del Libro, que acuñó en 1943 su abuelo, Benito Echarte Elía, y que por su ubicación, en una emblemática vía de proyección internacional, responde también al sobrenombre de La Librería de Estafeta. Su portada admite la doble denominación en un guiño al pasado y al respeto del legado recibido con agrado y mejor servicio, como al presente con la nueva acepción adaptada a los tiempos de la imagen y la difusión en Internet.
“Es posible que poco antes 1943 ya tuviese abierta la tienda”, pero en la calle Eslava donde se vendía el Diario de Navarra junto a otras cabeceras y libros, y donde los lectores de novela hallaban un fondo de renovación. Había hasta un depósito de sal. En realidad, “había cosas muy curiosas”. En aquel establecimiento aprendió a andar en bicicleta Maribel Echarte Peñalba como probablemente a regentar el negocio de las letras impresas que acabaría heredando en un primer traspaso generacional. Su ejemplo en el despacho de novedades y de atención cercana con la clientela, aprendido de su padre, cundió en los herederos de la saga. Antes de mudar a su actual emplazamiento, donde el anuncio de los próximos Sanfermines se desmenuza a cada segundo con un cronómetro colocado sobre su umbral, La Casa del Libro recaló en los primeros números de la calle Estafeta. Allí, “el abuelo guardaba sus tesoros”.
El depósito de sal, que había custodiado hasta entonces en la calle Eslava, sirvió para envolver periódicos prohibidos bajo la amenaza de la censura que el astuto Benito Echarte supo sortear por una simple y sana razón: los lectores debían tener plena libertad para cultivar su propia opinión.
En la forja de la razón que fueron construyendo los años, y ante la atenta mirada del abuelo y la madre, Carmelo y Fermín aprendieron a descifrar el enigma de las letras con tebeos que suenan hoy a reliquia pero que, conservados en su memoria, son joyas de una infancia feliz: “La pequeña Lulú, Novelas de Novaro, Vidas ejemplares, Capitán Trueno...”.
La preadolescencia situó a ambos en un nuevo rol, como recadistas, cuando era necesario para recoger “el Heraldo de Aragón, el Zaragoza Deportivo” o lo que se terciase de la antigua estación de autobuses. La librería se convirtió en su escuela. Fermín acabó Bachiller en Ximénez de Rada, y Carmelo - “era mal estudiante”-, apuró su formación de delineación en Virgen del Camino. Hermanos de sangre, su destino estaba escrito con letras de papel.
REPARTO ANTES DEL ENCIERRO
En el desempeño de sus funciones hallan respaldo en Abigain Castrillo Azcona y Miren Jiménez Romeo, en calidad de empleadas. La coordinación asumida empuja de la cama a las cinco y media de la mañana al mayor de los hermanos para iniciar el primer reparto por los bares. Fermín coge el relevo a las siete. Alza la persiana e inicia el segundo periplo. “Cerramos a las dos. Por la tarde, de cinco a ocho. Sábados y domingos, de ocho menos cuarto hasta las dos”. En realidad, la hora de cierre la marcan los clientes, con rezagados con los que pueden animarse en imprevistas tertulias que pueden demorar su regreso a casa. Comparten techo con sus respectivas parejas, pero no hay descendencia sanguínea asegurada que alargue la saga hasta la cuarta generación.
En sintonía con los latidos de la ciudad, que se aceleran entre el 6 y 14 de julio, su horario se adapta a los ritmos de la fiesta por antonomasia y a su acto popular por excelencia: el encierro. Por delante de la librería corren los toros en la arteria más universal de Pamplona y, claro está, hasta que no remite el peligro, no se levanta la persiana. La obligación es antes que la devoción en la agenda de Carmelo, que realiza temprano el primer reparto de periódicos. Encuentra apoyo en corredores, como él, del encierro, para agilizar la tarea y estar en la cuesta de Santo Domingo antes que suenen las ocho campanadas. Diario en mano, como mandan los cánones, dejan en depósito en la librería para su custodia todo tipo de objetos que puedan desaparecer entre la maraña de pies en polvorosa y moles rodantes. “Al abuelo le gustaba mucho el encierro. Dejaba a medias la persiana. Se colocaba en la acera, cuando había, y esperaba ver pasar los toros. Si había peligro, se metía dentro”. A la altura del hoy número 36 de Estafeta se formó un montón de los de recordar. Ahí estaba la familia Echarte sumando manos para auxilio de los mozos malogrados.
Ese gesto de respuesta solícita a la necesidad es máxima de actitud en su rutina. Tienden puentes de comunicación cada vez que extienden el Diario de Navarra a un cliente. “Es bonito el diálogo que se establece. Vienen a la librería nietos de esa gente que acudía a nuestro abuelo para intercambiar novelas”. Amén de oficiar de guías a turistas desorientados, ejercen la escucha con quienes confían “alegrías y tristezas” de tantas veces franquear el umbral del establecimiento y hallar en él una palabra amiga.
“La pena es que se mueren vecinos que son conocidos”, lamenta Carmelo. A la interpelación de “¿Qué representa Diario de Navarra para Navarra?”, su hermano responde sin ambages: “Es un periódico de referencia para Navarra. La gente lo compra como periódico local. A la gente le interesa mucho el día a día. Necesita saber”.
La sabiduría que ambos transmiten excede del plano intelectual. En tal cometido, siguen la estela que dejaron su abuelo y su madre. “Es un orgullo”