Penurias seniles

“¡Ay! Qué fugaces pasan los años, se lamentaba Horacio en uno de sus poemas, tiempos después de elogiar el placentero estado de quien, ni pobre ni rico, se siente feliz en su “dorada medianía”. Pero, es obvio que llega una edad en la que resulta difícil mantener tales sentimientos, por no causar las plácidas sensaciones de antes, debido a la pérdida gradual de aptitud y aumento de decadencia física.

Tal diferencia se hace notar, en buena medida, con solo aludir a algunas acciones recurrentes de la vida diaria: a veces, se sale al balcón y se regresa sin saber a qué se ha ido; se pierden llaves por dejarlas siempre en sitios distintos, se caen cosas por no sostenerlas con la misma fuerza; pinzas que sujetan la ropa en el secador, saltan sin apenas tocarlas, con el fastidio de tener que agacharse y sentir el crujido de la quinta lumbar, por ser el elemento óseo más doloroso y distraído de la columna; otra situación difícil de resolver es ponerse los calcetines sin solicitar ayuda, con la consiguiente humillación de repetir tal acto cada mañana; lo mismo ocurre cuando se estropea el ascensor y hay que subir, una a una, las agotadoras escaleras, acción que se intenta por mor de la propia estima. Lo mismo ocurre con el esfuerzo en vano de cortarse las uñas de los pies, a pesar de apoyarlos en un taburete; parcial identidad con lo anterior, por eso de las extremidades inferiores, tiene lugar en las vibrantes paradas de la villavesa, al dar un falso traspié por no calcular bien la altura del escalón al suelo, o tropezar con el bordillo de la acera, al volver andando a casa sin mirar hacia adelante…

Fidel Eguaras Monreal