De la Ribera
- Alberto Navajas León
Suelo por motivos de trabajo bajar a Tudela una o dos veces por semana y pasar la mañana allí. He crecido y me he criado en Alfaro, La Rioja, pero me puedo considerar oriundo de esa región que engloba a varias localidades de la zona (Castejón, Tudela, Alfaro, Corella, Rincón…) y que llamamos la Ribera del Ebro, o la Ribera a secas, y en la que la delimitación entre las provincias no existe. Tierra seca y agreste, de hombres y mujeres rudos y trabajadores, de campo, que ha salido adelante gracias al mucho esfuerzo y privaciones, gente de pocas palabras, pero certeras, que no se anda con tonterías a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Una tierra también cargada de recuerdos para los que allí nos hemos criado: las calles silenciosas de los pueblos, el sonido de las campanas llamando con tristeza a misa, los atardeceres eternos y de olor a ciemo del verano, y el tableteo eterno de las cigüeñas en los campanarios… Escenas de la Ribera de mi infancia presididas por la silueta del Moncayo a lo lejos, y la más suave y cercana del Yerga.
Como muchos otros jóvenes de la Ribera, quise escapar de allí, de esa tierra seca y dura, de pocas posibilidades, y de esa gente poco dada a expresar sus sentimientos. Al final, al cabo de muchos años y de dar muchas vueltas, tampoco he acabado muy lejos. Resido en Pamplona, muy cerca de la Ribera, pero debido al trabajo y a las obligaciones, son escasas las veces que puedo ir al pueblo a pasar el día a casa de mis padres y desempolvar los recuerdos. O quizás es que tampoco quiero volver. Sigo manteniendo una tensa relación con la Ribera: crecí allí, y mi vida más profunda y mis raíces están allí, pero no quiero volver. Sin embargo, en esas mañanas que bajo a Tudela, en las que dejo atrás Pamplona, Tafalla, y Pueyo, y en las que por fin aparece el perfil diluido del Moncayo a lo lejos, el humo de las centrales de Castejón, y el Yerga más a la derecha, se agolpan los recuerdos, y siento que algo muy dentro de mí, algo escondido y verdadero, se abre y expande, y la tristeza se apodera de todo: esta es mi tierra, allí está mi familia, este soy yo. Y me pregunto por qué trato de escapar de lo que soy, por qué he intentado huir durante toda mi vida de la Ribera, y de la gente que quiero y a la que nunca he sabido expresar lo importante, ni ellas tampoco a mí. Horas más tarde, terminadas las obligaciones, dejo atrás la Ribera y vuelvo a Pamplona y a mi vida. Atardece. Pueyo, Olite, Tafalla… Mientras que en Tudela el cielo estaba despejado, aquí llueve. En realidad, pienso, estoy confundido. He huido de lo que soy, sí, pero para poder atesorar valiosos recuerdos: las calles silenciosas y las tristes campanas, los eternos atardeceres, y el tableteo de las cigüeñas en los campanarios… Y así, por fin, poder encontrar en ellos lo que realmente soy.