Política de Todos los Santos

Todo aquel que se disponga a iniciar una discusión política debería comenzar recordándose esta obviedad, condenada a ser pasada por alto: no hay ideas políticas innatas. Nadie ha nacido liberal, fascista, comunista, nacionalista, ni demócrata. Llegamos a ser una cosa o la otra como resultado de tres circunstancias, tan entrelazadas, que solo imaginariamente podemos distinguirlas: el ambiente que nos ha rodeado, las vivencias personales que hemos tenido y los razonamientos que hemos oído o hemos hecho a partir de las informaciones disponibles. ¡Claro que hay gente que, criada en una familia de derechas sale de izquierdas o al revés! Como gente que en un momento de su vida da un giro copernicano a su forma de pensar y pasa a defender aquello que antes detestaba. Pero incluso en tales casos, las ideas no expresan una naturaleza innata, sino que siguen siendo el resultado de la citada mezcla de circunstancias. Estas, conviene también recordar, son precisamente “circunstanciales”, es decir, podrían haber sido distintas. De modo que también nuestras ideas y las de nuestros oponentes podrían ser otras. Que alguien piense diferente no es, por lo tanto, una prueba de su estupidez, ni menos aún de su maldad. Cuando ama algo, está convencido de amar lo correcto; cuando odia algo, cree también odiar lo que todos deberían odiar. En definitiva, profesa sus filias y sus fobias con absoluta buena fe. Así que si se le pretende convencer de que sus pensamientos son erróneos o de que tienen consecuencias funestas, los insultos, los desprecios y las amenazas, podrán conseguir que se calle, que se esconda, pero rara vez le harán ver las cosas de otro modo. A muchos todo esto les sonará de un buenismo insoportable. Pero quien emprenda una discusión política debe estar dispuesto también a aceptar que, probablemente, sus razones no sean suficientes para convencer a su interlocutor. Así que tendrá que interrogarse si aquellas razones son correctas, explicarlas mejor o aducir otras nuevas. Incluso así, descubrirá que conseguir cambiar el modo de pensar de los demás es muy complicado y requiere de esa paciencia que solo da el amor. Deberá recordarse lo dicho anteriormente, es decir, que todas las ideas (también las suyas) son el resultado de circunstancias externas e internas. Por lo que si no se pueden cambiar éstas -y casi nunca se puede solo con palabras-, es muy ingenuo pretender que alguien vaya a cambiar su forma de pensar. Nuestras ideas, además, suelen sernos cómodas, como unas zapatillas viejas. Nos cuesta mucho desprendernos de ellas, aunque estén descoloridas y la suela se les haya despegado. En consecuencia, quien quiera que compremos nuevas ideas deberá demostrarnos que van a resultarnos todavía más agradables y útiles que las anteriores. El reciente debate sobre la moción de censura presentada por Vox ha reflejado de nuevo el alcance de la ruptura interna que sufre España. Somos una sociedad rota, que no se soporta, que ya no quiere entenderse, ni reunir la paciencia para intentar comprender por qué el otro dice lo que dice. Un país que prefiere insultarse a preguntarse cómo demonios convencerse. Acaso sea también ingenuo buscar transformar esta atmósfera, porque también ella es el resultado de circunstancias muy difíciles de cambiar. Es el día de Todos los Santos. Como la Noche de San Juan, una de esas celebraciones tan enraizadas que no se necesitan campañas de publicidad para que la gente se sume a ellas. Pasará, en efecto, el coronavirus, pasará Tik Tok, pasaremos todos y, muy probablemente, se sigan saltando hogueras durante el solsticio de verano y riadas de gente seguirán acudiendo a los cementerios con flores a comienzos de noviembre. Un año más leeremos en nichos y tumbas apellidos familiares y nombres que suenan ya a antiguo. Como somos, fueron; como son, seremos. A buen seguro, muchos de ellos también se apasionaron por cuestiones políticas. Por una dinastía, por una república, por el socialismo o una España nueva. Todos estuvieron convencidos de defender lo correcto. Y, en el fondo, todos ellos no se defendían sino a sí mismos y a las circunstancias que los habían creado. Otros serían más o menos indiferentes a la política, demasiado ocupados con sus propios sinsabores y, acaso, convencidos de que el mundo continuaría siendo siempre igual. Se equivocaban y acertaban a la vez. Da lo mismo. La vida de unos y de otros pasó. Y si alguna mereció la pena fue la de aquellos que supieron comprender la caducidad de su tiempo y, no obstante, se las arreglaron para resolver o, por lo menos, aliviar alguno de los problemas que les tocó vivir.

Política de Todos los Santos

Somos una sociedad rota, que no se soporta, que ya no quiere entenderse ni reunir la paciencia para intentar comprender por qué el otro dice lo que dice

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