Como en los viejos tiempos, la imagen de una
iglesia de Nuestra Señora de Rocamador completamente llena volvió ayer al
convento de los capuchinos de Estella. Vecinos del barrio que se extiende en torno a ella y de otros puntos de la localidad asistieron a la eucaristía celebrada para inaugurar el albergue de peregrinos en que se ha transformado el antiguo hogar de la comunidad tras la marcha de los tres últimos hermanos hace medio año.
El
provincial de España, Benjamín Echeverría, natural de Arróniz, presidió la misa en la que se escucharon las voces del coro del Puy y se vieron de nuevo las caras muchos amigos de un entorno al que pertenecieron desde el año 1901.
Antes de abrir al público la nueva instalación turística, dotada con 54 plazas, los capuchinos quisieron que fuera esta presencia familiar la primera en recorrer las remodeladas instalaciones. Entre ellos, se encontraba el
escultor estellés Carlos Ciriza, muy vinculado por su familia al convento y autor del logotipo que lo representará en esta nueva etapa entregado ayer mismo al responsable de la congregación en España. Presentes también representantes municipales, como los ediles
Félix Alfaro, Mayte Alonso y Bittori Martín.
ROCAMADOR, OPCIÓN ELEGIDA
Fue para los frailes -lo indicaba así su superior en la celebración en la que le acompañaron otros hermanos y
el párroco de San Juan, San Miguel y San Pedro, Óscar Azcona- una mañana de agradecimiento a tantas personas que a lo largo de más de un siglo han compartido la vida y la fe con la comunidad capuchina de Estella. La idea del cambio se abrió camino hace un par de años, a raíz de una iniciativa compartida con Ramón Barandalla, también de Arróniz y gestor de este nuevo alojamiento.
Benjamín Echeverría recorrió en su homilía una historia que pudo empezar en tres escenarios diferentes pero eligió finalmente Rocamador, la opción que se impuso sobre el Puy y el actual ayuntamiento de la ciudad, antiguo convento de San Francisco. Eligieron entonces establecerse en un lugar un poco apartado del centro porque en la esencia de aquellos religiosos estaba ya -lo explicaba así su superior- ser una referencia para los pueblos del entorno, un convento de predicadores del que salían frailes para prestar esa atención religiosa a pequeñas poblaciones próximas.
A lo largo de ese siglo largo de presencia, la comunidad tuvo retos constantes por delante. Entre ellos, el de reconstruir su convento inicial
tras el incendio de 1956 e inaugurarlo de nuevo en 1958. Llegarían después otros obstáculos de un tiempo marcado por la falta de vocaciones que ha obligado a ésta y a tantas otras congregaciones a reestructurarse.
Benjamín Echeverría se remontó al tiempo en el que hacía el noviciado en Estella, cuando ya los peregrinos pasaban por este convento al pie de la ruta jacobea y, aún sin red de alojamientos destinada a ellos, muchos se hospedaban en Rocamador y dejaban su firma como testimonio de esa estancia. “En las conversaciones de entonces con los frailes estaba ya presente -rememoraba ayer- la idea de que debíamos hacer algo en el Camino de Santiago en un enclave especial como Estella”.
En las palabras de Benjamín Echeverría, un contexto más amplio que el vinculado a este proyecto, a un acontecimiento que conmemoran los capuchinos de todo el país. “El
octavo centenario del paso de San Francisco de Asís por España y por la ruta a Compostela lleva -añadió- a reflexionar sobre el camino por el que debe discurrir nuestra vida religiosa”. Aunque aludió a las necesidades del momento que llevan a este cambio, la voluntad de los frailes es
seguir presentes de alguna manera en Estella y no perder la vinculación con el proyecto por lo que uno de ellos atenderá en algunos momentos por concretar una iglesia que quiere seguir siendo un lugar de referencia.
Selección DN+