Ya es un lugar común, pero es cierto que los catalanes celebran este domingo las
elecciones más decisivas de su historia reciente. La independencia, con posibilidades de triunfar, nunca se había sometido hasta ahora al escrutinio de las urnas. La separación de España, impensable hace apenas cinco años, ha pasado de ser la ensoñación de una minoría a ser el
objetivo de amplias capas de la sociedad.
Soberanistas y unionistas
dan por hecho el triunfo de los partidarios de la secesión, la incógnita radica en el tamaño de su mayoría pues de las dimensiones que tenga dependerán muchas cosas en Cataluña y España.
Los 15 días de campaña y los meses de calentamiento han sido quizás los momentos electorales más intensos de los últimos años. Corralito, fuga de bancos y empresas, desplome de las inversiones, exclusión de la Unión Europea y del euro, imposibilidad de pagar las pensiones, pérdida de la nacionalidad. Mensajes nunca vistos en una campaña autonómica.
Esta dinámica de
agresividad, mensajes gruesos a veces poco fundamentados, advertencias y réplicas a estas han desembocado en la
votación más polarizada, y quizá más masiva, de las últimas décadas, con permiso de la celebrada en 2001 en el País Vasco, con el choque del proyecto segregacionista del nacionalista Juan José Ibarretxe y el bloque constitucionalista del popular Jaime Mayor Oreja y el socialista Nicolás Redondo.
El encontronazo entre el sí y el no a la independencia de Cataluña lo ha copado todo y ha dejado
sin hueco a los matices. El gris no ha encontrado sitio en una pasarela electoral dominada por el blanco y el negro. Una polarización que ha contribuido a que el bloque de los indecisos haya menguado conforme avanzaba la campaña. Del 20% que se hablaba en un principio se ha pasado, según los expertos, a medio millón de ciudadanos, algo menos del 10% de los
5,5 millones de catalanes con cita en las urnas.
Una evolución con dos lecturas; para los independentistas son ciudadanos que se han subido al carro ganador de la lista de Junts pel Sí de Artur Mas y Oriol Junqueras; para los antisoberanistas se trata del votante castellanoparlante renuente a votar en las autonómicas que esta vez sí va a participar porque quiere que Cataluña siga en España. Ese ha sido, precisamente, uno de los éxitos del independentismo, hacer creer que una victoria este domingo es el preludio imparable de la secesión aunque no vaya a ser así. Mas se ha ufanado en los últimos días que estos comicios son en realidad el
prohibido referéndum y que tiene un carácter vinculante para España. No es cierto, pero ha cuajado.
La polarización, además, ha sido agua de mayo para el
soberanismo, cuyos promotores están convencidos de que las amenazas y los funestos augurios han nutrido y compactado sus filas. En la otra orilla, los no independentistas, divididos hasta en cinco candidaturas, aceptan que sus intereses contrapuestos han impedido confeccionar un discurso común equiparable en atractivo al de la arcadia feliz que prometen los independentistas.
El aluvión de datos y declaraciones sobre las consecuencias sombrías de la separación, compartido por la mayoría del
mundo académico, era contrarrestado por Mas y compañía con el discurso simplista, pero eficaz, de decir que todo eso era falso. Ni salida de Europa ni del euro, aumento de las pensiones, crecimiento de las inversiones y llegada de bancos y nuevas empresas. Un panorama con pocos defensores entre los expertos.
En definitiva, números contra números, disposiciones legales contra disposiciones legales, discurso contra discurso. El paraíso o la tinieblas del averno. La política dejó paso a las emociones, y en ese terreno, dicen los politólogos, el 'david' independentista se ha movido mejor en Cataluña que el 'goliat' constitucionalista. Y ya se sabe, "el corazón tiene razones que la razón no entiende", que diría el filósofo y matemático francés Pascal.
Posturas diversas Pero no todo es miel para el mundo soberanista. Hasta este domingo las filas han estado prietas, pero a partir del lunes pueden estallar sus costuras.
Artur Mas no ha escondido que pretende, desde la posición de fuerza que espera alcanzar en las urnas,
negociar la independencia para que sea de mutuo acuerdo con el Gobierno central y la aquiescencia de Europa. El republicano
Oriol Junqueras no quiere perder tiempo y exige una
declaración unilateral de separación lo más rápida posible, convencido de que España y la Unión Europea se rendirán a la fuerza de los hechos. La CUP, el previsible socio imprescindible para la mayoría, quiere también un proceso separatista rápido, pero sin Mas.
El Gobierno de
Mariano Rajoy, entretanto, aguarda el desenlace con las cartas preparadas. Sabe que el 28 de septiembre no va a pasar nada, que hasta mediados de octubre no se va a votar la investidura de Mas y que en ese momento emergerán las contradicciones del bloque de la secesión. Pero por esas fechas todo puede entrar en una fase hibernación porque Rajoy convocará las elecciones generales para diciembre y es razonable que Mas opte por esperar y ver quién se instala en La Moncloa para saber con quién tendrá que intentar negociar. Unas tratativas que Rajoy ya ha dicho que si es reelegido no tendrán lugar, y que el socialista Pedro Sánchez tampoco facilitará, aunque ha dejado el resquicio de la reforma constitucional, que los independentistas hoy desprecian, pero que mañana puede ser su único asidero.
Pero antes de que se cuenten las papeletas, hay un dato irrefutable:
la sociedad catalana va a quedar partida en dos. Uno de los debates en la campaña fue que si esta división electoral implica una fractura social. Para los contrarios a la secesión, sí; para los independentistas, no. Un repaso a los resultados electorales desde 1980 evidencia que los dos bloques han existido siempre. El
elemento diferenciador ahora es el
factor soberanista, cuyas consecuencias son impredecibles. El sociólogo de la Universidad Pompeu Fabra Jordi Guiu niega que exista un enfrentamiento social y atribuye este diagnóstico a "la visión política interesada" de algunas fuerzas políticas. "No hay -sostiene- ningún indicador sociológico de fractura social. Cierto es que más allá de las discusiones familiares de sobremesa, no se tienen noticias de enfrentamientos callejeros.
Pero también es cierto que los ánimos están exacerbados y los sentimientos identitarios, a flor de piel. En los últimos actos de Junts pel Sí se escucharon lemas más propios de la lucha contra la dictadura, "nunca más súbditos" "independencia es libertad". A pocos metros, en los mítines del PP, unos recios y viriles "vivas a España" lo decían todo.
Selección DN+
Si esta gente se preocupara de aprender algo de historia, caerían en la cuenta de que Cataluña nunca ha sido una nación, ni reino, a lo más un condado dentro de la Corona de Aragón y siempre fueron tan felices de ser españoles hasta finales del S XIX donde empezaron las corrientes nacionalistas. España es una unidad geográfica e histórica que en nada justifica que haya más de una nación. El que el catalán lo hable una parte de la población de Cataluña tampoco justifica la secesión. Al fin y al cabo, es un idioma muy parecido al español, con la misma raíz latina. Si yo fuera catalán, en estas elecciones, por muchas razones, hubiera votado a Inés Arrimadas.
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