Cuando
Mariano Rajoy recibió el encargo de José María Aznar para organizar la campaña electoral del PP en 1996,
Ana Mato ya andaba por la sede del partido en la calle Génova 13 de Madrid y se integró en su equipo. Por aquellos tiempos anudaron una estrecha relación que, si no se puede llamar de amistad -el círculo de amigos de Rajoy es de radio estrecho-, sí era de
confianza y lealtad. Una impresión muy extendida en el PP es que solo esos sentimientos hacia su colaboradora explican que el presidente la haya
mantenido en el cargo contra el viento y la marea del 'caso Gürtel'. Hasta la dimisión del miércoles.
Cuando en febrero del año pasado volvieron a aflorar las fiestas de cumpleaños de los niños, el confeti y los globos, los viajes a Disneyland-París y demás
regalos de Gürtel, el presidente fue rotundo: "
Mantengo la plena confianza en la ministra. Una de mis obligaciones es ser justo, y manteniendo mi confianza soy justo y lo merece". Y no se hable más, que diría Manuel Fraga.
Rajoy sabía a quién nombraba ministra de Sanidad en diciembre de 2011. Para entonces eran cosa sabida los
tratos de su exmarido, Jesús Sepúlveda, con la red de Francisco Correa y lo del
coche 'Jaguar' en el garaje de la casa familiar, del que ella dijo no saber nada. También se conocía lo de los regalos. Pero esos presuntos delitos de cohecho fueron archivados, y Rajoy los dio por enterrados. Por eso, armada con la confianza del jefe, se limitó a decir que
"no eran nuevos" y eran "más de lo mismo" cuando surgieron nuevos datos en la investigación. Tenía razón, ya habían salido y habían sido archivados por el juez Antonio Pedreira.
Siguió por tanto en su puesto, aunque muchos en el PP, y también en el Gobierno, se han preguntado en muchas ocasiones qué vio Rajoy en esa mujer de 55 años para encargarle la cartera de Sanidad. Hasta llegar al Gobierno había sido una 'fontanera', primero de Aznar y después de Rajoy. Con el primero se fue a la Junta de Castilla y León en 1987, y con él regresó a Madrid. En 1993 fue elegida diputada y empezó a trabajar en el área electoral del partido.
Siempre ha sido una mujer del aparato del PP, al igual que su marido, del que se separó en 2000 aunque nunca se divorció por razones religiosas y, dicen en su entorno, "por sus tres hijos". Solo en 2005 la pareja dio carta de naturaleza legal a su separación. Hasta entonces fungían de matrimonio, y como tal fueron a la boda de la hija de Aznar en El Escorial.
HARTA
Pero ella estaba "harta", aseguran sus amistades. Harta del 'caso Gürtel' y harta del Ministerio de Sanidad, en el que ha desarrollado una
política de esfinge. Su estrategia informativa es no dar entrevistas, regatear las comparecencias parlamentarias y
delegar en sus colaboradores la tarea ingrata de dar la cara en las crisis. La última, la del
ébola. Admiten en el PP que
no está dotada para la oratoria y algunas de sus intervenciones en asuntos de su negociado dan fe de ello, como cuando se enredó en un discurso sobre
prestaciones farmacéuticas y habló de prestaciones "teroperapeúticas" (sic). Un patinazo del que ya había antecedentes. Aún en la oposición, en febrero de 2008, comentó que
"los niños andaluces son casi analfabetos". Es fácil de imaginar la polvareda que se levantó y por la que pidió perdón.
Sin ser su departamento de los más conflictivos del Gobierno -
las competencias de Sanidad están transferidas a las comunidades-, tiene el dudoso mérito de ser
la ministra peor valorada y la oposición ha reclamado su reprobación en el Congreso, algo que solo ha hecho con el titular de Educación. Pese a todo Rajoy la mantuvo hasta el miércoles a su lado. Debía tener razones que solo él conoce, pero seguro que entre ellas estaba que en los difíciles momentos de la derrota electoral de 2008, cuando un poco visible golpe de estado interno intentó descabalgarle del timón del PP, ella permaneció a su lado.
Selección DN+
Rajoy no debió nombrarla ministro, dadas las andanzas del marido, y, en todo caso, debió dimitir hace ya mucho.
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