CRÓNICAS DE ASFALTO FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE
Superamos a los alemanes
Casi me da un infarto. La OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) ha presentado un estudio sorprendente, aunque, como pasa con los contratos, exige leer la letra menuda.
- OPINION@DIARIODENAVARRA.ES
E L caso es que estaba tranquilamente en mi puesto de trabajo, ensimismado en la nada, dándole duro al nihilismo, relajado, reiterando al ojo la cansina realidad de ver sin ver cómo la crisis arrasa con todo..., vamos, lo normal, procurando no romper la dinámica nacional por echarle al curro demasiado celo, cuando mi vista se fijó en algo que pudo paralizarme el músculo de amar, pero también de funcionar, sístole y diástole, Dios mediante. Luego, alguien preguntaría: ¿De qué murió este hombre?Y no habría otro remedio que decirle la verdad: De un estudio estadístico. ¿Pues no voy y leo en grandes titulares que los españoles trabajamos más que los alemanes? Vamos, que levanta el dictador del bigote su cuerpo de la fosa -más nazi que ario, la verdad- y se cae de espaldas. De manera que tanto alabar la eficacia alemana, tanto doblar el espinazo ante la ferruginosa señora Merkel, nuestra auténtica ministra de economía e inspectora plenipotenciaria, y resulta que trabajamos más que ellos. Vergüenza debería darles que un país propenso a la siesta y adornado con otros factores descompensatorios de la efectividad les gane por la mano. Preocupado en mis interioridades por este desbarajuste del orden universal, que dudo sea para bien, me echo en brazos de la reflexión y me pregunto cuándo cesará la aparición de signos apocalípticos, en qué momento dejará de fustigarnos el predestino con anuncios de catástrofes, ¿o todavía hemos de oír que los franceses son simpáticos, los belgas rebosan gracia y los ingleses saben comer?, y ni siquiera sé si podemos achacarlo todo al trigo transgénico o al clenbuterol de las chuletas, porque comenzó esta pesadilla con el cambio climático o el fin de las reservas energéticas y vamos ya por la amenaza constante de la naturaleza maltratada y recibiendo todas esas desgracias que nos hielan la sangre; a ver si vamos a parar en que, además de excelentes trabajadores, odiamos el fútbol y nos va esa chuminada del críquet. Menudo palo: la pérdida de nuestra idiosincrasia, echar por tierra los valores que siempre nos han adornado, un reconocimiento cosido a la nacionalidad a base de constancia en cientos de años. ¿Pero qué diablos está pasando aquí? ¿Adónde van la lógica y hasta la metafísica con los españoles trabajando más que los alemanes? ¿Han bajado el pistón ellos o hemos remontado nosotros? No puede ser que hayamos dilapidado por las malas esas virtudes intrínsecas, tan nuestras, que hayamos renunciado al escaqueo, a las ciáticas insondables, a esa máxima nacional de tres miran y uno trabaja, tan repetida en las faenas callejeras (¿por qué no se hicieron postales de esa estampa?). No puede ser que reneguemos de las artes abstencionistas que nos han colocado a la cabeza de las enfermedades desconocidas como antesala de la baja médica. Cómo es posible que vivan ya en el destierro ese dolorcillo por aquí, aquella molestia por allá, los crónicos malestares. y el simpar e impagable estrés, disfunción de cuño internacional que hubimos de adoptar y darle cobijo en el diccionario de la RAE, con su tilde y todo, esa dolencia importada desde el cariño dispensado a uno mismo y rebrotada en cada regreso de vacaciones. Fue nuestra tabla de salvación, el estrés, cuando el lumbago empezaba a languidecer como excusa, de tan utilizado. Y aquella adaptación ejemplarizó una manera española de evolución, de saber estar a la última y meter en el saco de los achaques el nuevo prodigio, indetectable, que dejaba al médico a oscuras de conocimiento y con la baja en la mano. Aquí nunca se había sabido nada del estrés, hasta que cruzó la frontera. Como mucho, la mayoría estaba hasta los cojones de todo, pero estrés no había.
Afortunadamente, no todo lo que reluce es oro. Ya les advierto, no caigan en el error de precipitarse, no se fíen del oropel de los titulares -alguno llevo hecho, sé de qué hablo- porque donde se afirma que los españoles trabajan más que los alemanes, quiere decirse que estamos más rato, que permanecemos más tiempo en el sitio de currar, pero eso no implica, en absoluto, que vayamos todos ni que seamos más trabajadores. De hecho, nos quedamos en el trabajo una hora más de media al día. En definitiva, falsa alarma, seguimos siendo lo que somos y siempre hemos sido, podemos respirar tranquilos, nuestras señas de identidad permanecen incólumes. Nos han medido el rato, pero no la acción; el tiempo, pero no la productividad. O sea, que aguantamos en nuestro puesto, pero seguimos sin que nos cunda. Ahora bien, tenemos la sartén por el mango y el día que queramos y, además de estar mucho rato en el trabajo, nos dé por laborar. esta gente se va a enterar. De momento lo vamos a dejar porque no nos gusta humillar a nadie. Y, también, por evitar que nos dé el estrés.