Literatura
Juan Gil explica la curiosa vida de 300 palabras
El académico Juan Gil revisa en un libro el origen y los avatares de trescientos vocablos con sus cambios de significado y uso

- colpisa. madrid
¿Sabía que guiri procede del vasco? ¿Que capicúa es una traducción literal de la expresión catalana ‘cap i cua’, ‘cabeza y cola’? ¿Que la palabra condón no viene el doctor Condom, a quien se atribuye la invención del artilugio y que el interfecto quizá ni existiera? ¿Qué retrete procede también del catalán u occitano, inmolar de la costumbre de echar harina salada a las víctimas del un sacrifico ritual, o dólar de la palabra germana taler, adaptada al español como tálero? Son sólo algunos de los ejemplos que incluye ’300 historias de palabras’ (Espasa), libro dirigido por el académico Juan Gil, titular del sillón ‘e’ en la Real Academia Española (RAE). De abolengo a zombi, desentraña las curiosa la vida de las palabras y se propone "enseñar divirtiendo".
Desvela las maravillosas, insólitas y a menudo muy desconocidas historias que encierra el origen, los avatares y el variable uso de tres centenares de vocablos. Nos explica que guiri procede de ‘guiristino’, adaptación de ‘cristino’, que es como se llamaba en el país vasco en el siglo XIX a los partidarios de la regenta María Cristina, enfrentados a los carlistas. Que señora e infanta se conformaron de la misma manera que los condenados ‘miembra’ y ‘jóvena’ que tan mala fortuna tuvieron en boca ministerial, o que chándal procede del jersey que vestían los vendedores de ajos del parisino mercado del Les Halles, los ‘marchan d’ail’.
"El español está lleno de préstamos del latín, el griego y el árabe, además del francés o el inglés, pero también hay palabras procedentes del japonés -tsunami por maremoto, o harakiri por suicidio ritual-, del vasco del catalán que se han adaptado en su forma y muchas veces también en su significado" explica el catedrático y filólogo. "El léxico es un volcán en constante ebullición y su continua renovación se debe a infinidad de causas", agrega. "Evoluciona la mentalidad del hablante, sus circunstancias, sus costumbres y modas; las formas vulgares alternan y conviven las cultas; se crean nuevas palabras ya sea por interpretación equivocada de manera deliberada y su éxito dependerá de la aceptación que tengan entre los hablantes" señala el académico, catedrático durante más de tres décadas en la Universidad de Sevilla, y miembro de la RAE desde 2011.
Al final quien sanciona el uso de una palabra, quien determina que viva o muera, que tome un sentido u otro, es el hablante "que es siempre quien dice sí o no de forma soberana". "La lengua es la democracia perfecta. Crear una nueva palabra está al alcance de cualquiera, pero el éxito final dependerá de la mayor o menor aceptación que este tenga dentro de la colectividad", apunta el experto evocando ‘mileurista’ como ejemplo de "palabra feliz" acuñada por una joven. "Las palabras, como lo seres vivos que son, nacen, se desarrollan y mueren" insiste Gil Fernández, investigador sobre latín clásico y del Renacimiento, la lingüística indoeuropea en los textos antiguos griegos y neogriegos, las minorías religiosas y la escatología, entre otros campos. "Ni si quiera las dictaduras, por férreas que sean, pueden dominar ningún idioma; y bien que lo sabía un tirano feroz como Stalin, que declinó la invitación de algunos asesores de hacer imposiciones lingüísticas en Rusia".
El libro que Juan Gil ha coordinado y dirigido junto a Fernando de la Orden es de lectura tan entretenida como provechosa. Desvela curiosidades como que adefesio proviene del latín, de la corrupción de ‘Ad Ephesios’, ‘a los efesios’, la célebre epístola de San Pablo que se leía en las bodas, que en su día significó hablar "inútilmente, disparatadamente" dada la escasa atención que lograron el Evangelista en Éfeso y los curas de los novios; que la palabra siesta procede del latín y alude la ‘sexta hora’, la del mediodía; que las muy femeninas bragas de definen mediante una palabra de origen masculino que denominaba a los calzones, o que tanga es un vocablo de la lengua tupí y alude a los nativos de la costa brasileña que, a la llegada de los portugueses, cubrían sus genitales con una especie de taparrabos.
También que los malentendidos son grandes creadores de palabras y originan vocablos como busilis -el punto principal de alguna cosa que en principio no se percibe- que procede del la expresión latina ‘in diebus illis’, en ‘aquellos días’. "Los curas lo decían en latín en misa, de espaldas a los feligreses que repetían como papagayos sin comprender una palabra" explica el filólogo. Lo mismo ocurre con sursuncorda contracción la expresión latina ‘sursum corda’, ‘alcemos los corazones’ que también se decía en la liturgia en latín.
La etimología de asesino explica que la voz procede de la voz árabe ‘hassasin’ -"adictos al cáñamo indio, al hachís"- desde que en el siglo XI los seguidores del líder Hassam e-Sabbah cometieran asesinatos a sangre fría tras ingerir una poción de cannabis. Palabras como pamela y rebeca son nombres propios convertidos en comunes, y así la que denomina al ancho sombrero femenino se debe a la protagonista de la novela ‘Pamela, o la virtud recompensada’, de Samuel Richardson, y la segunda se refiere a la prenda de punto que la actriz Jean Fontaine lucía en la película ‘Rebeca’, de Alfred Hitchcock. Zombi, la última de las 300, es una voz de origen africano y daría nombre a un deidad con forma de serpiente y que anidó en la cultura criolla de Haití y ganaría en el Caribe su significado de muerto viviente.
"El lenguaje cambia a velocidad de vértigo, como la vida" dice el filólogo, convencido de la "buena salud de nuestra lengua". "El idioma es indestructible y si se habla mal aquí no pasa nada, porque seguro que en otros lugares se habla de maravilla", ironiza Juan Gil. Tampoco cree que los jóvenes, a quienes se crítica por su supuesta penosa manera de hablar "no hablan hoy peor que los de hace 40 o 50 años". Eso sí, lamenta que los políticos y la corrección política "nos cubran de eufemismos, llevados de su mezquino afán de disfrazar las cosas y no llamar nunca al pan, pan y al vino, vino". "Creo que se equivocan, son cortoplacistas y se empeñan en disfrazar las palabras, cuando lo más rentable sería siempre ir con la verdad por delante", concluye Juan Gil. Eligió el título, confiesa, haciendo un juego de palabras que alude a los trescientos espartanos que combatieron contra Jerjes en la batalla de las Termópilas.
ETIQUETAS