Induráin: “En Burdeos fui a hacer el récord, no a conseguir una marca altísima”

Del récord de la hora del 2 de septiembre de 1994 le quedan a Miguel Induráin más recuerdos y experiencias que objetos. En su casa guarda la medalla y el diploma acreditativo de los 53,040 km. La Espada está en Pinarello Treviso, el buzo que usó se lo regaló a José Miguel Echávarri, y el casco... qué mas da. El récord era una cuestión de prestigio. 25 años después, ¿qué recuerdo guarda en su cabeza del récord de la hora? Más que del día en sí, me quedo con todo el evento. Los días previos, la preparación... para mí era algo diferente a todo lo que hacía. Estaba acostumbrado a preparar grandes vueltas, el Tour, y aquello era para mí todo nuevo, me sacó de la rutina. ¿El récord vino a usted o usted fue a por el récord? Todo vino porque empezamos a trabajar la aerodinámica para la carretera y las cronos. En esas, José Miguel sacó el tema del intentar el récord, y era algo en lo que no teníamos experiencia. Había que buscar velódromo, nos comentaron la posibilidad de hacerlo en Moscú; las bielas, el desarrollo... y ahí me tenía que dejar aconsejar, pero siempre teniendo en cuenta que mi objetivo principal era el Tour. Hice unos test, fueron buenos, y mi idea en Burdeos era hacer el récord, no dejar una marca altísima. ¿Cuánto le costó meterse en un velódromo? No mucho. Había hecho los Seis Días de Madrid, solía correr las Seis Horas de Euskadi. Sabía andar, me defendía, aunque no era un especialista como Wiggins, por ejemplo. ¿Implicaba un gran cambio para usted? Sí, al final yo estaba acostumbrado a entrenar puertos, o muchas horas. El récord implicaba cambiar la posición, la cadencia, manejar un desarrollo muy grande durante una hora... Hasta qué punto era una maniobra arriesgada. Como hice un par de test de 20 minutos con referencias de que podía batir el récord, tenía confianza de poder hacerlo. Hombre, luego el día es el día. Un récord de la hora no es complicado en su conjunto, sino en pequeños detalles. Acertar el material, la musculatura que se castiga en determinadas zonas... Aquel récord fue el récord de la Espada, ¿cómo fue su relación con aquella bici? Las medidas de la Espada eran las mismas que yo usaba en la bici de contrarreloj. La forma era una cuestión visual. Trabajamos en el túnel del viento y un ingeniero francés, probamos cosas como el manillar en forma de delta, o la horquilla de media luna, pero los probamos y no funcionaron. Al final había que estar una hora. ¿Cómo son los 60 minutos de un récord de la hora? El comienzo es lo más duro, porque empiezas de cero, en seco, y con un desarrollo enorme (59x14). El daño en la musculatura de las piernas es terrible en las primeras 10 vueltas, te sueltan, arrancas, y tienes que ir recuperando el tiempo que pierdes. Y luego hay que estar una hora en la misma posición, eso es muy complicado. ¿No se puede rectificar? Es muy difícil, lo intentaba, y además cometí el error de estrenar maillot en el récord. Eso no es lo mejor. La licra no es como ahora, se me hizo una arruga en el buzo, y me hizo una rozadura que me hizo pasarlo mal. No estaba amoldado, fue un error. Podría haberme puesto de pie en los pedales, pero no. Al casco le afectó también la condensación... Usted hizo la tentativa sin cuentakilómetros, sin pulsómetro, sin pinganillo. Sí. Sabino Padilla y Vicente Iza estaban a pie de pista. Teníamos un punto de referencia que era la línea de meta. Ellos manejaban el tiempo que tenía que hacer por vuelta para hacer el récord. Si se colocaban después de la línea de meta es que iba peor, si se ponían por delante es que iba mejor que el récord. En una prueba así, que das vueltas a una pista, que tienes que estar muy pendiente de la trayectoria, no ves números. Sólo la línea negra e ir lo más centrado posible. ¿Fue un sufrimiento extremo? Fue el mismo sufrimiento que una contrarreloj, ni más ni menos. No fue un esfuerzo límite. Fui a hacer el récord, no fui a tope. Mi idea era al año siguiente hacer una tentativa con una buena preparación, más trabajada. Pero luego vino Rominger, que hizo dos seguidos, y lo dejó muy alto. ¿En qué pensaba? ¿o no pensaba? A mí fue una hora que se me pasó rápido. Estaba todo el rato centrado en la línea, llevar el ritmo. Oía un run-run de fondo, no veía la grada y a mí me gustaba sentir cómo deslizaba la bici en la madera. Luego vino Colombia. Sí, aquello no salió bien entre la altura, las inclemencias meteorológicas en un velódromo abierto, la temporada que iba cargada, el Mundial... todo se complicó. Usted podía haber dejado un récord más elevado. Si hubiese hecho una preparación más específica, de un año, trabajando más el desarrollo, un velódromo adecuado... sí. El récord es una cuestión de prestigio, no tanto de dinero. Para mí tuvo su tiempo. ¿Qué cuerpo deja un récord? Coges una buena paliza, lo que más sufre es la musculatura porque acabas descompensado por los propios giros. Es una hora a tope. Los primeros 30 minutos vas bien, del minuto 30 al 45 se te hace lo peor, se te agarra. Y luego ya ves que lo haces. ¿Disfrutó? A mí me gustó porque era algo diferente. Su récord duró un mes y 20 días, cuando lo batió Rominger. Tenía asumido que mi marca era mejorable, por mí o por cualquiera. El récord es una cuestión de aerodinámica. La fuerza está ahí, la técnica se puede mejorar... cuando quitaron la aerodinámica bajó el récord, cuando se abrió fue mejorando.

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