Historia y Patrimonio
Navarra, protagonista por partida doble en la primera crónica de un corresponsal de guerra
El inglés Charles Lewis Gruneisen publicó en el 'Morning Post' de Londres un artículo sobre una batalla de la Primera Guerra Carlista que había presenciado en persona, adelantándose en dos décadas a Howard Russell en Crimea

Actualizado el 22/02/2023 a las 20:49
Se considera que la crónica de guerra más antigua es la de la batalla de Qadesh, dirimida entre egipcios e hititas y registrada en los bajorrelieves de los templos del país del Nilo hace 3.000 años. Muy lejos en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, si hablamos de la primera batalla relatada por un corresponsal, esta nos toca más cerca, mucho más: tanto como que miles de navarros participaron en ella, por un lado, y que el lugar en el que se produjo el combate, si bien no estaba dentro de nuestras fronteras, había sido repoblado por navarros durante el proceso de Reconquista de la Península Ibérica, como atestigua el propio nombre de la localidad.
Pero empecemos por el principio. Un joven reportero inglés del 'Morning Post', Charles Lewis Gruneisen, viajó a España en plena Primera Guerra Carlista para informar sobre el conflicto. Era el año 1837 y la contienda parecía decantarse en favor del pretendiente Carlos V: a las victorias carlistas en los campos de Navarra y el País Vasco se unía la creciente radicalidad de los gobiernos de Madrid, vista con preocupación por la regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, madre de Isabel II. Al bando carlista llegaron entonces cantos de sirena de que la regente estaba dispuesta a firmar un acuerdo; solo era necesaria una última demostración de fuerza.
Los carlistas recogieron el guante. Con sigilo, organizaron una gran expedición que debía dirigirse a Madrid, donde la regente y Carlos V podrían escenificar el acuerdo. Sin embargo, la marcha no iba a ser un paseo, ya que entre Estella, capital de los carlistas, y Madrid había varios ejércitos isabelinos dispuestos a interceptar a la comitiva.
La llamada "Expedición Real" partió de Estella 15 de mayo de 1837. La integraban el propio Carlos V con toda su plana mayor y miles de soldados, de los que la mayoría eran navarros, ya que los vizcaínos y los guipuzcoanos no se sumaron a la empresa por circunstancias nunca del todo aclaradas. De todas maneras, de Navarra eran los mejores escuadrones de lanceros y también la mejor infantería, la predilecta del ya por entonces fallecido Zumalacárregui, así que la expedición partió con buen ánimo y desfiló con orgullo frente a las murallas de Pamplona.
Los carlistas, no obstante, necesitaban encontrar una manera de cruzar el río Ebro. Por la Ribera, controlada y vigilada por ejércitos isabelinos, resultaba imposible, así que fue necesario realizar una larga marcha por Aragón antes virar hacia el sur. Los isabelinos, conscientes del movimiento, forzaron un par de batallas en Huesca y Barbastro, que finalizaron con triunfos carlistas. No obstante, las largas caminatas, el calor, los combates y un desastroso cruce del río Cinca debilitaron a la "Expedición Real", de modo que en lugar de girar hacia Madrid se decidió internarse en Cataluña, donde operaba con éxito Ramón Cabrera, el "Tigre del Maestrazgo".
Precisamente, gracias al apoyo de Cabrera, el grueso de las fuerzas carlistas pudo cruzar el Ebro en Cherta, cerca de Tortosa, y por fin poner rumbo a Madrid. Fue entonces cuando el corresponsal Gruneisen se unió a la expedición, aceptado por el Estado Mayor del pretendiente. Así, pocos días después, el 24 de agosto de 1837, el inglés fue testigo de la batalla de Villar de los Navarros, una victoria carlista sobre las tropas isabelinas mandadas por Marcelino Oraá que abría de par en par el camino hacia el centro de la península a Carlos V. Curiosamente, los derrotados se refugiaron en la cercana localidad de Herrera de los Navarros, que junto a la de Villar son las únicas en España que portan tal "apellido" en su denominación.

Charles Gruneisen envió la crónica del triunfo carlista a Londres y el 'Morning Post' lo publicó el 8 de septiembre. El documento es un hito en el periodismo, ya que se considera que esta fue la primera crónica de guerra de un corresponsal incrustado entre las tropas combatientes, superando en casi dos décadas a las de Howard Russell en la Guerra de Crimea.
MADRID A LA VISTA
Tras la batalla de Villar de los Navarros, el ejército carlista inició una carrera frenética por evitar al gran ejército isabelino que el general Baldomero Espartero conducía hacia el sureste, desde Navarra, con la intención de cortarle el paso antes de que alcanzara Madrid. La "Expedición Real", no obstante, consiguió cruzar el Tajo con una hábil maniobra y dejó atrás a sus perseguidores: ya nada se interponía entre ellos y la capital isabelina.
Los carlistas que habían partido de Estella meses antes, mucho de ellos navarros, se plantaron frente a la puerta de Atocha el 12 de septiembre. Pero como Aníbal en Roma durante la Segunda Guerra Púnica, se quedaron "ad portas". La ciudad era abiertamente hostil al pretendiente y las circunstancias internas en el gobierno de la capital habían cambiado en favor de las preferencias de la regente. El ansiado acuerdo no iba a producirse. Y tomar una ciudad del tamaño de Madrid con el ejército de Espartero en las cercanías era una temeridad. Carlos V dio la orden de retirada, a pesar de las quejas amargas del fogoso Ramón Cabrera, convertido en una suerte de nuevo Maharbal, aquel jefe de la caballería númida que dejó para la posteridad el reproche a Aníbal de que sabía vencer, pero no aprovecharse de la victoria.
El camino de regreso a Navarra de la "Expedición Real" estuvo plagado de derrotas. Las tropas habían perdido la moral y tenían la sensación, especialmente las navarras -la 1ª División, dirigida por el general pamplonés Pablo Sanz Baeza-, de haber sido traicionadas. Y los cambios que se produjeron en la cúpula del ejército tras el fracaso de la empresa, con la caída de Vicente González Moreno y el ascenso de un Rafael Maroto partidario de pactar una rendición con los isabelinos, alimentaron ese resentimiento.
Así, el bando carlista nunca se recuperó del todo de la "Expedición Real". La división interna creció rampante y el 18 de febrero de 1839 fueron fusilados en Estella los generales Pablo Sanz Baeza, Juan Antonio Guergué y Francisco García Dicastillo, el oficial Luis Antonio Ibáñez, el brigadier Teodoro Carmona y el intendente Francisco Javier Úriz. Todos acusados de conspirar contra Maroto. Ellos eran los últimos obstáculos para firmar una rendición, la cual se produjo muy poco después, el 31 de agosto, con el famoso Abrazo de Vergara entre Espartero, el general que había salvado Madrid, y el propio Maroto.