Mientras el Gobierno central se preocupa por reducir la velocidad a 110 km/h en las autopistas, la velocidad del desempleo en el país se dispara. Ayer, a las dos de la tarde, una de las oficinas de Pamplona era un hervidero de historias para no dormir.
DICE un proverbio árabe que la imagen de la amistad es la verdad.Y bajo esta verdad, bajo este sólido precepto, nace y crece una breve historia de amor entre dos padres de familia, uno natural de Jaén y otro de Marruecos. Un relato estremecedor, cimentado en la resistencia.
Son las dos de la tarde en la oficina del paro de la Rochapea. Hace cinco horas que han salido las últimas cifras del desempleo. Los datos desmoralizan. A esta hora, Julio Sánchez López, de 64 años, y Hamed, de 57, entran y cogen su número: el 155 y el 156.
Las vidas de Julio y Hamed se unieron en Pamplona hace un año, tras perder el empleo en la obra donde trabajaban como encofradores. Desde entonces, nada de nada. La crisis y la edad se han encargado de empañarles el destino. Aun y todo, Julio es optimista. Confía en arreglar los papeles y poder jubilarse. "Llevo 43 años trabajando", dice riendo, "empecé con 14". En la actualidad cobra el desempleo. Julio confiesa que hace 50 años, cuando llegó a Navarra, nunca imaginó que en las puertas de la jubilación se encontraría en una situación parecida. En el caso de Hamed, es diferente. Su preocupación es mayor. Hamed, que arribó a esta comunidad hace diez años, recibe una ayuda de 420 euros. La mayor parte del dinero lo envía a su mujer y sus tres hijos a Marruecos. Él se queda con 60 euros para sus gastos. Su mujer padece cáncer y necesita todo el dinero posible para el tratamiento. La mirada de Hamed es triste, muy triste. Cuando se le pregunta de qué vive, sonríe impotente. Observa a Julio en señal de permiso y escucha. "Sí", afirma el jienense, "Hamed vive conmigo".
Es complicado definir a este lugar como una oficina de empleo. Más bien de desempleo. Una sala de urgencias donde amigos, compañeros, madres e hijas, todos gravemente heridos por la angustia de la incertidumbre, comparten sillas y pensamientos derrotados en lo alto de unas pantallas inyectadas en rojo y negro. Una especie de quirófano, en el que destaca el rostro serio de una madre de 46 años y la sonrisa de su hija de 19. Vanesa Herrera estudia secretariado médico pero necesita trabajar cuanto antes para aportar dinero a casa. Está en paro desde hace cuatro meses. A Dori, su madre, le ha costado diez años encontrar un empleo. Hace un mes le contrataron a media jornada en una librería.
Las historias se encadenan. Sin descanso. Esta vez, frente a los corchos que sostienen las escasas ofertas laborales del día, María, de 57 años, cuenta que no le ha quedado más remedio que ponerse a estudiar la ESO, y así, de esta manera, poder pensar en sacar una oposición. María estuvo contratada hasta hace un año en un centro de atención a discapacitados psíquicos. A pesar de la situación, mantiene la compostura. "Soy optimista", esgrime, "el presente es lo único que importa". Muy cerca, Jorge, de 56 años, "bucea" entre los legajos. "No hay muchas ofertas", apunta. Las propuestas a nivel foral ascienden a 34 - la antigüedad es del uno de enero-. Del uno de marzo sólo hay cuatro. Jorge sufre una discapacidad física del 36% por un derrame cerebral. Cobra una pensión de 388 euros al mes. Hoy, algo más recuperado de su incapacidad, busca trabajo, de lo que sea, para sobrevivir. Vive en una habitación alquilada y come gracias al comedor social París 365.
En un segundo corcho, un hombre de 53 años, casado, y con 3 hijos, hojea las ofertas. "Llevamos en la empresa dos meses sin cobrar". Prefiere no identificarse. Si mañana (por hoy) compruebo que no nos han ingresado en el banco el dinero que nos deben, lo denunciaremos. Somos 30 y trabajamos en una empresa de la construcción, una subcontrata. "Se me han acabado los ahorros. No sé qué voy a hacer".
En la calle, Alan Aizpurra, camarero en paro de 22 años, y David Moreira, de 25, se cruzan en la puerta de la oficina con Mustafá y su mujer. Mustafá era camionero en Mercairuña antes de quedarse sin trabajo. Conducía un trailer. En la actualidad, se le ha terminado el paro y el subsidio. "Y los gastos del piso, la luz y la comida continúan". Desde abril de 2010 sólo ha realizado un servicio, una baja de seis días .
José Pérez, de 26 años y David Lugea, de 22, saludan en la acera a Sergio Guisado, de 24 años. David empieza el lunes a trabajar en Volkswagen, pero José lleva en el paro desde diciembre. "Soy carpintero", dice desanimado, "pasa el tiempo... y no ves nada. Hay poco trabajo y se lo reparten los mismos". Sergio está algo más contento, le han llamado para una entrevista el lunes. Los tres coinciden en que hoy el mayor de los problemas de los jóvenes radica en la falta de empleo. "De 22 que somos en la cuadrilla", expresa Josu, "solo trabajan 6". Sergio asiente: "En la nuestra ocurre lo mismo. De 15 sólo trabajan 6".
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