Jacek Mazur murió como vivió, en la calle, bajo este banco de madera blanco de la avenida Baja Navarra. Falleció la madrugada del 13 de noviembre. Su noticia se publicó un mes después, y en un breve. Esta es la historia de un empresario polaco que terminó de indigente en Pamplona. Los que le conocieron, aseguran que huía de una vida personal que terminó en ruptura. Aquí, en Pamplona, también tuvo una segunda familia que le cuidó
Lo trajeron a la pensión a primera hora de la mañana. Parecía cansado. Solo llevaba una chaqueta desgastada de cuadros y una bolsita de plástico con pertenencias. Se tumbó en la cama. Se puso la chaqueta por encima y descansó unas horas. Se volvió a marchar media hora antes de comer. Regresó a media tarde.
Creo que no había comido. Estaba inquieto, como si le faltara algo en su cuerpo. Entró y salió cuatro veces más a lo largo de la tarde. A medianoche, desapareció definitivamente. Me levanté y vi que se había dejado la chaqueta en la silla. Pensé que volvería a por ella. A la mañana siguiente, unos agentes vinieron a decirme que no volvería. Les pregunté por qué. Me dijeron que había muerto en un banco, por la zona de la Media Luna, donde él solía refugiarse. ¿Quién sería ese hombre?".
Este crudo testimonio de la recepcionista de una pensión de Pamplona relata las horas previas a la solitaria muerte de un hombre en la calle. Un transeúnte cuyo cuerpo aún permanece en el depósito de cadáveres del Instituto Anatómico Forense de Pamplona, pero al que recuerdan más personas de las que él probablemente podría imaginar.
Aquella noche del 13 de noviembre, Jacek Mazur, de 47 años, y nacionalidad polaca, fallecía en un banco próximo a la avenida de Baja Navarra, frente al Lar Gallego, por causas aún sin concretar. De momento, la autopsia descarta que fuese de frío. De hecho, la capital navarra registró aquella jornada una temperatura de entre 8 y 18 grados.
No llevaba una vida al uso. Antes de emigrar a España, gestionaba una empresa maderera con 8 empleados a su cargo. Pero la separación de su mujer le arrancó de sus hijos y de su tierra y le empujó a una vida de exclusión. Abusaba del alcohol y eran muchas noches las que pasaba en la calle. Los servicios sociales del Ayuntamiento de Pamplona le atendieron durante años, con épocas de mayor lucidez, pero Mazur no acababa de levantar cabeza. Quienes le conocieron en primera persona aseguran que su aspecto era el de un hombre a mitad de camino entre rubio y pelirrojo, de complexión delgada, frágil, con bigote, que cuando iba aseado pasaba por ser "bastante guapo", con "una mirada que oculta parte de su vida anterior. Despertaba ternura".
Más allá del titular
Varias de estas personas que le conocieron fueron reunidas por este periódico, a lo largo de esta semana. Todas dibujaron, junto al banco donde murió, el retrato de un Jacek al que el alcohol llevó al deterioro físico y psicológico, y al que echan de menos. El resultado: un retrato que dignifica la vida de un hombre que saltó a los medios de comunicación bajo el título de "muere un mendigo en las calles de Pamplona".
Yailet Cordero, de 22 años, fue una de las primeras personas en ver el cuerpo de Jacek tendido en el suelo, junto al banco. Como todas las mañanas, sobre las 9.30h, acudía junto a su madre al Lar Gallego, local donde trabaja. Esta joven cubana se entristeció mucho al conocer la noticia. El polaco, como llamaban a Jacek, era parte de su paisaje diario. "Mi madre hasta lo lloró. Le cogimos mucho cariño al polaco. No era como los demás. Siempre tan educado. Todo era por favor y gracias. Bebía mucho, pero nunca perdía los modales", explica, desde detrás de la barra. "Muchas veces le dábamos tortilla y café con leche. Es que estaba ahí todos los días. A todas las horas". No era un hombre muy dado a la conversación. Los que tuvieron trato con él afirman que conocía bien la lengua española, que la entendía y "se defendía" si tenía que expresarse en ella, pero que prefería el silencio.
A pesar de sus desvelos, con esa ausencia de palabras obsequiaba muchas noches a Amparo Florenza Itoiz, una de las personas con las que más relación entabló. "Todavía me sigo asomando por la noche a la ventana para ver si sigue en el banco", asegura.
Todo comenzó hace ya años y una galleta tuvo la culpa. Jacek se aproximó con ternura al perro de Amparo y le desmigó una, que el animal engulló con alegría. "Me gustó el gesto y empecé a hablar con él. Me dio mucha pena que estuviera ahí tirado, en la calle. Le pregunté a ver si tenía madre y me dijo que madre, sí. Madre, madre, me dijo varias veces, como si se acordara de ella...". No era su madre biológica, pero Amparo actuó muchas veces como tal durante la estancia de Jaceck en Navarra. Durante muchas noches le bajó la cena. Casi siempre, sopa. "Algo calentito, que le entonara". Aceptaba todo, cuenta, pero nunca pedía. "Gracias, me decía, y me besaba la mano".
Le escucha sonriente José María Aicua, párroco de San Francisco Javier. "Jacek era un hombre transeúnte y bohemio, mendigo y profundo a la vez, con un grave problema de alcohol". Después de ayudarle en innumerables ocasiones, taparle o llevarle en su propio vehículo al albergue del Ayuntamiento (antes, de Cáritas), la sensación que se le queda a este sacerdote con respecto a su labor con Jacek es "la de impotencia". Y eso que ni mucho menos se ha quedado de brazos cruzados tras la muerte de Jacek. "Oficié un funeral muy importante para él y en todas las misas del domingo pedimos por él. ¿Por qué no íbamos a hacerlo? Ésta es la Casa de Dios y todos somos sus Hijos".
Un hombre religioso
Jacek era un hombre religioso. Discretamente, solía sentarse en la iglesia de María Auxiliadora, en Salesianos, y escuchaba al padre Javier Arizmendi Gárate. A sus 78 años, este religioso de Ordizia que lleva en Navarra desde 1959, vio con agrado cómo este polaco se acercó a comulgar un domingo. Fue la última vez que lo vio con vida. A los pocos días, murió. "Cuando lo vi comulgar pensé que volvía a sus raíces, a su pasado". Su muerte entristeció a Arizmendi y a otros salesianos que conocían a Jacek de la zona. "Nos llevamos una pena... En más de veintitantos años nunca hemos conocido a un mendigo tan sencillo, tan humano...".
En sus andanzas por Pamplona, Jacek estuvo muchas veces acompañado de un compatriota llamado Thomas Alexander, de 43 años. Juntos pasaron horas y horas. Ahora es Alexander el que regresa al banco de Jacek. Minutos después de él, llega otro polaco. Sacan bebida de una mochila. "Trabajé con él en una empresa de construcción pequeña, poniendo pladur, en Aragón. Pero él pasaba épocas muy tristes en las que no quería trabajar. Bebía...". Thomas reconoce que Jacek despertaba la compasión de muchos vecinos, que le llevaban comida. "Siempre había algún amigo que le traía algo caliente. Bocadillos, muchos bocadillos". Thomas se enteró de la muerte de Jacek en el hospital. "Me sentí muy mal".
La noche en que Jacek murió, Amparo se asomó a la ventana. Eran las 22 horas y el banco de su amigo estaba vacío. "Recuerdo que pensé que ojalá estuviera en un cajero y no por ahí tirado. Casi mejor no verlo, si estaba mal. Ojos que no ven, corazón que no siente". A las 2 de la madrugada, cuando se levantó al baño, volvió a mirar por la ventana. Esta vez Jacek sí que estaba. Parecía dormido, sobre el suelo. Quizá fue de las últimas miradas que recibió mientras aún estaba vivo. Estuvo llena de preocupación, y de cariño.
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