P ARA un autor contemporáneo -aun de largo, laborioso y variado recorrido, como Tomás Marco- no debe de ser cómodo comparecer acompañado de Wagner y Richard Strauss, dos monstruos de la música orquestal. Pero anteayer, la partitura de Marco -cuyo bagaje teórico, no sólo musical, y habilidad en la escritura sinfónica nadie pondrá en duda a estas alturas- se defendió muy bien por si sola.
Gaia"s dance,subtítulo de la sinfonía, se refiere a "un concepto holístico de la Tierra", Gaia, y recurre a "elementos de danzas de todos los lugares, incluyendo las danzas de músicas de consumo popular recientes, como lo muestra el hilo conductor a través de dos baterías". Marco -como hicieron otros compositores de referencia ineludible- no utiliza las danzas directamente, sino sus elementos métricos, rítmicos y tímbricos. No hay, pues, citas, sino estructuras y recreación, condición indispensable para convertir la forma en expresión, según escribe el compositor. Para el oyente ajeno o indiferente a análisis, hay en esta sinfonía -cuyos tres movimientos van encadenados y dedicados mediante danzas características a sendos precontinentes, Gondwana, Laurasia y Pangea- algo visible, y es el activo trío de percusionistas en manga corta de camisa blanca, frente al negro convencional de la plantilla sinfónica. Y dentro del variado surtido instrumental, destaca un membráfono africano: el djembé o yembé, elemento ritual originario del antiguo imperio mandinga, difundido en otras áreas africanas y con una amplia dotación de tonos y timbres, según dónde se golpee el parche. En otras palabras, el continuum rítmico es evidente y cambiante, incluso cuando, cmo ocurre en el segundo movimiento, el autor atiende a rasgos melódicos y tímbricos de danzas euroasiáticas. La obra de Marco, según suele suceder, es más compleja delo que puede parecerle en la primera audición al aficionado y responde a una elaboración medida y dosificada. El director y dedicatario la llevó con mucha seguridad y precisión.
Sobre el "Idilio de Sigfrido", regalo navideño de Wagner a su mujer, Cósima Liszt, en 1870, pesa demasiado la circunstancia de su estreno sorprendente en el chalé de Tribschen, con un testigo excepcional, Nietzsche, a la sazón amigo de los Wagner. Eran trece músicos, plantilla tan escasamente wagneriana como la sensiblería que impregna la pieza. Anteayer, la versión olvidó un poco el origen intimista y doméstico de la partitura -respetado en la introducción- y le dio el volumen debido, como en el tema triunfal que Brunilda canta en "Sigfrido". Lo mismo cabría decir del "Don Juan", intensa de trazos.
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La Orquesta Sinfónica de Navarra aplaude a Tomás Marco, en el último concierto del curso. JAVIER SESMA
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