Quedan batallas pendientes y puede que dolor, pero la guerra la han perdido
La banda terrorista ETA asesinó ayer al inspector de la Policía Nacional Eduardo Antonio Puelles García, de 49 años, perteneciente a la brigada de información. Una bomba lapa acabó con su vida.
U NA vez más, la muerte de un inocente devuelve a la actualidad al terrorismo sangriento de la banda etarra. Y una vez más, el asesinato de este policía -como el casi millar de víctimas mortales que ha causado su trayectoria asesina- no servirá para que avance ninguno de sus utópicos objetivos. No puede ser de otra manera. Aunque a la familia del agente asesinado y a tantas que han sufrido este azote irracional no les devuelvan sus seres queridos, es un hecho constatado que ETA es hoy más residual que otrora, cuando el asesinato apenas era noticia ante tanta barbaridad encadenada sin casi respiro. Y, sin embargo, no es menos cierto que la sinrazón de cuatro desalmados podrá seguir sirviéndoles su ración de muerte mientras los argumentos de los gudaris sean la colocación de una lapa bomba o un coche repleto de explosivos. También sirve el tiro en la nuca por la espalda; no es difícil matar, si la propuesta es la salvajada cobarde. Por eso, no es comprensible que aún haya que convivir con formaciones políticas que aprovechan las grietas del Estado de derecho para colarse en el sistema, jalear las muertes y ocupar sus lugares, como si tal cosa, en las instituciones democráticas. O haya que ver cómo se niegan a condenar esta muerte porque la víctima pertenecía a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, como han hecho los nacionalistas vascos en el Parlamento de Navarra. Una excusa que rezuma cinismo y nula comprensión por ese distingo en función del cadáver. La sociedad ha dado la espalda a la hipocresía de estas gentes y ha hecho piña contra el terror, pero no se puede ni se debe bajar la guardia. Cada atentado o extorsión tiene que generar la repulsa y, al mismo tiempo, estimular la toma de medidas de los políticos para avanzar en el aislamiento de los violentos y tapar cualquier fisura que alimente sus ansias de matar y de manipular a su antojo la democracia. Al fin, son los terroristas y quienes los jalean los que han querido quedarse al margen, los que sólo aceptan las reglas de juego para usarlas a su conveniencia. Quedan batallas pendientes, posiblemente también reste dolor, pero la guerra ya la han perdido ellos.
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