Los radicales llevan ventaja en la guerra ideológica, política y militar en el país africano
El atentado con coche bomba perpetrado por el grupo islamista Al Shabab el pasado martes vuelve a recordar a la comunidad internacional el poder que exhibe el ala dura de la derrocada Unión de Tribunales Islámicos (UTI) que gobernó la capital del país hasta el pasado diciembre de 2006, reconvirtiéndose en una insurgencia armada que a lo largo de dos años no sólo se ha hecho con el control grandes porciones de espacio, sino que ha logrado alimentar los conflictos inicialmente territoriales entre los clanes somalíes hasta un punto en el que los analistas advierten de que se ha abierto otro frente religioso: la guerra santa.
El problema es que parece que la ideología de Al Shabab parece estar cuajando en algunos sectores de la sociedad somalí, que se encuentra completamente desarraigada del enésimo Gobierno de Transición Federal que ha fracasado a la hora de adaptar un modelo democrático sobre una sociedad disgregada y regida, en gran parte del país, por los códigos de conducta impuestos por una de las ramas consideradas más ultraconservadoras del Islam, el Wahhabismo.
La muerte en el atentado del pasado martes del ministro de Seguridad Nacional, Omar Hashi Aden, es un golpe muy duro para el Gobierno del presidente Sharif Sheik Ahmed. "Va a cambiar muchas cosas sobre el terreno. Para el Gobierno, perder a este ministro, extremadamente competente, supone un varapalo demoledor", explica el analista Abshir Hassan en declaraciones al magazine estadounidense 'Time'.
Conflicto de intereses
Paradójicamente, Sharif es el fundador de la UTI. A él se le atribuye el éxito de esta organización al arrebatar de las manos el control de Mogadiscio a los señores de la guerra en 2006, manteniendo el control de la ciudad a través de un implacable sistema de justicia islámico.
Sin embargo, Sharif terminó cediendo ante la influencia de un elemento mucho más radical: Hassan Dahir Aweys, quien llegó aún más allá al declarar la guerra santa contra la vecina Etiopía, quien instantáneamente envío tropas de apoyo al Ejército somalí. Juntos derrocaron a la UTI.
Sharif y Aweys hicieron frente común para abogar por la expulsión de las tropas etíopes, quienes terminaron abandonando el país en 2008 tras violentísimos enfrentamientos en Mogadiscio contra la insurgencia que aún permanecía en la ciudad.
En enero de este año, ambos líderes separaban sus caminos: Sharif pasó a formar parte de un nuevo Gobierno de Transición bastante islamista en sus principios pero marcado por la voluntad de negociar con Occidente, mientras Aways formaba el grupo Hizbul Islam, totalmente contrario al diálogo con la comunidad internacional y afín a las milicias de Al Shabab, quienes poco a poco asumían el control territorial de las provincias cercanas a Mogadiscio, prácticamente sitiada desde hace meses.
"Que se queden con Mogadiscio"
El analista Hassan Zaylai lamentaba a principios de mes que el actual Gobierno de transición ha exhibido una incompetencia tan brutal que lo mejor que se puede hacer para evitar más derramamiento de sangre es permitir que los islamistas de Al Shabab recuperen el control de la capital de Somalia, a falta de otras soluciones.
El motivo reside en que las milicias se ven a sí mismas como receptáculos del orden y la justicia en Somalia. Su actual faceta de guerrilla insurgente no les beneficia lo más mínimo. Por ello, Zaylay apuesta por minimizar los daños humanos poniendo a "justicieros" en el poder antes que continuar con una carnicería que se ha cobrado miles de vidas.
"¡Que se queden con Mogadiscio!", declara Zaylay no sin cierto sarcasmo. "Las espeluznantes meteduras de pata del Gobierno han convertido a los islamistas en la alternativa por defecto", explica. "Cuanto antes recuperen el poder, antes terminará el Islamismo armado en Somalia".
"Al Shabab ha atraído a muchos seguidores jóvenes por sus sólidos principios en defensa de la autodisciplina, el compromiso ideológico", apunta el también analista Daud Es Osman. "Y su popularidad creerá con el paso del tiempo".
El actual Gobierno "es un híbrido desorientado de islamistas y secularistas" mientras que las milicias "saben exactamente a qué se dedican, de dónde vienen y sobre todo, a donde van", según Zaylai. Además, el pueblo quiere resultados, y el Gobierno no los proporciona, al contrario que la "paz del terror" impuesta en su día por la UTI.
"El Gobierno federal no ha conseguido llevar la paz ni a un sólo barrio de Mogadiscio", declara Zaylai, "y sus intentos de condenar legalmente a los señores de la guerra" que dominaban la capital "han sido completamente inefectivos". "En cuanto a los islamistas, una vez cortas unas cuantas manos o agitas miembros del cuerpo delante de multitudes, la verdad es que es bastante sencillo transformar a los ladronzuelos en ciudadanos de pro de la noche a la mañana", explica Zaylai.
Económicamente, la desastrosa política del Gobierno de transición ha facilitado enormemente la labor de relaciones públicas de Al Shabab. La indiscriminada restricción de los accesos dictaminada por los "ignorantes" asesores de Sharif, según el analista, ha convertido al puerto de Kismayu, bajo control de las milicias, en un oasis donde llegan mensualmente toneladas de ayuda humanitaria que apenas puede ser distribuida a los necesitados porque las fuerzas del Gobierno mantienen un estrecho control sobre la zona.
La guerra ideológica
Otro problema para ambos bandos es que el conflicto armado está polarizando la vida religiosa del país africano, y el caso más claro se ve en la relativamente moderada comunidad sufí. "Sus mezquitas han sido destruidas, sus imanes han sido asesinados, sus creencias han sido masacradas", explica el diario 'The New York Times'. "Así que han terminado haciendo lo que otros tantos han hecho antes que ellos: armarse y comenzar a matar a gente de Al Shabab".
Y es una verdadera lástima, porque a diferencia del Gobierno de transición, los sufíes gozan de apoyo popular desde las bases. Así se explica cómo han conseguido pasar de ser un puñado de ganaderos que no tenían ni idea de apretar un gatillo a convertirse en un grupo cohesionado con respaldo efectivo de los clanes locales.
El sufismo es una rama del Islam con un énfasis profundamente espiritual, que subraya la intimidad personal en la relación entre Dios y el creyente. Durante buena parte de 2008, poco después de la salida del Gobierno etíope, los sufíes se convirtieron en la comunidad más apreciada por los somalíes. "Nosotros respetábamos a Shabab por expulsar a los etíopes, pero no entendíamos por qué seguían peleando después de echarles", afirma una mujer.
Pero el enfrentamiento terminó siendo inevitable en el momento en el que las milicias de Al Shabab comenzaron a perpetrar atentados contra eminentes miembros de la comunidad sufí y entre los estudiantes más jóvenes, provocando una respuesta armada sin precedentes. "Eran los más pacíficos", explica el decano universitario, Hassan Sheik Mohamud. "Su levantamiento no tiene precedentes históricos", lamentó.
Este es el estado actual de posiblemente el único grupo que podría emerger como alternativa a los wahhabistas: una comunidad en armas que amenaza con terminar creando su propio estado de facto en un país totalmente descompuesto, aislado, roto y sin solución a corto plazo.
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