É STA es la primera novela en la que Bernardo Atxaga se aleja de los escenarios cotidianos del País Vasco, que han sido el paisaje de las cuatro novelas que ha publicado hasta ahora. Siete casas en Francia está ambientada en el Congo Belga, cuando este país era una colonia, en los primeros años del siglo XX. Allí, en la ciudad de Yangambi, está asentado un destacamento militar que controla las explotaciones del caucho en la selva. Y allí llega destinado un militar llamado Chrysostome.
Es diferente a los que viven en la colonia. Es un excelente tirador, pero no bebe alcohol y se muestra distante con las mujeres de la zona. Sus compañeros se burlan de él y le llaman pédé, marica.
Un tiempo cruel
La novela evoca una de las épocas más feroces del colonialismo africano. El rey Leopoldo II de Bélgica organizó durante su reinado un sistema tiránico para la explotación del caucho, convirtiendo a la población en esclavos, decretando castigos bárbaros contra los insumisos y autorizando violaciones y matanzas. Se dice que diez millones de nativos murieron durante ese tiempo en el país africano.
Ése es el contexto histórico y el ambiente que recrea esta novela. En ella se habla con naturalidad del horror y de la violencia, sin que los personajes ni el narrador hagan aspavientos ante situaciones terroríficas. Los soldados doblegan a los caucheros, se enorgullecen de su certera puntería con ellos, "acceden a otros placeres, a las mujeres, niñas y demás". Violan y matan cada día. Pero todo eso se expresa con la indiferencia de quien contempla la realidad sin compasión. Los soldados han de dar cuenta de cada cartucho que gastan, porque pertenece al rey Leopoldo II. "Por suerte los responsables de Leopoldville no exigían el cadáver entero como prueba, dándose por satisfechos con una mano o incluso con un solo dedo; elementos menores que, una vez ahumados, podían enviarse por correo en un sobre normal y corriente" (pág. 30).
Humor siniestro
Éste es el tono con el que el autor ha querido tratar en la novela la brutalidad: con ironía y con un humor siniestro. Rehuye la queja y el melodrama; y lo cuenta con un lenguaje distante, aparentemente frívolo, con una naturalidad que pone más de manifiesto la crueldad de las acciones. Los militares practican con impunidad el juego de Guillermo Tell con niños, se emborrachan, entretienen las horas haciendo blanco sobre monos atados, mercadean en negocios corruptos con la caoba y el marfil, buscan cada semana muchachas nativas, niñas, que les eviten el contagio de la sífilis.
El capitán de la guarnición recibe cartas de su mujer apremiándole para que le envíe a Francia colmillos de elefante y troncos de caoba. Con ellos conseguirá el propósito de comprar siete casas en Francia, que es el título de la novela. Cada una les cuesta veinte colmillos de elefante y mil árboles.
La serpiente mamba
La historia transcurre en una época lejana y en un escenario exótico, en el que "las palmeras que bordean el camino que lleva al río semejan dibujos hechos con tinta china; el cielo es una lámina de cristal verdoso; el río Congo, la piel prensada de una serpiente; el Lomani, una cuerda de plata". Pero en ese paisaje anida el veneno mortal de la serpiente mamba. Ese veneno será la única venganza contra la infamia. El capitán Lalande consigue financiar las siete casas, pero no llegará a habitar ninguna. A punto de exhalar el último suspiro, picado en el cuello por una de las serpientes, consigue pronunciar estas palabras: "me marcho a la octava casa". La octava casa, en astrología, es la de la muerte.
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Bernardo Atxaga, autor de Siete casas en Francia. ASD
La portada del libro.
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