El escritor Eduardo Chamorro es el responsable de un libro que recopila más de 800 de las cartas que Cela intercambió con escritores exiliados para sacar adelante su revista "Papeles de Armandans"
UNA de las virtudes de Camilo José Cela fue la perseverancia. "Agarra una ilusión, cierra el puño con todas tus fuerzas y no lo abras jamás", solía decir. Con perseverancia ganó el Premio Nobel (y otros galardones) y con perseverancia sacó adelante la revista Papeles de Son Armadans, un proyecto de "reconciliación", un puente "entre la España vencedora y la derrotada", según el escritor Eduardo Chamorro, responsable de Camilo José Cela.
Correspondencia con el exilio (Destino), un grueso tomo que contiene 839 cartas.
Las misivas, que abarcan desde 1935 hasta 1977, reproducen la correspondencia cruzada entre el Premio Nobel y trece destacados escritores del exilio: María Zambrano, Rafael Alberti, Américo Castro, Fernando Arrabal, Jorge Guillén, Manuel Altolaguirre, Francisco Ayala, Max Aub, Luis Cernuda, León Felipe, Corpus Barga, Francisco Ayala y Ramón J. Sender. Cela les pedía poemas, artículos, relatos, para publicarlas en su revista. No les pagaba un duro, pero mostraba una gran habilidad para lograr sus propósitos. Como mucho imprimía una separata de estos trabajos, siempre que uno de ellos se lo devo lviera el interesado con una dedicatoria. Cela era un coleccionista compulsivo: de cartas, de esquelas, de orinales y de un sinfín de caprichos. En la fundación de Iría Flavia se conservan cerca de 90.000 cartas. Hacía una copia de las que él mandaba. También de los telegramas.
Persuasión
Si en algunos asuntos es evidente que se equivocó, en otros demostró una gran capacidad de trabajo y unas envidiables dotes de persuasión. Américo Castro, al principio, se negó rotundamente a colaborar en Papeles de Son Armadans. Cela, con manga ancha, le convenció y terminaron siendo uña y carne. "Es usted el hombre que más quiero y respeto después de mi padre", le decía en una carta. Américo Castro le envió once artículos. Algo parecido ocurrió con Alberti. Después de unas cuantas zalamerías (la prosa de Cela, en las cartas, es prodigiosa), el poeta acabó rindiéndose. "Le mando dos poemas, los primeros que por propia voluntad publico en España después de 20 años". Que un Alberti, paladín de la izquierda y el comunismo, estampara su firma en una revista editada en la España de Franco era algo más que imposible. Pero con Cela de por medio no había nada imposible. Además, uno de sus deportes favoritos
era "burlar a la censura".
De Max Aub se publican las cartas de Cela, pero no las respuestas. "No lo autorizaron los herederos", explicó Chamorro. "En una de ellas, Max Aub tantea a Cela sobre qué posibilidades tendría de ganar si se presentara al Premio Nadal, y esto, la familia de Aub, no ha debido de querer que se sepa". A juicio de Chamorro, las personas, en sus cartas, "revelan mucho más de sus personalidades que cuando escriben su autobiografía". "Al escribir una carta se activan una serie de mecanismos inconscientes que no se controlan y que la hacen atractivísima para quien la lee".
Con Ramón J. Sender hay una correspondencia fluida hasta la bronca que tuvieron en la casa de Cela de Palma de Mallorca. Así lo relató Sender: "Lo de Cela fue un incidente idiota. Estábamos en la mesa unas quince personas. Discutíamos de política y él dijo: "Ojalá entren cuanto antes en Madrid los tanques rusos". Yo le dije: "Entraron ya en 1936 y los recibí yo, ¿y sabes lo que nos trajeron? Nos trajeron a Franco, a quien tú pediste humildemente que te nombrara delator de la Policía. De la Policía que mató a mi mujer". Luego tiré del mantel hacia arriba y volaron los platos, floreros, cirios, hubo duchas de caldo gallego para casi todos los invitados Cela vino hacia mí y le dije: "Cuidado, porque voy a romperte la cabeza y no tienes otra". La versión de Camilo José Cela Conde, hijo del Nobel, difiere. Sender, que quizá debió de beber demasiado, "se fue acalorando y comenzó a subir cada vez más la voz. A tal punto llegó su excitación que acabó por levantarse y, mientras daba un puñetazo sobre el plato lleno de caldo gallego, acusó a gritos a los presentes de ser culpables del asesinato de su mujer".
Cela tuvo una fructífera amistad con casi todos los exiliados. La que mantuvo con María Zambrano fue de las más entrañables. También resultan emotivas las palabras que cruzó con León Felipe "Me gustaría decirle a alguien en la solemne sinceridad de un moribundo que mi poesía, salvo los momentos religiosos que tienen un aliento de plegaria, la rompería toda", le confesó el zamorano. Luis Cernuda, en cambio, no le perdonó una crítica que apareció en Papeles de Son Armadans sobre una edición que él había preparado de las Poesías completasde Manuel Altolaguirre. "Algunas cosas pudiera responder a su carta última, pero prefiero no responderlas, a riesgo de que interprete mi silencio desde su punto de vista y no desde el mío, como hace con mi petición de no publicar mi carta antepenúltima", le dice Cernuda a Cela. Y concluye: "Aunque agradecido al envío de la revista, le ruego dé orden para que no me envíen más".
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Una foto manuscrita en la que aparecen Francisco Ayala y Camilo José Cela, en 1963. COLPISA
Imagen de la correspondencia entre Cela y Jorge Guillén. COLPISA
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