Para cuando el árbitro se enteró de quiénes eran los de aquí, los de allí ya le habían hecho anotar dos goles.
J UNTOS, unidos, cercanos, casi apretados, los jugadores de Manolo Preciado parecen matrimonios de antaño: no se separan. El entrenador del Sporting ha debido de arengarles a lo Franklin (Benjamín, el del parararrayos; también conocido como independentista de las colonias americanas en lucha contra la corona inglesa), que advirtió, con sorna, a sus conciudadanos: "O nos mantenemos juntos o seremos colgados por separado".
Tanto si es para regresar al pozo oscuro de donde recién salieron, como si la ventura les lleva a renovar como muñecos de pimpampum para madridistas y barcelonistas, los jugadores del club gijonés funcionan en el campo como una sociedad regular colectiva: participando todos proporcionalmente de los mismos derechos y obligaciones, con responsabilidad indefinida.
En el Reyno comparecieron en plan viceversa, poniendo el azul donde Osasuna llevaba el rojo y a la inversa. No es de extrañar, por tanto, que al árbitro le costara hacerse una composición de lugar y que, para cuando se enteró de quiénes eran los de aquí, los de allí ya le habían hecho anotar dos goles en el borrador del acta. A partir de ahí, el hombre se portó como debía: les pitó un penalti, les anuló un gol y les refrenó el ímpetu con alguna que otra tarjeta. Y tanto les refrenó el ímpetu que los gijoneses dieron un recital de pérdidas de tiempo (sin pagar copyright ni nada a los rojillos) y, en justa réplica, pudimos ver a Roberto sacando de puerta como una centella y a los delanteros rojillos haciendo de recogepelotas para el cancerbero de los gijoneses. Vivir para ver.
Ante tesituras como la de ayer, sólo cabe recurrir a los clásicos. Joseph Roth decía que "no hay en el mundo compasión suficiente que baste para comprender la desgracia de un desdichado" y no seré yo quien trate de comprenderla. Me conformo con un culpable y Roth, siguiendo la corriente de su época, me da dos: "Los judíos y los ciclistas tienen la culpa". Así que, como aquí no hay judíos, haríamos bien en seguir persiguiendo a los ciclistas.
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