La final tuvo tensión e intensidad, pero no tuvo la brillantez del partido de las semifinales; Irujo estuvo más fallón
Aimar Olaizola no sólo ganó ayer la final del Cuatro y Medio 2008 a Irujo (22-17). También inscribió su nombre en la historia de la pelota con un doble récord. Igualó la plusmarca de las cuatro txapelas en la distancia de Julián Retegui y se convierte en el pelotari en activo con más títulos en su palmarés. Es la txapela 99 que logra un navarro en las tres competiciones.
Todo eso lo consiguió al más puro estilo Olaizola, sin estridencias, con sobriedad, máxima efectividad y las ideas claras en la cancha. Nunca se dejó influenciar por el ritmo endiablado que Irujo le puso al partido, ni todo el ruido exterior que inundaba un Atano III lleno hasta la bandera.
La final del Cuatro y Medio 2008 se perfilaba como el choque entre dos pelotaris, dos estilos y dos caracteres opuestos. El cálculo y la frialdad contra la pasión, el estratega contra el genio. Se ciñó ayer el encuentro al guión preestablecido, pero la final no resultó quizá tan brillante ni tan redonda como el encuentro de hace dos semanas en Vitoria. Hubo tanto espectáculo como pasión y errores en la cancha donostiarra. Normal, había una txapela en juego.
El choque de caracteres se vio en la cancha desde el primer pelotazo. Con una grada entregada Irujo saltó al Atano dispuesto a comerse el partido de un bocado. Tuvo además el empujoncito del saque inicial. Pero las cosas no arrancaron como él esperaba. Al undécimo golpe la pelota pasó de la distancia reglamentaria. El juez lo indicó y el de Ibero fue a discutirle. Aquello le revolucionó. Aimar abrió brecha con cuatro saques seguidos, todos restables, que Irujo devolvió de zurda. En un abrir y cerrar de ojos el de Ibero se topaba con un 5-0 que no presagiaba un buen horizonte, y una final gris.
Pero Irujo es Irujo, nadie compite como él. Paró la hemorragia con un gancho perfecto, se echó el partido y la grada encima. Le imprimó velocidad a la pelota, empezó a improvisar e imaginar sobre la marcha como el genio que es y le dio la vuelta al marcador a toda máquina. Había partido, el dinero se movía en las traviesas.
En el 5-7, después de una dejada desde el ancho escalofriante del de Ibero, Aimar se fue al vestuario. Había dado un mal golpe con la zurda y se le había salido la primera falange del meñique. Tardó tres minutos en que le recolocaran el dedo. Tiempo en el que se cortó el ritmo infernal de Irujo y que desesperó al de Ibero.
La impasibilidad de Aimar
Si Olaizola II llegó ayer a 22 fue porque jugó mejor y falló menos, es indiscutible. Pero sobre todo porque supo manejar el tempo del partido con habilidad en todos los aspectos. Cortó el ritmo con paradas en el set de descanso, desesperó a Irujo antes de cada saque botando 20 veces la pelota, se tomó el tiempo que quiso para lo que quiso... y llevó el juego a su terreno.
Olaizola II nunca se salió de su línea. Es el campeón impasible. Nada ni nadie alteran su estilo ni su juego. Sostuvo a Irujo en el 6-7, a partir de ahí le fue robando paulatinamente el aire al de Ibero, bajó la pelota y le fue encajonando poco a poco, pelotazo a pelotazo, tanto a tanto, en su terreno. Lo hizo con la colaboración del propio Irujo, víctima de sus errores, provocados a veces por sus ganas de alcanzar al rival en el marcador, por agradar a una grada entregada, por sus genialidades inexplicables (ensayó un saque dos paredes al ancho del 12-8 que marró después de zurda) y por la falta de suerte en el remate en otras.
A Irujo le mantuvo vivo su casta, una zurda que recuerda al Irujo de hace un par de años (firmó tres ganchos de alta escuela) y una derecha que puso en pie a la grada con el pelotazo atrás del 18-15, por ejemplo. Pero no bastó con eso ayer en el Atano III. Olaizola es un depredador de títulos y oportunidades que no perdona los errores del rival. Como ayer.
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