La crisis de muchas inmobiliarias les ha llevado a ceder a los bancos acreedores buena parte de sus acciones, como en el caso de la familia Sanahuja, propietaria hasta hace días del 80% de Metrovacesa
LA crisis internacional y el derrumbe inmobiliario español han puesto contra la pared a muchos de quienes hace bien poco se ufanaban de figurar en las listas de los más ricos del mundo y, lo más grave, han dejado en evidencia que se han hecho muchas cosas mal en muy poco tiempo. Son pocas las empresas inmobiliarias vinculadas al sector residencial que han podido sortear el tsunami de impagos y sobreendeudamiento.
Las consecuencias más dramáticas de este proceso son la proliferación de concursos de acreedores y la conversión, muy a su pesar, de algunas entidades financieras en inmobiliarias improvisadas.
El penúltimo episodio de este fenómeno tuvo lugar esta semana, con la cesión por parte de la familia Sanahuja (propietaria hasta entonces del 80,62% de Metrovacesa) a sus bancos acreedores del 65% de las acciones de la compañía. La entrega responde al pago de compromisos que los inversores tenían con sus bancos y que derivaban, precisamente, de los créditos con los que se hicieron con la inmobiliaria.
Concentración y ladrillo
Un camino que inició en julio Colonial, de la que un 24% pasó a manos de sus financiadores en un giro que les dio el control efectivo de la firma y sacó de la presidencia a Luis Nozaleda.
En los últimos años del boommuchas empresas crecieron mediante Ofertas Públicas de Adquisición de acciones (OPA) a precios en ocasiones ya desorbitados. Este intenso proceso de concentración en el ladrillo tuvo como denominador común la pignoración (dación en garantía del crédito) de las mismas acciones de las empresas que eran adquiridas y que, en pleno derrumbe de los mercados, han perdido gran parte de su valor inicial.
Eso ha hecho que las entidades financieras -no se salva ninguna de las grandes- se encuentren de la noche a la mañana a los mandos de negocios que, sencillamente, no son los suyos. Bancos y cajas no quieren dedicarse al ladrillo, y tendrán que deshacerse (cuando el mercado se recupere) de activos inmobiliarios en lo que algunos vaticinan como un efecto de segunda ronda de la reordenación del mercado.
Bien es cierto que muchas de las inmobiliarias con problemas mantienen en cartera algunas joyas de edificios dentro y fuera de España, pero las valoraciones de esas fincas que se realizaron hace apenas un año no son hoy las mismas. Ni mucho menos. De cualquier manera, la banca que tenía alguna división inmobiliaria ya se ha aprestado a reforzarla con más medios técnicos y humanos. La que no la tenía, está obligada a crearla.
Todo por el cliente
Fuentes financieras explican que el momento y sus consecuencias son excepcionales, y que en situaciones así es preferible hacer un esfuerzo para dar "oxígeno" a los clientes. ¿Cómo? Comprándoles activos o participaciones de sus empresas.
Activos que deberán mantener en cartera algunos años -hoy nadie está para vender, y menos para comprar pisos- con la esperanza de que el mercado se estabilice. Aunque en menor medida, ya ha sucedido en el pasado, y de todo se sale, dicen. "La mayoría son perfectamente viables, pero no son eficientes", señala un directivo de la banca española.
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