Los expresidentes del Gobierno de España Felipe González y José María Aznar exponen hoy, en el XXX aniversario de la Constitución, sus visiones sobre la situación de la Carta Magna y nuestro país, y cuál debe ser el camino a seguir en el futuro.
E STE país ha pasado de ser un país pobre en recursos, de ser un país emergente a ser un país central en 30 años. Fue posible por dos razones principales: nos pusimos de acuerdo en lo que nos unía y dimos una preeminencia a la política, al arte de gobernar el espacio público que todos compartimos. ¿Hubo que renunciar a cosas y planteamientos máximos? Evidente, pero no teníamos nada, a la espalda una dictadura cruel que nos privó de nuestros derechos fundamentales durante 36 años. Ahora tenemos nuevos retos y algunos muy urgentes como país.
Estamos viviendo una crisis económica global mientras se produce un fenómeno de cambio civilizatorio que va a durar tiempo y va a costar mucho sufrimiento. Y me gustaría que se acortara el tiempo y la intensidad del sufrimiento. Tenemos que volver a la historia y ver cómo la Revolución industrial empezó a encontrar, por lo menos en determinadas partes del mundo, algunos paradigmas de sostenibilidad de la mano de la inteligencia keynesiana, de la amenaza comunista y de la presión socialdemócrata. Se hizo una combinación rarísima, pero fue un buen resultado para hacer más sostenible el modelo de la sociedad industrial madura. Hoy debemos acortar el tiempo y el espacio de sufrimiento. Este modelo sólo será sostenible si es crecientemente incluyente de un mayor número de ciudadanos y de pueblos, y no por razones morales, sino porque la pobreza no es un buen negocio. Es imposible explotar al que sobrevive con dos dólares al día en esta nueva economía. Es brutal decirlo así, pero pasó el tiempo de las materias primas baratas.
Como la política se ha menospreciado desde la caída del Muro de Berlín, y lo único que importaba era que funcionase bien el mercado, por cierto, sin reglas. Ahora se reclama la política para que arregle lo que la mano invisible del mercado ha destruido, y los políticos tienen que tener capacidad de hacer política, es decir, para organizar el espacio público que se comparte. ¿Entre quiénes? Entre gente que tiene un pluralismo de ideas enorme, una diversidad de identidades creciente, entre otras causas por la emigración y el mestizaje, intereses contrapuestos muy diversos y, como es natural, cada uno se va a dedicar a lo suyo. No hay ningún mercado que funcione bien sin reglas. Reglas y previsibilidad generan confianza, la falta de reglas y previsibilidad genera caos y ha estado a punto de reducir a escombros el sistema financiero. Lo estamos viviendo dramáticamente. Hoy se reclama previsibilidad, que las instituciones financieras y comerciales de la arquitectura institucional mundial hagan previsible los movimientos y los flujos. La crisis nos está ayudando, de momento, a describir los aspectos negativos, los caminos que nos han conducido a la depresión mundial. Espero que pronto empecemos a pensar en los elementos de sostenibilidad. No se trata sólo de salir del agujero y volver a la senda del crecimiento. Si no ponemos en marcha los mecanismos que hagan sostenible el modelo, estaremos incubando la próxima crisis.
En este mundo globalizado los empresarios son los nuevos actores de la globalización, pero no saben que lo son aunque no son los únicos, ni siquiera los principales. Los principales son los políticos, pero esos sí que no saben que lo son. Los políticos hacen política local y defienden bocas locales y los problemas se resuelven fuera de la política local. Por tanto, estamos dando respuesta con políticas locales que no se corresponden con los desafíos globales. En los desafíos globales, simplemente no tenemos respuestas o ni siquiera nos ocupamos de ellos, porque los consideramos irrelevantes para el resultado electoral. Las cumbres mundiales son buenas si nos conducen a dar soluciones coordinadas y claras, pero si nos quedamos en declaraciones que reflejan el estado de ánimo de los líderes mundiales, estamos perdiendo el tiempo.
Ahora "de casi todo hace veinte años", como decía Gil de Biedma, pero el futuro lo tenemos delante -casi ya pasó- y no debemos distraernos con festejos porque nos jugamos mucho. La voluntad de cambio y consenso que nos permitió acuerdos tan importantes hace 30 años podrían ser el camino para abordar y resolver los problemas que tenemos planteados hoy.
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