C ONCIERTO resulta palabra engañosa incluso entre melómanos de larga afición. Para el gran público, concierto designa una sesión de música, sea la que sea -si no, de modo prioritario, la de potentes equipos y altos decibelios-, y así se aplica esa palabra a cualquier evento. En rigor, concierto es poner de acuerdo, ajustar ideas o intereses contrapuestos, convenir.
Pero concertar era disputar, rivalizar, contender, como todavía recoge la última edición (2001) del diccionario académico -si bien ya como significado antiguo- y recuerda la palabra concertación, derivada de la misma raíz. En principio, concierto era la composición en que un grupo vocal y otro instrumental contendían para alzarse con el predominio. A este respecto, los "Concerti eccclesiastici" de Gabrieli, fechados en 1587, parecen ineludibles. En términos ya consolidados -dejemos a un lado la larga evolución del género-, concertar es enfrentar un solista y un conjunto que, claro está, se ponen de acuerdo, pero antes contienden y disputan a la orquesta la primacía. El concierto es una de las grandes formas de la música instrumental. Si un concierto se titula doble, es que hay dos solistas, y tres, si se presenta triple. El de Brahms en la menor, escuchado aquí anteayer, es doble, para violín y chelo, ejemplo destacado de tal plantilla, aunque no goce de gran popularidad. En todo caso, menos que las otras partituras concertantes del autor.
Dos intrumentos de cuerda enfrentados a una orquesta sinfónica, tienen todas las de perder, pero la lucha, desigual y aun utópica, ofrece además el interés de que los solistas también compiten entre sí, con independencia y amplio campo de acción. En esta obra de Brahms, la iniciativa la lleva el chelo desde el quinto compás, cuando ataca una larga cadenza entrecortada por grandes acordes. Esa entrada resulta apenas una insinuación, un murmullo grave, tras el potente estallido inicial del allegro. Asier Polo intervino siempre con fuerza, seguridad y hondura que no dañó la claridad tímbrica, en una palabra, estuvo más cerca de mostrarse transcendente, y se impuso al violín, no menos seguro y apreciable por la expresividad, pero con frecuencia de volumen sonoro y profundidad menores.
Brahms, y más en concreto este concierto, suele tener lecturas enfebrecidas, patéticas, elocuentes en la acentuación y severas en la escansión rítmica, y otras versiones antirrománticas, antisentimentales, bañadas en una luz sombría, nórdica, como si Brahms nunca hubiera olvidado su cuna hamburguesa. Acaso sea dificultad intrínseca del autor mantener la seriedad adusta sin caer en la grandilocuencia ni en la tristeza fatal.
Steinberg -israelí de nacimiento y alemán de formación y carrera desde hace siete lustros- no olvida esa segunda visión, pero parece decantarse por la primera, si atendemos a la rotundidad de su batuta, la energía intensa de sus maneras en el podio. El juego de los solistas, limpio y decisivo, se impuso, por ejemplo, al audaz politematismo del allegro -Brahms, que pasa por clásico cerrado, se desmarca aquí de la forma sonata estricta- y destacó en el andante, extraordinaria demostración de longitud de arco y de capacidad expresiva de Polo y Nasturica, encendida en la parte central, virtuosística y algo zíngara, del vivace non troppo final.
La potencia con que Steinberg pudo servir el doble concierto de Brahms casi quedó en delicada sutileza frente al derroche que prodigó en la cuarta de Chaikovski. No diré que fuera una infidelidad a la partitura, porque alguna de las versiones canónicas raya en la violencia a partir del tema del Destino, pero sí que se quedó en cierta superficialidad. Al lado de esas líneas gruesas, el pizzicato ostinato del scherzo fue una página equilibrada y efectiva, especialmente en las cuerdas.
Abrió la tarde una obra poco citada y menos oída: la escrita para "Duguna", el montaje de raíz folklórica que reunió aquí a firmas ilustres en diversos campos. Al lado de Brahms, este "Carnaval" suena ruidoso y poco a Lanz.
© DIARIO DE NAVARRA. Queda prohibida toda reproducción sin permiso escrito de la empresa a los efectos del artículo 32.1, párrafo segundo, de la Ley de Propiedad Intelectual