Tras otro mal partido fuera de casa, Osasuna igualó dos goles en contra en un minuto y no supo defender el punto en la recta final
Los fantasmas han tardado sólo siete días en volver. Osasuna no sólo perdió ayer en Málaga. También se perdió. En La Rosaleda, el equipo de Camacho había logrado lo más difícil, que era igualar un marcador adverso de dos goles tras haber entregado gran parte del choque. Resurgió en su impulso ofensivo cuando restaba un cuarto de hora, pero después no pudo ni supo defender un punto que era gloria. Le faltó oficio.
Camacho se auto inculpó de esta derrota, explicando que no había conseguido transmitir un carácter ganador a sus hombres. Quizá fue una maniobra para liberar de presión a un vestuario lastimado moralmente que desperdició una ocasión de oro. Lo cierto es que Osasuna nunca dio la sensación de salir decidido a por el partido, en esa línea preocupante mostrada en sus anteriores viajes. Pareció jugar con una velocidad menos de la exigida en un envite de semejante trascendencia y lejos de generar miedo, también erró en sus prestaciones defensivas.
La versión de este Osasuna lejos del Reyno ya es de sobra conocida: posesión estéril y momentos de fragilidad atrás en los que se hubiera pedido un tiempo muerto si en vez de fútbol esto fuera baloncesto. La diferencia respecto a otras jornadas de foráneo fue que el equipo rojillo despertó a tiempo para igualar un marcador en tan sólo un minuto con sendos goles de cabeza de Nekounam y Miguel Flaño. Es verdad que si el acicate para sembrar peligro tienen que ser dos tantos en contra, algo no funciona bien. Pero llegados a ese punto, Osasuna debió pensar que jugando mal pudo puntuar en Málaga. El conjunto de Tapia estaba temblando en cada balón aéreo hasta que el propio Osasuna le dio la vida. El punto era petróleo y no fue valorado en una desconcertante recta final.
Dos postes en contra
La raíz del problema quedó localizada en la primera parte. En ella, los postes evitaron que Osasuna se marchara al descanso perdiendo. Baha fue el primer en tocar madera, justo antes de que Azpilicueta salvara de forma increíble el 1-0. Adrián se plantó ante Ricardo, cuyo rechace en la parada iba destinado a los pies de Eliseu. Con todo a su favor y cuando La Rosaleda celebraba el tanto, Azpilicueta envió la pelota a córner tras pegar en la cepa del palo. Apoño también alertó del peligro malacitano con un disparo potente desde la frontal. Osasuna, en cambio, careció de capacidad de sorpresa cuando el balón rondaba las cercanías de Goitia. Sólo Plasil aportó algo de movilidad y gozó en la primera parte de la única ocasión navarra, después de dejar sentado a un contrario en el área y disparar con la pierna zurda.
Este argumento resultó pobre a todas luces ante un Málaga compacto que entró bien por las dos bandas. El equipo de Tapia tiene mérito de verdad. En la reanudación no cejó en su empeño y siguió su espíritu ambicioso para llevarse el partido. Así se explica que ese carácter ya le haya dado 18 puntos, 10 más que Osasuna. Su salida en la segunda parte trituró a los rojillos y en sólo diez minutos se plantó con un 2-0. El primero, de penalti de Juanfran a Calleja que pese a la discusión de si hubo o no contacto, destapó un error en cadena desde un saque de banda. Nadie fue capaz de despejar ni de cerrar un rechace. Con la inercia, el Málaga se envalentonó. Y Adrián, uno de sus mejores hombres, puso un centro de oro a la cabeza de Baha. Ahí no perdonó.
Sólo quedaba esperar un impulso de reacción. Camacho movió el banquillo y a Osasuna le entró por fin la rabia. Morir matando es sinónimo de que las cosas no van bien, pero ayer se consiguió lo que parecía imposible. Delporte, que pide a gritos la titularidad, envió un centro medido a la cabeza de Nekounam, otro hombre que cada día va a más, y sin tiempo para la celebración Miguel Flaño colocaba en la escuadra también de cabeza el empate a dos. Lo que siguió a esta brava reacción fueron noticias negativas. Osasuna no supo mantener la compostura, partió sus líneas como si continuara por detrás en el marcador y cometió una pérdida de balón que aprovechó Luque, con fortuna, para que La Rosaleda pasara del enfado al éxtasis. Aún pudo Vadocz anotar el tercero. Por si quedaba alguna duda, Eliseu dio el tiro de gracia en el tiempo de prolongación para ajusticiar a un Osasuna pobre que no se levantó hasta que no fue a remolque en el marcador.
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