Acabe como acabe el partido, se van al bar a beber para olvidar (imagino que a nadie se le ocurrirá recordar).
Y O no me metí ciento veinte kilómetros en el epicentro de la cicatriz que me recorre la piel por encima de la quinta y la sexta vértebras lumbares para hacer mala sangre. Así que qué les parece si dejamos en suspenso hablar de Osasuna hasta que Camacho les enseñe a hacer siete pases seguidos en campo contrario.
YO no me metí ciento veinte kilómetros en el epicentro de la cicatriz que me recorre la piel por encima de la quinta y la sexta vértebras lumbares para hacer mala sangre. Así que qué les parece si dejamos en suspenso hablar de Osasuna hasta que Camacho les enseñe a hacer siete pases seguidos en campo contrario.
Si me obligan a tocar el tema del fútbol, me pido el Barça, que en lo que a mí me había costado meter esa coma ya le había encasquetado al Almería una barretina de cuatro goles. ¡Maldita crisis, que siempre se ensaña con los pobres!
En mi pellejo quisiera yo verles a ustedes, que, acabe como acabe el partido, se van al bar de costumbre a beber para olvidar (imagino que a nadie se le ocurrirá recordar). ¡Bendita amnesia autoinducida! Sin embargo, yo, pobre de mí, me lo llevo todo escrito al detalle, minuto a minuto, que hasta me preguntan los niños de la grada si soy ojeador, cuando yo lo que soy es hojeador: me pongo morado de leer y de subrayar para poder llegar a fin de contracrónica con algún par de frases que merezcan la pena.
Me quedan dos cuadratines en blanco y tengo dos opciones para rellenarlas. O me pongo en plan colitis crónica: "No sé de qué se trata, pero me opongo"; o me dejo llevar por lo metafísico, que tiene la ventaja de ser oscuro y difícil de entender, y lapido un par de renglones soltando que "antes de soñar no se tiene nada, pero después es peor, porque ya ni sueños se tienen". Elijan rápido que a mí todavía me queda el viaje de vuelta y, lo que es peor, treinta partidos por delante que amenazan con zaherirnos por detrás.
Un último esfuerzo y coronamos, aunque sea con corona de espinas. Decía Gorki que reír es la mejor cualidad del ser humano, que la falta de humor es un rasgo inhumano. A Gorki (que, por cierto, significa "amargo" en ruso) lo habría querido yo ver en la grada del Reyno. Claro, porque es muy fácil reírse mientras fusilan al vecino o queman el trigo de la aldea de al lado o mandan a Siberia a un manco por no levantar el brazo que le falta. Pero a ver quién es el guapo que se ríe al lado de Camacho.
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