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MÚSICA FERNANDO PÉREZ OLLO

Messiaen, Bruckner y espíritu

Actualizada Sábado, 18 de octubre de 2008 - 04:00 h.

L A OSN pide a sus abonados, después del concierto, que valoren las obras del programa, al director y a la propia orquesta. Habría sido curioso comprobar anteayer las respuestas de los asistentes, si se les hubiera preguntado qué sabían de Messiaen y cuántas obras conocían de este músico.

El 10 de diciembre hará cien años que nació en Avignon Olivier Messiaen, uno de los mayores compositores franceses del siglo pasado, ilustrísimo desconocido a este lado del Pirineo, salvo en un gremio instrumental. No es casual la amplia ignorancia hispana de este músico ni el acendrado apego que le profesan los organistas. Su primera obra publicada,"Banquet céleste" (1928, pero de 1926), fue partitura para órgano y el "instrumento rey" resulta falsilla de las partituras orquestales del maestro que ya en 1930 concitaba numerosos oyentes en la Trinité, en cuya consola impartía portentosas improvisaciones. Messiaen, católico firme y explícito toda la vida, cifra en su fe y en la música el haber sobrevivido al frío y al hambre sufridos durante un año en el stalag VIII A en Görlitz (Silesia, hoy Polonia). Los nazis le juzgaron inofensivo. Aquel prisionero sólo escondía Taschenpartituren,partituras de bolsillo. Como acota Halbreich, si el oficial del campo hubiera mirado bien, habría confiscado, ya que no Bach y Beethoven, al menos aquellos tomitos de Stravinsky y Berg, entartete Musik, "música degenerada" para los hitlerianos. Messiaen encontró en Görlitz a un violinista, un clarinetista y un chelista, nada menos que Etienne Pasquier. Para ellos escribió el "Cuarteto para el fin del Tiempo", ejemplo magistral de la "degeneración artística", estrenado en el mismo stalag ante cinco mil prisioneros. "Nunca he sido escuchado con tanta atención y comprensión", comentaba años después.

"La Ascensión" (1932-1933, estrenada en 1934) tiene en las cuatro partes más de calculado ascenso tonal -mi, fa, fa sostenido, sol- que de estructura sinfónica. Escuchamos una versión fiel en el hieratismo sonoro, pulcra en la tensión tímbrica, limpia en la aparente sencillez modal y en los planos, como el fortissimo que indica el autor en el final de la obra.

En la sinfonía de Bruckner el director, eficaz y seguro, sin un gesto de más, pasó del dulce inicio de la obra, como si surgiera de la nada, a la plenitud orquestal, potente, a veces organística, un tanto masiva en sus bloques impresionantes y lenta en la dinámica, pesante y poco emocionada con frecuencia en el conjunto, pese a la claridad de las texturas.


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